Que una ciudad dé título a una de las canciones más bonitas de la historia, la de Sufjan Stevens, ya nos valdría como excusa. Pero es que hay más: rascacielos de belleza infinita, pizzas interminables, jazz por doquier…

Existen pocas ciudades norteamericanas que puedan competir con grandes destinos como Nueva York y Los Ángeles. Pero Chicago, sin duda, se merece ese título. La capital del estado de Illinois es también el corazón del Midwest y está atrapando a estadounidenses y extranjeros por igual. Porque Chicago lo tiene todo. Bien conocida es su arquitectura y una de sus figuras más importantes, Frank Lloyd Wright, quien tenemos la suerte de disfrutar en muchos rincones. Pero la gastronomía variada, su completa cartelera teatral y la música en vivo completan un abanico de oportunidades que no hay que dejar escapar.
Si una metrópolis moderna se define por sus rascacielos y centro de oficinas, Chicago los tiene en el Loop. Este bullicioso barrio, delimitado por el río y el metro elevado que los locales llaman, simplemente, “L”, es probablemente el más conocido porque alberga algunos de los edificios históricos.

Fisher Building, Monadnock Building y Rookery Building, este último con un impresionante vestíbulo diseñador por el mismo Lloyd Wright, comparten los mismos elementos: estructura de acero y fachada de terracota. Este diseño proliferó después del Gran Incendio de 1871, que arrasó una tercera parte del centro de la ciudad dejando a más de 100.000 personas sin hogar. La respuesta fue la Escuela de Chicago, el influyente movimiento arquitectónico que subió los primeros rascacielos del mundo y los recubrió con un material resistente a las llamas para evitar otro desastre.
Chicago no escapó a la ola art déco, y en el Loop se encuentran algunas de sus muestras más atractivas. Carbide & Carbon Building ahora es el precioso hotel Pendry, pero se alzó, en 1929, con la forma y colores de una botella de champán. Toda una provocación en plena Ley Seca, cuando la producción, venta y consumo de alcohol estuvo prohibida. Justo enfrente, el Chicago Motor Club Building, de 1928, es otra joya del mismo movimiento, muy bien preservada, convertida en hotel y un ejemplo más de la capacidad de resistencia de la ciudad.


Puro arte
Se habla mucho de arquitectura al describir esta “segunda ciudad”, un apodo que alude a su renacer después del devastador incendio, porque su belleza no pasa desapercibida ni a los no iniciados. Pero Chicago también es arte y, en buena parte, público.

En el mismo Loop se encuentran obras gigantescas de Picasso, Miró, Chagall y Calder. Y no menos monumental es la figura que se ha convertido en el símbolo de la ciudad. Su forma de alubia achatada le ha valido el sobrenombre de The Bean pero su título oficial es Cloud Gate, del artista Anish Kapoor.
Esta escultura de acero inoxidable que escupe los rayos del sol y refleja todo lo que le rodea es nuestra introducción al Millenium Park, uno de los parques más agradables aquí. Allí también se encuentra Crown Fountain, de Jaume Plensa, que dispuso dos torres de pantallas LED con los rostros agrandados de ciudadanos anónimos y un sistema de chorros de agua que los niños juegan a perseguir en los meses de calor.

El arte continúa en el interior del Art Institute of Chicago, donde uno puede perder fácilmente la noción del tiempo contemplando obras de Kandinsky, Seurat y el clásico inmortal de Hooper, Nighthawks. En la misma S Michigan Avenue llama la atención la nobleza gótica de la antigua sede de The Chicago Athletic Association. Este edificio de 1893 es, ahora y sin sorpresa, un hotel con un espectacular bar con terraza, Cindy’s Rooftop, donde puedes disfrutar de un buen catálogo de cócteles y un completo brunch ante fantásticas vistas de Millenium Park y el lago Michigan, que se extiende hasta el infinito, como el mar.
Navy Pier también ofrece una buena panorámica de la ciudad. En este muelle de pasado militar y comercial se levanta Centennial Wheel, la noria que te eleva 60 metros para contemplar el skyline. El muelle también suele ser el punto final de los tours de arquitectura, en barco, que organiza el Chicago Architecture Center. Es una atracción imprescindible que nos acerca algunos de los iconos de la ciudad.
Las más nuevas y visibles son tres torres del St. Regis Chicago que, junto al edificio Aqua, forman los rascacielos más altos diseñados por una mujer, la arquitecta norteamericana Jeanne Gang. Pero la navegación incluye postales como el Wrigley Building, inspirado en la Giralda de la catedral de Sevilla, y las antiguas oficinas del Chicago Tribune.


Justamente esta es una de las zonas más comerciales, con tiendas de ropa, calzado y complementos a cada lado de la majestuosa Magnificent Mile, en N Michigan Avenue. Perderse en sus calles regulares nos lleva a probar la comida más típica de Chicago: la tradicional y gruesa deep-dish pizza, servida en sartén de hierro, de Uno y Due; el clásico hot dog aliñado con pepinillos de Portillo’s y el Italian beef sandwich que popularizó la serie The Bear, rodada en la ciudad e inspirada en los de Mr. Beef. Aunque los carnívoros y amantes de la buena pasta italiana vayan a preferir Gene & Georgetti, un legendario steakhouse bajo las vías del “L”.


Y en los alrededores…
El centro de Chicago es magnético, pero hay que aprovechar la buena comunicación en transporte público y salir de él para vivir realidades muy distintas. Como Wicker Park, el barrio que nos introdujo la película del mismo nombre dirigida por Paul McGuigan (2004) y Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000). Su comunidad artística y hípster y la vida nocturna en ambientes como The Violet Hour o Dorian’s son un motivo más para enamorarse de la ciudad.
También su proximidad a la vía verde, conocida como Bloomingdale Trail o The 606, llamada así por los tres primeros dígitos del código postal de Chicago. Se trata de una antigua línea de tren convertida en un impresionante parque elevado de más de cuatro kilómetros de longitud que cruza los barrios de West Town, Humboldt Park y Lincoln Square.

El dinamismo es palpable en Fulton Market, una de las zonas que empujan a la capital hacia el futuro. Esta área industrial mantiene muchas de sus estructuras originales, que ahora ocupan varias empresas tecnológicas y el bullicioso Time Out Market, con excelentes opciones de comida local como la hamburguesa de Gutenburg, la carne ahumada de County BBQ y los cócteles de Tony’s Rooftop Bar, ubicado en la terraza del mercado.

Si hay un nombre estrechamente vinculado a Chicago es el de Al Capone. El famoso gánster montó aquí su gran imperio criminal, tal y como describe el clásico de Brian De Palma, Los intocables de Elliot Ness, cuya escena más icónica se rodó en los escalones de Union Station, en el mismo Loop. Capone tenía mesa fija en The Green Mill, un local de jazz que mantiene el encanto de los años 20, cuando servía alcohol a escondidas. Los speakeasies, bares inspirados en esa época, siguen la tradición, como The Meadowlark y The Gatsby.
Lloyd Wright es una buena despedida de esta inmersión en Chicago. Su legado cobra vida en el hogar que amplió con su estudio, que se puede visitar en el barrio de Oak Park, a las afueras. El genio que impulsó la arquitectura orgánica, armoniosa con su entorno, diseñó también los hogares de varios vecinos y conocidos. La de Frederick C. Robie, en Hyde Park, te invita a entrar y comprobar que su estructura cerrada dejaba como sorpresa un núcleo agradable y luminoso donde siempre apetece estar. Lo mismo pasa con Chicago, una ciudad de la que no querrás irte.

