República Checa es mucho más que Praga. La capital checa es una de las ciudades más visitadas de Europa por su arquitectura, tipismos y esos nuevos barrios, como Vinohrady, que llenan de modernidad su panorama cultural, pero existe una Chequia desconocida que está esperando a ser descubierta.
Bohemia del Oeste es nuestro nuevo objeto de deseo ya que su triángulo balneario acaba de ser declarado Patrimonio Mundial de la Unesco junto a otras grandes ciudades balneario europeas. Tres pintorescas y recoletas ciudades –Karlovy Vary, Mariánské Lázne y Františkovy Lázne– con tantos matices como sabores y temperaturas tienen sus agua mineromedicinales.
KARLOVY VARY
Lo habitual es acudir a Karlovy Vary (cuyo nombre proviene de Carlos IV, su fundador en el siglo XIV) para realizar una escapada termal (tratamientos, por cierto cubiertos, por el sistema de salud pública checo). Pero quienes no tengan problemas con el sistema digestivo o locomotor –o no crean en el poder curativo de las 13 fuentes medicinales esparcidas por su casco urbano– siempre podrán dedicarse a un turismo más hedonista y menos terapéutico.
Es decir, en lugar de utilizar una kalíšek para ir en procesión de columnata en columnata (del Molino, del Mercado, del Parque…) probando a traguitos el agua que emana del subsuelo, recomendamos sustituir esta jarrita de porcelana –con una boquilla en forma de pipa– por una buena copa de cristal (que para algo estamos en Bohemia) cargada de un excelente vino de Moravia del Sur, región en la que se produce la práctica totalidad de los vinos del país. En el restaurante Tusculum el menú degustación del chef Pavel Provázek llega acompañado de un completo maridaje.
Por su parte, Le Marché suele ocupar un puesto destacado entre los mejores restaurantes de República Checa, y no es para menos. Ya no es sólo que para su menú diario el chef Jan Krajč utilice ingredientes frescos de cercanía, sino que consigue darles una forma (y un sabor) tan gourmet que una sencilla crema de verduras te parecerá portentosa y un entrante de terrina de jabalí con arándanos, un plato tan principal como el esturión que acompaña con lenteja beluga o el pulpo que sirve con tomate y aceitunas.
Más clásico y asequible es el menú del restaurante Becherplatz Pivovar Karel IV, con aspecto de cervecería tradicional en los bajos del museo de Becherovka, en el que se explica la historia y fabricación del licor de hierbas checo más famoso (cuya fórmula conocen únicamente dos personas en el mundo). Pide una cerveza tipo Pilsner, sin filtrar ni pasteurizar, elaborada con maltas de Moravia y lúpulos checos, y acompáñala de una sabrosa kulajda –la típica sopa a base de leche agria, puré de patata y setas aromatizada con eneldo– y de un estofado de ternera en salsa de crema con arándanos y dumplings (un tipo de pan cocido checo muy esponjoso).
Un día en la ciudad no estaría completo sin un paseo junto al río Teplá que la atraviesa, sembrado de coloridas y pintoresca casas con nombres propios (de la Cruz de Malta, de Madrid, del Elefante, etc.) y placas conmemorativas en las fachadas que recuerdan el paso de los pensadores, compositores y artistas que en ellas se hospedaron –recordemos que Karlovy Vary fue uno de los balnearios más famosos de Centroeuropa–. Una algarabía arquitectónica que hace que en una misma foto puedas capturar un edificio funcionalista junto a uno neobarroco y otro historicista.
También puedes completar la escapada con una visita al Museo Moser (que incluye el acceso a los talleres de sopladores y talladores de cristal) o a la cercana ciudad de Loket y su castillo románico-gótico (ojo a su teatral e intrigante sala de torturas medievales).
Sugerimos dormir –entre molduras, cortinajes y lámparas de araña– con la Historia, en mayúsculas, en el Grandhotel Pupp, cuyo origen se remonta al 1701, por lo que ha sido testigo del gran incendio de la ciudad de 1759, de la inundación de 1821, del ascenso y caída del nazismo, de la nacionalización checoslovaca, del nacimiento en en los años 40 del Festival de cine de Karlovy Vary e, incluso, de la Revolución de terciopelo.
