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Hotelería

Hotel Santo Mauro, de Madrid, o el lujo por los cuatro costados

Madrid quiere cambiar el rumbo de su actual turismo y poco a poco se está especializando en el visitante con gran poder adquisitivo que busca servicios de alta calidad y estar rodeado de lujo. La capital quiere atrapar poco a poco a turistas que se gasten importantes cantidades en restauración, en espectáculos y en productos selectos. Uno de los focos para hacerlo más atractivo es el recién reinaugurado hotel Santo Mauro. Este establecimiento puntero del gusto refinado ha recibido una gran reforma a lo largo de los últimos meses para ponerlo a punto tras la pandemia y conseguir atraer a clientes de todos los puntos del planeta, en especial de América del norte. Este palacete de finales del siglo XIX y con un llamativo porte señorial ha recibido siete millones de euros y ha contado con firmas como el interiorista Lorenzo Castillo, el paisajista Fernando Valero o el director creativo del vestuario Pedro Monjardín o el chef Rafa Peña.

El hotel Santo Mauro se encuentra en el número 36 de la calle de Zurbano, en pleno distrito de Chamberí. Sus altas vallas dejan tan solo ver los edificios parcialmente desde fuera. Este tipo de palacios comenzó a proliferar gracias a la nobleza y la alta burguesía a finales del siglo XIX. La capital veía en aquellos años como triplicaba su espacio urbano gracias al Plan de Ensanche realizado por el arquitecto y urbanista Carlos María de Castro. Los edificios que conforman el hotel Santo Mauro pertenecieron a los duques de Estrada, levantado en 1892, y a su hijo, Mariano Fernández de Henestrosa y Ortiz de Mioño, duque de Santo Mauro, en 1902. Ambos palacios son obra del arquitecto Juan Bautista Lázaro de Diego, que los proyectó para la entonces parcela 187 del Ensanche, entre las calles de Almagro, Caracas y Zurbano.

El palacio de Santo Mauro fue residencia del duque y su familia, excepto durante un breve periodo de la Guerra Civil en el que fue confiscado, hasta que unos años más tarde, siempre con la familia ducal como propietaria y administradora, se destinó a labores diplomáticas como embajada de Rumanía, Canadá y Filipinas, sucesivamente.

Al frente de este hotel se encuentra el empresario navarro y presidente de AC Hotels by Marriott, Antonio Catalán (Corella, 73 años), cuyo principal objetivo ha sido “recuperar el palacio” de forma que el huésped se sienta “como en su propia casa”. Este emprendedor, que empezó sirviendo mesas en el parador que tenía su padre en Ribaforada (Navarra) y poco a poco creó su imperio hotelero, comparte la dirección con la cadena Marriott. “Este hotel forma parte de los mejores del mundo, de lo que llamamos Luxury Collection. Para ello, hemos firmado un contrato con los duques para los próximos 25 años”, destacó el empresario.

El establecimiento cuenta con 49 habitaciones con todo lujo de detalles. El precio medio por noche alcanza los 1.000 euros, pero en caso de querer una suite doble, llamada Suite Real con 130 metros cuadrados y dos enormes camas de matrimonio, la cuenta se dispara hasta los 4.500 euros. Esos altos precios no impidieron que solo el primer día de apertura de las reservas llegaran ya al 40% y que tengan ya ocupadas habitaciones para Navidad y Nochevieja.

“El 94% de nuestra clientela es internacional y el 50% procedente de Estados Unidos. Hoteles de lujo hay varios en Madrid, pero como este ninguno, que va a ser la gran apuesta de la empresa. Hasta ahora la capital había estado muerta, pero con la apertura de algunos grandes hoteles como el Four Seasons se va a reactivar y se va a apostar por un turista de altísimo poder adquisitivo”, añade Catalán.

Según el empresario, Madrid se ha hecho mucho más atractivo que Barcelona por su oferta gastronómica, cultural y de ocio, además de por su estabilidad política y la seguridad que ofrece a los visitantes. “No tiene nada que envidiar a Londres o a París. Los latinoamericanos la están descubriendo por ser más divertida y tranquila que Miami. En parte también ha contribuido un alcalde que ha sabido venderla, como le ocurrió hace años a Barcelona con Pascual Maragall”, mantiene el empresario navarro.

Nada más entrar en el hotel, parece que se ha parado el tiempo. O que se ha regresado al Madrid de los coches de caballos y los serenos. Un recibidor de cristal clásico da la bienvenida al visitante. Nada más subir unas pequeñas escaleras, se topa con un edificio decorado con moqueta y con un penetrante ambientador con olor a canela. La iluminación es indirecta lo que da aún más calidez a la estancia. Se ha conservado su diseño interior original, con detalles únicos como la escalera modernista en el vestíbulo, el pequeño óvalo del patio, la antigua capilla -convertido ahora en un pequeño salón reservado- y la biblioteca del duque, realizada con madera de roble francés al estilo de Luis XV.

