Parte visible de un proyecto ecológico más amplio, el Orango Parque Hotel sumerge al huésped en naturaleza salvaje y cultura genuina.
Primero vino el deseo de proteger la belleza de un archipiélago virgen situado a casi setenta kilómetros de las costas de Guinea Bissau. Después, la idea apasionada de abrir un hotel en una de sus islas, Orango, que sirviera de escudo contra el turismo depredador. Una ONG española gestiona contra viento y marea este proyecto cien por cien sostenible en la tierra de la etnia bijagó. Un lugar donde no circulan coches, nadie intenta vender nada, los hipopótamos se pasean como por el pasillo de su casa y, por las noches, lo único que compite con la luna son las luciérnagas.
UNA ANTROPÓLOGA ENTRE TEJEDORES
Definir este proyecto como hotel es quedarse en la superficie. Porque es cierto que en él se pernocta, se desayuna y se deshace la maleta. Pero basta con saltar del barco que lleva a la isla de Orango, otear los bungalós entre los árboles, seguir el camino de conchas minúsculas a modo de gravilla que lleva hasta ellos, la artesanía de esos muros de adobe, para entender que el término no es para nada exacto. Esta primera impresión se confirma al llegar a su hall, una especie de techado de madera rústica abierto en sus laterales al bosque donde los tejedores dan puntadas ansiosas a sus nidos junto a la mesa donde se sirve el desayuno.
Es factible encontrarse a Mariana Ferreira, la responsable de este proyecto, no muy lejos de este lugar. No se trata de una mujer familiarizada con conceptos como check-in, excursión, circuito, todo incluido… Ella responde mejor cuando se le pregunta por términos como sacerdotisas (baloberas), matriarcados, rituales, animismo, trances, régulos y dialectos. Porque esta rumana antropóloga, políglota, que lleva dos tercios de vida en Guinea Bissau, de lo que sabe es de esta isla y sus gentes, los bijagó. Por lo que lo mejor es pedirle una pequeña clase sobre esta cultura, su lengua y, de paso, sobre cómo llegar hasta sus aldeas. Aquí lo más normal es ver adolescentes que le hacen recados sin chistar, mujeres artesanas que le lloran sus cuitas y sacerdotisas que le hablan de sus encuentros espirituales con la naturalidad con la que se cuenta una película.
UN SUEÑO DE BIÓLOGOS, FILÁNTROPOS Y ECOLOGISTAS
La Associaçao Guine Bissau Orango escogió a Mariana para gestionar el Orango Parque Hotel, y no a un profesional del turismo, a conciencia. Esta entidad española sin ánimo de lucro, especializada en proyectos de conservación ambiental, se lanzó a la aventura guineana por ecología. La isla de Orango, y en general todo este archipiélago de Guinea Bissau, forma parte de un área de gran riqueza natural blindada por la UNESCO. “Queremos que el turismo, todavía incipiente en esta zona, evolucione según patrones de sostenibilidad y de desarrollo local para que el equilibrio se mantenga”, explica Ana Maroto, bióloga y responsable del proyecto en la asociación, a Viajes National Geographic.
INMERSIÓN TOTAL
Todo en el hotel está pensado para integrarse en la naturaleza y regalarse con ella. Como si un poblado animista de los que atesora la isla se tratara, los ocho bungalós respetan el relieve del bosque, se diseminan entre la vegetación, seis de ellos a pie de playa. Han sido diseñados inspirándose en la arquitectura local, una conjunción de adobe, paja y madera que los mantiene frescos. En los baños, un guiño a la colonia portuguesa en los azulejos blanquiazules. Y coronándolos, un tragaluz que deja penetrar también los cantos de las aves. El conjunto completo está decorado por obras de pintores de Bissau, cada una diferente y única. El resultado es de una sencillez llena de candor. Una cabaña a metros de una arena blanca despejada y un mar que se abre para los 28 huéspedes de capacidad máxima. Dispuestos para ellos junto a la orilla, una hilera de kayak para quien se atreva, unas hamacas que nunca se llenan. El resto de la vida en el hotel se desarrolla en la barra y el restaurante dispuestos bajo una cubierta de paja sostenida por vigas de madera. No hay idas y venidas, ni agitación ni prisa, sino familiaridad y trato personal. En el menú, ceviches, pescado fresco, arroz con combe (berberecho local), ostras de manglar asadas, caldo de mancarra (cacahuete), frutas exóticas como la cabaceira y, por supuesto, caipiriñas con ron de esta tierra.
EL SANTUARIO DE LAS TORTUGAS
Hay un cartel añoso que da la bienvenida al Parque Nacional João Vieira y Poilao. Hay una especie de refugio semicubierto para acampar que le resultaría básico a un boyscout. Y el resto es naturaleza pura, una verdadera isla desierta a cuatro horas en barco del hotel. Los bijagó consideran este lugar sagrado y lo reservan para ceremonias. Nada más lógico, por tanto, que miles de tortugas escojan cada año esta garantía de desovar en paz después de un viaje agotador. Solo un dato: entre 70 y 100 de ellas entierran cada noche sus huevos en este diminuto islote entre los meses de julio a noviembre. En las arenas de su playa tranquila se cruzan las madres futuras transpirando mientras paren sus huevos, y los recién nacidos de otras puestas corriendo hacia el mar. Contemplarlos solo con la luz roja del frontal y de la luna es asistir a un milagro a múltiples velocidades.
