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Hotelería

Palazzo Avino, la Costa Amalfitana a sus pies

Este hotel boutique ocupa un palazzo en la idílica Ravello. No sabrás si lo que más te gusta es su jardín escalonado y con vistas al mar; sus espectaculares habitaciones, un tesoro decó; o su galardonado Rosellinis.

A pesar de que la Costa Amalfitana ya no es ningún secreto y el turismo de masas colapsa con demasiada frecuencia su serpenteante, única y estrecha carretera (porque solo hay una, la Strada Statale 163), la postal que sigue regalando este rincón italiano es mágica, hipnotizante, única. Y es que no se puede comparar con nada este tramo de la costa italiana encajonada entre un azulísimo mar Tirreno y unos riscos donde se encaraman idílicos pueblos de colores y vertiginosos bancales.

Aunque Positano y Amalfi suelen ser los dos nombres que más rápido vienen a la cabeza cuando se habla de este rincón del Golfo de Salerno, nada tiene que envidiarle Ravello. No estará esta localidad a pie de mar, sino a unos 450 metros sobre él, pero las vistas que regala, la arquitectura que conserva y el aura artística que invade sus empedradas calles la convierten en un lugar realmente especial. Es aquí donde está el hotel Palazzo Avino, un tesoro decó que es el reflejo perfecto de la Dolce Vita amalfitana.

POR QUÉ RESERVAR

Porque la vida se ve de color de rosa en la Costa Amalfitana, y en Palazzo Avino alcanza su máxima expresión. No solo por el color de su fachada –se conoce esta casona del siglo XII como el Palacio Rosa– ni por el predominio de este color pastel en unos cautivadores y elegantísimos interiores; también por su carrito de helados junto a una piscina con, seguramente, una de las mejores vistas de la costa; por sus jardines distribuidos en terrazas (y viñedo incluido); por su bar, donde probar alguno de sus más de 100 tipos de Martini al compás del piano sonando en directo…

En resumen, cualquier rincón de este palacio del siglo XII reconvertido en hotel boutique podría ser la postal perfecta para describir que es la Bella Vita.

UBICACIÓN

Las calles de Ravello trepan por la montaña, regalando varios miradores perfectos para observar desde lo alto la curiosa y heroica orografía de esta parte del golfo de Salerno. Pero, además, es que el propio pueblo es en sí mismo una obra de arte, con sus empedradas cuestas, bañadas por palacetes antiguos y coquetas plazas donde disfrutar de un buen café. De hecho, Ravello ha sido musa de numerosos artistas.

Boccaccio lo cita en el Decamerón; Wagner terminó aquí su Parsifal, y D. H. Lawrence escribió El amante de Lady Chatterley desde su habitación con vistas a Villa Ruffolo. También cayeron rendidos ante el embrujo de esta villa de origen medieval Miró, Escher, Turner o Ruskin,  solo por nombrar algunos.

Ravello sigue emanando esa esencia de lugar inspirador y discreto. De hecho, por el día podrá ser un lugar muy visitado, pero cuando cae el sol solo unos pocos afortunados se quedan paseando por sus calles. Excepto, claro, cuando tiene lugar el Ravello Festival, un reconocido festival que desde 1953 cada verano atrae a los músicos más talentosos del mundo y convierte el municipio en una verdadera Ciudad de la Música.

HISTORIA

Ubicado en la parte más alta de Ravello, en la calle San Giovanni del Toro, Palazzo Avino tiene de vecinos otros tantos señoriales edificios. Y es que esta parte de la ciudad fue la zona aristocrática de la villa durante la Edad Media y el Renacimiento.

Erigido en el siglo XII, este palacio de estilo neoclásico y fachada rosa fue adquirido y rehabilitado por la familia noble italiana Sasso de Scala, que se instaló en Ravello alrededor de 1710. Una magnífica residencia que después pasaría a estar cerca de un siglo abandonada, hasta que la acaudalada familia Camera la reconvirtiera en un hotel. Mismo uso le daría su siguiente dueño, la familia Vuilleumier, ya en el siglo XX bajo el nombre de Hotel Palumbo. Ingrid Bergman y Roberto Rossellini serían dos de sus ilustres huéspedes y, durante la Segunda Guerra Mundial, el general Eisenhower planearía desde aquí el ataque a Montecassino.

A pesar de ser un lugar de élite y gozar de muy buena reputación, el palacio volvería a estar abandonado en 1978. Y ya en la década de los noventa entraría en juego la familia Avino, hoy responsables del palacio que lleva su nombre. Sería Giuseppe Avino quien descubriese la propiedad y decidiese comprarla para después legar el hotel a sus hijas, Mariella y Attilia, que han ido retocando la villa hasta hacer del Palazzo Avino un refugio perfecto.

EL HOTEL

El color rosa de la fachada de Palazzo Avino es solo un anticipo de un interior donde los contornos y colores son puro Mediterráneo. Sin embargo, antes de descubrir el paraíso de formas ondulantes y paleta de colores pastel que dominan sus habitaciones, el huésped viaja al pasado con los suelos de mosaico, esculturas renacentistas y arcos ojivales de su lujosísimo vestíbulo, testigos originales de la capilla dedicada a Maria Maddalena Penitente que una vez hubo aquí. Porque a pesar de haber tenido tantas idas y venidas en sus varios siglos de vida, ha habido joyas del Palazzo que no se han perdido.