Fue a finales del siglo pasado cuando recuperó su esplendor arquitectónico y social, convirtiéndose en el alojamiento favorito de actores, directores y cineastas a su paso por el festival, hasta que el hotel Thermal le robó parte del protagonismo con su brutalismo setentero, tan odiado como venerado. De hecho, el Pupp acogió el rodaje de la película Casino Royale, con Daniel Craig y Eva Green, y hay quienes aseguran que sirvió de inspiración a Wes Anderson para el El Gran Hotel Budapest; lo mismo dicen en el vecino Bristol Palace, cuya rosada fachada imperialista verás reflejada en el hotel de la ficticia Lutz.
MARIÁNSKÉ LÁZNE
Otro hotel en el que bien merece la pena pasar una noche (o el día entero sin salir de él) de nuestro itinerario por el triángulo balneario checo es el Ensana Nové Lázne, siempre descrito como prestigioso (es miembro de los exclusivos Royal Spas of Europe), magnífico (las columnas de sus baños romanos originales datan de 1896) e histórico, ya que dos de sus salas de tratamiento –la Royal Cabin y la Imperial Room– se han mantenido intactas desde que fueron ocupadas por el rey Eduardo VII.
Más de un siglo llevan ofreciendo en su spa tratamientos curativos a base de recursos naturales locales a quienes acuden con trastornos del sistema musculoesquelético, enfermedades renales o problemas digestivos, sin embargo, no se necesita prescripción médica para nadar en sus dos piscinas de aguas minerales (del manantial exclusivo del hotel). Los corazones, tanto de tu sistema cardiovascular como de tu Instagram, saldrán reforzados en cuanto te sumerjas y subas una foto al muro.
En Mariánské Lázne también hay teatros, casinos, una fuente que a determinadas horas ‘emana’ música y manantiales, muchos, casi medio centenar, de agua rica en dióxido de carbono. Pero hay una estructura –ubicada junto al manantial de María, del que deriva el topónimo de la ciudad, que, por su arquitectura singular, llama la atención: Spa Colonnade.
Esta columnata de hierro fundido construida a finales del siglo XIX en estilo neobarroco –que antes llevaba el nombre del escritor ruso (y habitual del balneario) Maksim Gorki– es un lugar perfecto para pasear y dejar volar la imaginación… mínimo hasta el espacio exterior, ya que si te fijas bien en sus frescos del techo, en lugar de los típicos querubines, encontrarás cosmonautas.
Con la boca abierta te quedarás ante tanta originalidad, así que lo mejor será que te acerques hasta la cercana tienda de Lázeňské Oplatky Kolonáda para comprar unas tradicionales obleas balnearias checas. Rellenas de vainilla, chocolate, avellanas… su textura es tan adictiva que no podrás conformarte con crujir tan sólo una.
Desde Mariánské Lázně son recomendables tres excursiones: a Bečov nad Teplou, para visitar su palacio, que atesora el Relicario de San Mauro (uno de los tesoros más valioso del país, únicamente equiparable a las joyas de la corona checa), al palacio de Kynžvart –un gabinete clasicista de curiosidades que exhibe desde una momia egipcia hasta el devocionario de María Antonieta– y al sendero educativo de Kladská.
Este último, un recorrido por el bosque que desemboca en un mirador con vistas a las turberas, humedales cargados de material orgánico (turba) que suele utilizarse para tratamientos de fertilidad. Lo que nos llevan a nuestra última parada: Frantiskovy Lázně.
FRANTISKOVY LÁZNĚ
El primer balneario del mundo en emplear las propiedades de la turba con fines curativos fue fundado en esta pequeña e idílica ciudad checa. Lo que a modo de chascarrillo nos invita a cambiar el refrán de orden y afirmar que de aquellos lodos vienen estos polvos, ya que a Frantiskovy Lázně acuden aquellas mujeres que desean propiciar el embarazo o mejorar dolencias ginecológicas.
Aunque no está demostrado que funcione pedirle ser madre –tal y como cuenta la leyenda– a la estatua del niño desnudo apodado František, parece ser que el lodo de turba estimula los receptores de dopamina en el cuerpo, lo que actúa como vasodilatador.
Puedes ponerle la guinda al pastel –pero que sea ‘de musgo’, una especialidad local que en realidad se elabora con espinacas– a este viaje por el triángulo balneario checo recorriendo los parques y la avenida principal de Frantiskovy Lázně o visitando la cercana reserva natural de SOOS, un paisaje singular cubierto de lagos, aguas minerales y vegetación pantanosa.