LA COMPLEJIDAD DEL ARCHIPIÉLAGO DE ORANGO
Pasear por la isla o navegar por sus aguas es constatar lo insólito de esta burbuja: un cerco constante de manglares, un mar sin apenas embarcaciones, pelícanos distendidos, playas libres de bañistas, kilómetros de costas y ninguna edificación… Un paraíso para el viajero. Un lugar complicado, sin embargo, para los locales. “Construimos un centro de salud porque no existía ninguno en la isla. Las parturientas nos despertaban en mitad de la noche para que las ayudáramos cuando se presentaba alguna complicación. Lo mismo si sucedía algún accidente”, explica Ferreira. “El Orango Parque Hotel es la punta del iceberg del trabajo de nuestra asociación. Abordamos desde la protección del medio ambiente a los derechos sociales y de salud de sus pobladores”, añade Maroto.
UN PUEBLO QUE NO VENDE NADA
Una de las experiencias más interesantes que brinda la estancia es conocer la forma de vida de ese pueblo bijagó. A cuarenta minutos a pie o cinco en un tuk-tuk (coches no hay en la isla), está su principal aldea o tabanca, Eticoga. En ella es posible conectar con un pueblo animista que sigue viviendo en armonía con su medio. Sus casas son de adobe y paja, cultivan poco y en pequeñas huertas, no producen bienes para su comercio, extraen de su hábitat lo imprescindible. Los hombres pescan y las mujeres mariscan ostras junto a los manglares. Este trabajo las obliga a abrirse camino fatigosamente por un mar de lodo cubiertas hasta la barbilla. Sin embargo, no tienen interés en rentabilizar su sudor ni exportar esta delicia. Las comen en familia en esa isla que su mentalidad ha preservado intacta.
AQUÍ MANDAN LAS MUJERES
Otra de las peculiaridades del pueblo bijagó ya dejó boquiabiertos a los colonizadores portugueses. Cuando en el siglo XVI asomaron por aquí se encontraron con que las mujeres no tenían que ser vírgenes antes de casarse, elegían a sus maridos y se divorciaban cuando les placía. De hecho tuvieron que firmar la paz con una soberana, Okinka Pampa, que contaba con otras mujeres en su gobierno. Su pueblo entero la adoraba.
Como vestigio de aquel matriarcado que aún fascina a los antropólogos, se puede visitar en Eticoga la tumba de Pampa. Hoy ese predominio femenino está en decadencia, aunque las mujeres siguen ocupándose de las importantísimas tareas místicas. Paseando por Eticoga se pueden ver aún a baloberas (sacerdotisas) junto a sus templos de adobe. Son mujeres que al recibir una señal mística, abandonan su vida privada (y sexual) y se dedican a tiempo completo a servir de puente con los espíritus. Es fuente de prestigio social, aunque también es un camino muy sacrificado.
TERRITORIO HIPOPÓTAMO
La forma de vida frugal y pacífica de los bijagó los convierte en unos vecinos excelentes. No tienen queja de ellos los más de 150 hipopótamos de agua salada que se mueven con soltura por la isla de Orango. Están tan cerca que a algunas noches es posible oírlos chapotear en el mar desde los bungalós del hotel. Lo mejor para verlos con detalle es hacer una pequeña excursión en barco hasta su laguna predilecta. Allí, después de caminar un rato por un paisaje salvaje, la escena es el sueño de un mirón. Junto a árboles rebosantes de nidos y a tan solo unos metros del observatorio, familias de hipopótamos ignoran al viajero inmersas en su vida doméstica. Su brama retumba en el pecho. Su boca rosada se abre casi hasta mostrar la campanilla. Las crías se les suben a los lomos y les dan bastante guerra.
Esta placidez no es casual. Desde los años ochenta no se les caza en la isla de Orango por su condición de reserva ecológica. Y se han vuelto confiados. En pocos lugares del mundo es posible pasar con ellos una tarde de merienda tan íntima como ésta.
LA BIODIVERSIDAD ERA ESTO
Los hipopótamos y las tortugas son cabezas de cartel, pero el festival de Orango y su entorno es inagotable. El biólogo Raúl León no gana para éxtasis. “Veo animales aquí que no están ni inventariados. Hago descubrimientos casi a diario”, explica este experto en fauna africana que organiza viajes especializados en colaboración con la Associaçao Guine Bissau Orango. No hace falta viajar mucho para entrar en trance. En la vegetación que rodea los bungalós, León ha visto la especie de mariposa más colorida de África. Regresando del poblado de Eticoga por las noches es habitual contemplar un ejército de luciérnagas como en pocos sitios quedan. En los trayectos en barco y de senderismo alrededor de las islas abundan los avistamientos de reptiles, delfines, flamencos, águilas pescadoras, pelícanos e infinidad de garzas. No hacen falta ni prismáticos ni expediciones azarosas. Es el viajero el que está en su territorio.
ESCALA EN BISSAU
El viaje hacia la isla de Orango exige hacer escala en Bissau, la ciudad que da nombre a esta Guinea. En su capital -hasta hace pocos años con constantes cortes eléctricos-, queda en evidencia la pobreza de esta república de África Occidental. Visitarla resulta, sin embargo, interesantísimo para conocer su historia, disfrutar del frenesí de sus mercados y hacerse con artesanía de buena calidad. Merece la pena la visita al memorial a Amílcar Cabral, el gran héroe revolucionario que luchó por una independencia cristalizada en 1974. También recorrer el barrio de Bissau Velho, la burbuja arquitectónica y urbanística que levantaron los colonos portugueses y que languidece a la espera de una rehabilitación pendiente. Respecto a la artesanía, uno de los productos más apreciados es el pano di pinti, un tejido elaborado a mano y considerado sagrado por las etnias Pepel y Manjaka.