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Destino

Qué ver en Chiang Mai, la rosa del norte de Tailandia

Los llaman nagas y son dioses en forma de serpiente que custodian las tradiciones y naturaleza de diversos países de Asia a través de sus ríos: desde Assam, en la India, al Mekong, pasando por el río Ping que surca Chiang Mai. Quizás eso explique por qué el corazón del norte de Tailandia es hoy un oasis donde modernidad y tradición se entrelazan de forma genuina a través de templos dorados, cafés camuflados entre hojas de bananera y bares de jazz que exhalan música para las bestias acuáticas.

En algún lugar de las afueras, alguien sacrifica un búfalo frente a un chamán, las sombrillas de colores engañan a la luz y un monje con túnica del color azafrán madruga antes que el sol pero parece llevarse todos los colores del amanecer. Postales de una ‘rosa del norte’ donde Tailandia se aleja del fragor de otras capitales como Bangkok para entregarse a una experiencia totalmente relajada.

Y es que Chiang Mai es una ciudad astuta, capaz de desviar cualquier movimiento instagrammer con su arsenal de templos dispersos y unos habitantes totalmente integrados con los mochileros que llegan hasta aquí siguiendo los susurros de las montañas y el aroma del café.

Qué ver en Chiang Mai

La vida de Chiang Mai se entiende de dos formas: a través de los alrededores del río Ping, donde la vida cotidiana de sus habitantes transcurre entre tuk tuks cargados de bolsas de verduras y templetes que se confunden con los arrozales; y después, tenemos esa otra vida contenida en el cuadrado de 2×2 km que forman diversos canales en el corazón de la ciudad.

Basta con surcar un puente rudimentario entre ambos bastiones para alcanzar un casco histórico que juega al despiste en todo momento. Avanzas por una de las calles, un aroma te embelesa, y en Nowhere Coffee Bewers descubres que años antes los tailandeses tuvieron la genial idea de sustituir el cultivo del opio por el café hasta reproducir tantas cafeterías como supermercados 7-Eleven.

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Entre mesas de madera, pequeños altares de ofrendas y música reggae, los viajeros se relajan, conversan, dicen que irán a Singapur, a la cercana Chiang Rai, que quizás se queden un tiempo. Cuando la lluvia cesa, cierras el GPS, no te hace falta, en el casco antiguo todo está cerca y sus serendipias te esperan en ese perfecto cuadrado franqueado por las murallas y el inundado foso. Recuerdos históricos que contienen templos tan fascinantes como el antiguo Wat Chedi Luang, antiguo chedi –o templo que custodiaba al Buda Esmeralda– asolado por un terremoto que le confiere ese aspecto de fascinante templo olvidado en una selva urbana.

Una callejuela y terminas en el Wat Phra Singh, con sus elefantes de un dorado superlativo que parecen emerger de la propia estupa. No te preocupes, aún quedan 300 templos y algunos highlights: por ejemplo, el más alejado, pero no menos imponente, Wat Suan Dok, famoso por duplicar las reliquias de Buda traídas por un monje, quien llevó la réplica al monte Wat Phra That Doi Suthep. Otro icono imperdible ubicado en las montañas de Chiang Mai e ideal de alcanzar a través de Monk’s Trail (o Sendero del Monje).

Una ruta entre bosques de bambú, los sonidos vegetales de los riachuelos y caminos que conducen a dos destinos: el mencionado Wat Phra That Doi Suthep, en lo alto de la colina (5 km desde el inicio del trekking) al que ascienden los peregrinos; o el más cercano pero no tan conocido Wat Phra Lat, un templo rodeado por escaleras de nagas esculpidos, cortinas de bambú y mariposas que conforman una postal onírica, ideal para mojar los pies antes de decidir el siguiente plan: seguir el rumor de cercanas cascadas, dejarte caer por Bor Sang, el pueblo de las sombrillas artesanales de Chiang Mai; o volver a tiempo a los templos del centro de la ciudad, donde los monjes aguardan a los turistas para sentarse a aprender inglés.

La relación entre viajero y local en Chiang Mai es orgánica y genuina, una frecuencia que peina la ciudad cada día a través de mercados como el Coconut Market (8-14h), ubicado en mitad de un cocotal; el Mercado Blanco, un cruce entre Tailandia y Japón a través de los textiles (15-22h): o especialmente, el Night Bazaar que se extiende a lo largo de Chang Klan Road a partir de las 6 de la tarde.

Aquí los puestos despliegan mares de amuletos y alhajas, los platos del dulce mango sticky rice evocan una especie de religión, los masajes se disfrutan en asientos de cuero desgastado y los food trucks se apoderan de las calles mientras alguien enciende velas en el canal para invocar la fortuna de los nagas.

Con los mercados comienza una noche en Chiang Mai que cada viajero entiende de una forma diferente: quienes nos sentamos a devorar un típico khao soi (sopa de noodles crujientes típica de la zona) en Writer’s Club & Wine Bar, un pad thai en Its Good Kitchen o la cocina vegetariana y multiétnica de Payos Shan Food.

Luego están los bares de música en directo como Paapu House, un café + hotel donde se congregan artistas, filántropos y músicos procedentes de todo el sudeste; o Go Go Jazz Bar, donde la bohemia flota a través de conciertos de jazz cada jueves a partir de las 7 de la tarde.

Y si al terminar, sigues a la noche, hay quienes buscan bares con marihuana a la carta y música tecno en las discotecas de Ratvithi Road, o acuden a los cabarets de labyboys en los bares LGBTQ+ que serpentean entre las afueras del casco histórico hasta rozar el río Ping.

De vuelta al hotel, alguien observa un cartel que ofrece excursiones para ver elefantes bajo la prohibición de montarlos, un avión roza las cúpulas doradas y los farolillos de papel se mecen con el viento. Los sonidos de las ranas emergen de las macetas tropicales y una cierta paz te envuelve. Solo entonces, la última vela colocada en el río para apaciguar a los nagas se apaga del todo.

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