Llama la atención el vestuario de los empleados, al más puro estilo años 20 y hechos a medida, lo que representa una novedad en el sector mientras se mantiene la funcionalidad. Se han utilizado lanas frías para el invierno y algodón para el verano. “Me he inspirado en los años 20, la época de la liberación salvaje de la mujer y una época perfecta para conseguir inspirarte si se busca esa funcionalidad, porque el patrón años 20 sienta bien en general y no aprieta”, afirma Pedro Monjardín.

La premisa que ha dado Catalán a todo su equipo es que el cliente tiene que recibir “un trato súper exquisito”. Y para lograrlo ha aumentado la plantilla, que ahora cuenta con 110 empleados frente a los 65 de antes. Pero si algo deslumbra es la decoración. Se han mantenido los cuadros originales del palacio y todos los muebles son antigüedades conseguidas por medio mundo por el interiorista Lorenzo Castillo. Las paredes se han revestido con telas, que en el caso de las suites son de terciopelo e incluso seda. Una de ellas se ha fabricado en italiana reproduciendo un motivo japonés del siglo XVI. Puro lujo, donde destaca por ejemplo un jarrón nipón clásico o un espejo florentino.

“Ninguna decoración de las habitaciones se repite, lo que lo ha hecho más difícil. Pero la verdad como conocía a los duques y cómo tenían la casa, me he inspirado en ellos para hacer esta redecoración y que quede como una casa sin dejar que todo funcione a la perfección. Ha sido un trabajo enorme, pero ha merecido la pena”, afirma Castillo.

Y el lujo se demuestra en los detalles más pequeños. El jabón y el gel son de una primera marca sueca; el albornoz fabricado en Italia por una destacada compañía… En la habitación, chocolate de 24 onzas, un comercio situado en la propia calle Zurbano o frutos secos seleccionados. En la recepción, caramelos de La Pajarita, de la Puerta del Sol. Y eso sin perder todos los avances como enormes televisiones de plasma o wi-fi por todo el recinto. También sobresale un cuadrado jacuzzi en la suite principal o que las habitaciones tengan duchas dobles para que el cliente pueda ganar tiempo. O los radiadores, en grueso hierro forjado como a principios del siglo pasado. O que el tradicional cartel de no molestar sea un llamativo penacho rojo con multitud de largos hilos. O las capotas que se han instalado en todas las ventanas de las fachadas.

La ambientación musical de todo el hotel también está más que controlada. El compositor Lucas Vidal se ha encargado de la selección de los temas: “La intención es que la música conecte con los clientes y se integre en el ambiente del hotel, del mismo modo que la iluminación o la estética”. De hecho, la lista de reproducción se renovará cada poco tiempo.

Otro de los pilares del hotel es la oferta gastronómica, encargada al chef Rafa Peña. Este ha diferenciado tres opciones principales. Para la zona de los salones, se ha inspirado en su propio Gresca bar, más convencional y natural basado en el estilo del vino. La comida será más mediterránea y con productos de temporada. Para menús más clásicos se ha destinado la biblioteca del palacio, que ha sufrido una importante reforma. Los platos tendrán una inspiración “más palaciega y con una mayor interacción con el personal de sala”, según el chef. “El resto de restauración del hotel (servicio de habitaciones, desayuno, brunch) mantiene el espíritu de la oferta anterior, buscando mejorar la calidad, presentación y el frescor del producto”, concluye Peña.

Pero si hay un lugar donde se para el tiempo es sin duda el jardín. Parece mentira que el hotel esté situado cerca de la calle de Almagro y rodeado de calles con un tráfico incesante, porque dentro casi no se percibe. Se han respetado lógicamente los castaños centenarios plantados en la construcción de los edificios, lo que ayuda a esa sensación de tranquilidad. Se ha instalado un templete y se ha renovado el mobiliario, además de una pérgola en la que se pueden celebrar actos o degustar la cocina de Peña. La iluminación nocturna es tan detallista que se ha llegado incluso hasta la copa de un pino de enorme porte. En este pequeño vergel se pueden encontrar violetas, magnolios, helechos y cycas del jurásico, rododendros, azaleas, olivos y laureles mediterráneos, árboles de Júpiter, bambúes sagrados y orientales, castaños de Indias, limoneros, boj, rosales trepadores ingleses y jazmines, entre otras. “El concepto básico del trabajo de paisajismo empleado ha sido el de reconocer los valores y características del jardín que ya poseía por tratarse de un gran ejemplo de residencia particular aristocrática de aire europeo transformado en hotel público”, detalla el paisajista Fernando Valero.

Como servicios propios del hotel destaca el llamado Walking map o recorrido a pie, en el que el personal acompañará a los clientes a destinos que no estén a más de 20 minutos andando en los que podrán comprar regalos exclusivos, ir a restaurantes seleccionados de Chamberí o visitar museos que estén en las proximidades y que no tengan largas colas. También, dos días por semana, habrá un recorrido para los huéspedes en los que un guía les relatará la historia del palacio y las anécdotas más destacadas. “Queremos romper moldes y que los clientes aprecien al detalle el lujo de nuestro mejor hotel”, concluye Catalán. Eso sí, un lujo al alcance de muy pocos bolsillos en pleno centro de Madrid.

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