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Destino

Praga: 8 imperdibles tras los pasos de Kafka

Tal vez, sin saberlo, los lugares donde vivimos, en parte, influyan en lo que somos. Y al revés. Las ciudades o los pueblos puede que sean, de alguna manera, el resultado de lo que somos sus habitantes. Praga y Kafka, Kafka y Praga son un formidable ejemplo de esto. Franz Kafka pasó casi la totalidad de su vida en la capital de la República Checa y hoy es difícil entenderla del todo sin conocer la obra de este enigmático escritor.

Kafka normalmente no nombra los lugares que describe en sus novelas o relatos cortos, pero a medida que te sumergís en sus historias y empatizas con sus personajes, te imaginas que estás en Praga. O, mejor dicho, en la Praga de Kafka.

Paseando por la Ciudad Vieja, las estrechas calles y las plazas, subiendo al castillo… es una Praga real y fantástica al mismo tiempo, oscura y diáfana, libre y prisionera. «Praga nunca te deja ir … esta querida madrecita tiene unas garras afiladas que no te sueltan», la definió el escritor checo con su característica ambigüedad.

  1. El número 5 de la calle U Radnice

Empecemos por el principio. Kafka nació en 1883 en la calle U Radnice número 5, cerca de la plaza de la Ciudad Vieja y la iglesia de San Nicolás, donde vivió dos años más hasta que sus padres, Hermann y Julie, decidieron mudarse a la plaza Wenceslao.

Hoy lo único que queda de aquel hogar es el portal y una placa que indica el nacimiento del escritor, puesto que el edificio se calcinó totalmente en 1897. La casa, ahora conocida como Kafkův dům, cuenta con una pequeña muestra sobre el escritor y alberga diversas exposiciones.

  1. De casa en casa por la ciudad vieja

Franz fue el mayor de seis hermanos, aunque solo él y tres más alcanzaron la edad adulta. Los Kafka eran inquietos y vivieron en distintas casas, casi siempre en el barrio judío. Su madre era una mujer tímida y su padre era un hombre autoritario, lo que marcó la sensibilidad y personalidad de su hijo; leyendo Carta al Padre (1952) se evidencia este hecho. Ese fue el ecosistema de Kafka durante su niñez y juventud.

 

Praga y la Ciudad Vieja (Staré Mesto) fue su universo creador. “Este círculo estrecho abarca toda mi vida”, dijo Kafka observando la plaza que había bajo la ventana de una de sus casas. Porque fue de casa en casa. De la casa del minuto en Josejov, el antiguo gueto judío, a la calle Parizska, y de allí a la casa Oppelt, una lujosa edificación de cuatro plantas que mostraba el buen momento que pasaba el negocio familiar.

La Metamorfosis (1915) se desarrolla íntegramente en un apartamento, y los estudiosos de Kafka han sostenido que el escritor debió de utilizar este lugar como inspiración para recrear el escenario donde se desarrolla la historia.

  1. El castillo y la casita azul

Kafka necesitaba huir de ese ambiente familiar para poder concentrarse en la literatura. Y con esa intención, se mudó primero a la casa de su hermana Valerie, y más tarde a la de su otra hermana Gabrielle, y de esta a una habitación alquilada en la calle Bilková.

Poco tiempo después alquilaría otra en la calle Dlouhá, la cual le pareció extremadamente ruidosa y no era capaz de poner en marcha su creatividad. Finalmente, su hermana Ottilie le ofreció una pequeña casa que había alquilado, en el número 22 del callejón de oro, en las inmediaciones del castillo de Praga.

Cada día, durante algunos meses, Kafka cruzaba el puente de Carlos y subía hasta el castillo al atardecer para encerrarse en este estudio a escribir. Allí, en ese recogimiento, alejado de la presión paterna, encontró las musas y su pluma fluyó libremente. «El castillo», «El médico rural» e «Informe para una academia» son el extraordinario resultado de esa enriquecedora rutina.

En la actualidad, esa casita de color azul celeste -de entre 15 casas más de otros llamativos colores- se puede visitar. Por cierto, también es interesante caminar hasta el final del callejón y, bajando por unas escaleras, se abre un mirador con unas vistas espléndidas de Praga y la torre Dalivorka, las antiguas mazmorras del castillo.

  1. Un trabajo kafkiano

La historia de Kafka es extraordinariamente contradictoria: era judío, pero no practicaba su religión; era checo, pero no lo hablaba; detestaba su trabajo como agente de seguros, pero paradójicamente le salvó la vida y permitió que escribiera algunas de las obras más importantes de la literatura universal.

Y es que al estallar la guerra se vio forzado a ocuparse de la dirección de la fábrica de su cuñado, puesto que este había sido llamado a filas. Su aptitud como oficinista justamente le había apartado de una muerte casi segura en el campo de batalla.