No hay rincón en que el pasado noble y el encanto tradicional italiano del palazzo no se entremezclen con los armónicos diseños contemporáneos que hacen de este hotel un tesoro decó. Pero si los interiores son dignos de revista, los exteriores son de película. Su terraza y sus escalonados jardines ofrecen unas vistas impresionantes al valle del monte Avvocata y a la bahía de Salerno, salpicada de yates. Súmale una piscina exterior rodeada de bucólicas hamacas, un viñedo propio y un spa con vistas y no querrás irte nunca más de aquí.

Además, aunque Ravello no esté a pie de costa, tampoco le hace falta. El hotel inauguró hace unos años su club de playa privado en la vecina Marmorata, que, como curiosidad, capturó miradas de medio mundo al convertirse durante un verano en un pop-up de Valentino. Y suma y sigue, porque el hotel tiene uno de los mejores restaurantes de la Costa Amalfitana, el galardonado Rosellinis. Lo dicho, ¿es Palazzo Avino la Bella Vita o no lo es?

LAS HABITACIONES

43 habitaciones, diez de ellas suites, se reparten en total por la propiedad. Las más cotizadas, las que tienen vistas al mar, obvio. Sin embargo, el efecto wow va a ocurrir en cualquiera de ellas en cuanto se abre la puerta. Apostando por una paleta de tonos aguamarina, coral y arena y con mobiliario y texturas en los que coligen el clasicismo y el orientalismo, la originalidad de las estancias está al mismo nivel que la armonía y la belleza que destilan.

Caerás rendido ante la acertada decisión de no haber introducido ni una línea recta. Y es que resulta magnífica la combinación de los arcos apuntados y unos cabeceros redondeados, que envuelven al huésped cuando se sumerge en sus sedosas sábanas. Pero no es solo la forma: también un mobiliario de lujo donde es posible encontrarse con cerámica de Vietrimesitas de noche de Kartell, lámparas danesas de los años 50 de Hans-Agne Jakobbson, piezas de Ponti, Cini Boeri…

Las ventanas ojivales y las baldosas de terracota acompañan también este juego decó lleno de referencias tanto al territorio como a los códigos clásicos arquitectónicos, como el arco ojival o las bóvedas. Es más, de un forma sutil y muy elegante se busca dejar impronta de esa orografía de un exterior que, no hay que olvidar, es Patrimonio de la Humanidad.

En sus diez suites el despliegue artístico es todavía mayor, pues han tenido recientemente la intervención de interioristas de renombre como Cristina Celestino o Giuliano Andrea Dell’Uva. Querrás, por ejemplo, el cabecero en forma de concha de la Aquamarine Deluxe Suite o el suelo cerámico de damero azul y blanco en la terraza de la Infinity Suite. Esta es, por cierto, la gran joya de la corona del hotel, con dos plantas, terraza privada, jacuzzi, piezas de diseño mid-century italiano y nórdico e impresionantes murales del artista británico David Tremmet.

GASTRONOMÍA

Sin duda, el lugar estrella para comer en Ravello es Rosellinis, galardonado con una estrella Michelin. Abierto solo en horario de cenas, los huéspedes del palazzo solo tendrán que descender por las escaleras hasta la parte inferior del hotel para vivir un viaje culinario en toda regla por la Campania en particular, Italia en general. Vale, es cierto que “viaje culinario” es un término quizá ya manido, pero es que aquí cada plato es un laberinto de sabores, texturas y sensaciones que no deja indiferente. Por sus menús degustación pasan recetas clásicas recuperadas, creaciones de la nonna modernizadas y una despensa local difícil de contar en un párrafo.

El chef al cargo, Giovanni Vanacore, es un contador nato de historias que rinde homenaje a Italia con aperitivos como focaccia de trufa, galletas al estilo sardo o un crujiente de parmesano con forma de espina de pescado; al que le seguirán, como no podía ser de otra forma, platos de pasta frescos y creativos como unos linguini con erizos de mar, azafrán y risotto de camarones o unos raviolis soufflé –caseros, por supuesto– rellenos de cangrejo. ¿Un cannoli de postre? Obvio. Por supuesto, el escenario está a la altura del resto del interiorismo del hotel, con interiores encalados y arqueados, sillas a rayas y muebles antiguos de caoba oscura, y una terraza con vistas hasta Minori.

Para un almuerzo ligero, nada como sentarse en los sillones de la terraza Belvedere Maraviglia. El rosa de su toldo y el azul del Mediterráneo se convierten en un lugar magnífico para probar algunos de los pescados o platos de pasta fresca que ofrecen. Es aquí, también, donde se sirven los desayunos, a la carta y con unos panes a los que no hay que decir que no.

Por último, pero no menos importante, para disfrutar de los placeres líquidos, el Caffé dell’Arte será el lugar perfecto para degustar un limoncello o un cóctel de autor (ojo al Bellini o a su versión del Aperol Spritz) antes o después de la cena. Y los amantes del Martini deberán dirigirse al exclusivo Martini Bar para probar una de sus más de 100 versiones.

WELLNESS

Las bóvedas de crucería y los azulejos de inspiración oriental hacen del spa de Palazzo Avino otro lugar mágico que no hay que perderse. Tiene vistas, obvio, y para sus tratamientos trabaja con una línea de cosméticos a base de frutas de la región, donde no faltan los famosos limones de Sorrento.

EL DETALLE

En el jardín la familia cuenta con el pequeño viñedo familiar, donde se elabora un impresionante vino blanco llamado Mar-A-Vi-glia que puede (y debe) probarse en el restaurante.

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