“La escritura y el trabajo no pueden conciliarse”, escribió en sus diarios. Y, sin embargo, seguramente ese ahogo y sufrimiento le dotó de la necesidad vital de liberarse y expresarse con las letras. En la calle Na Porici, 7, próxima a la torre de la Pólvora, todavía se mantiene en pie el edificio de la Compañía de Seguros contra Accidentes del Trabajo donde el novelista trabajó durante doce años. De estilo neoclásico francés sus tres plantas estaban coronadas por una cúpula. Allí se cree que se fraguó una de sus obras más reconocidas: El proceso (1925).

  1. Cafés en el Unicornio Dorado y El Louvre

Muchos de los personajes que aparecen en los libros de Kafka son acérrimos bebedores de café. De hecho, la cafeína se desprende muchas veces en el estilo del escritor. Tenso, lucido, inquietante. No le entusiasmaba el café, pero le resultaba útil para estimular su creatividad. Solía frecuentar las tertulias de muchos de los cafés de la ciudad, pero en especial las del café El Unicornio Dorado, El Louvre o el Savoy.

En el Louvre, inaugurado en 1902 y decorado al estilo art nouveau, se reunía la burguesía y era el lugar preferido de la élite cultural de Praga. Se hablaba de poesía, política, filosofía y se presentaban y leían libros. El joven Franz acudía allí para escribir y a participar en tertulias con algunos de sus amigos y conocidos.

Se reunía entre otros con Albert Einstein, el dramaturgo checo Karel Čapek, el poeta Rainer Maria Rilke o el expresidente de la república Checa Vaclav Havel. Hoy es un lugar muy turístico en el que se pueden catar platos tradicionales checos como los huevos duros con queso, gulasch con cebollas o la ensalada mixta con manzana.

  1. Su museo y su monumento

Una de las últimas cosas que pidió Kafka es que destruyeran su obra. “Todo lo que dejo detrás de mí”, exigía, “es para ser quemado sin leer”. Pero su amigo y albacea literario, Max Brod, no le hizo ni caso y publicó sus escritos. Gracias a eso, muchos luego hemos podido sentir el placer de sumergirnos en las inquietantes tramas del inclasificable autor checo.

Y no fue suficiente eso, en 2005 se inauguró su museo, donde se concentra su obra hasta el más mínimo detalle: primeras ediciones, cartas, diarios, manuscritos, dibujos originales y exposiciones interactivas. Se llega al museo tras un breve recorrido a pie desde el puente de Carlos, en el barrio de Malá Strana, muy cerca de una de las antiguas casas del escritor.

También es recomendable darse un paseo hasta la iglesia de Praga del Espíritu Santo y la sinagoga Española para observar el curioso monumento a Franz Kafka, una escultura de bronce del artista Jaroslav Róna. La pieza representa un traje vacío que transporta a un hombre más pequeño (que debe representar al escritor) sobre sus hombros. Está inspirado en el cuento de Kafka Descripción de una lucha, una de sus primeras obras en 1912.

  1. El lugar más bello de Praga

Así definió Kafka al parque Chotek. Es cierto que cuando uno se sumerge en la vida y obra de este novelista, cuesta respirar. Su cabeza atormentada solía crear espacios cerrados y oscuros con atmósferas angustiantes. Sin embargo, como siempre ocurre, hubo también momentos despejados y abiertos. Nadaba en la piscina pública, subía paseando hasta el monte San Lorenzo e incluso se aficionó a remar con su propia canoa -a la que llamaba “la bebedora de almas”- por el río Moldava.

Hay numerosos jardines en la capital checa, pero el parque Chotek fue uno de los paseos predilectos de Kafka y muy querido por los praguenses. Está junto al palacio de verano de la reina Ana y dispone de unas 4 hectáreas de extensión al estilo inglés. Se trata de un rincón muy agradable para sentarse en uno de sus bancos a pensar y a olvidarse de las preocupaciones vitales que nos asaltan.

  1. Un final con una simple piedra blanca

Kafka falleció a causa de una tuberculosis en el sanatorio Hoffmann, cerca de Viena, en 1924, a los 40 años y 11 meses. Dora Diamant, su amada, le cerró los ojos. Su cuerpo fue enterrado en el nuevo cementerio judío de Praga (no confundir con el antiguo) en el barrio de Strašnice.

Hay señales que conducen a los visitantes hacia su tumba, que está marcada con una simple piedra blanca. Allí descansan también sus padres, y un poco más allá, sus hermanas, que murieron en los campos de exterminio nazi. Los fieles seguidores kafkianos a menudo peregrinan hasta el cementerio el 3 de junio, fecha de su muerte, para presentar sus respetos a un genio de las letras.

Los últimos instantes de su vida fueron agónicos. El dolor era insoportable y ni siquiera la morfina lo mitigaba. Su amigo, el doctor Klopstock, le había prometido que le inyectaría una dosis letal para evitar el infernal padecimiento al que estaba sometido; y cuando el médico dudó, Kafka le espetó: «Mátame, si no, serás un asesino».

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