La madre Rusia tiene dos vástagos predilectos, la soberbia Moscú y la delicada San Petersburgo, y entre ellos se reparten los elogios y visitantes. Sin embargo, hay otros ‘hijitos’ sueltos a lo largo y ancho de este inmenso país que versionan en chiquitito la suntuosidad de sus vecinos mayores. Un Cariño, he encogido a los niños aplicado a localidades por las que merece la pena hacer kilómetros y noches de hotel gracias a sus kremlins, sus singularidades y esa lucha arquitectónica y estética contra el horterismo patente de sus habitantes.
Sergiyev Posad
Esta ciudad es una de las paradas más coquetas del conocido como Golden Ring, un cinturón de localidades de notable belleza al nordeste de Moscú. Aquí todo gira alrededor del magnífico monasterio de San Sergio, el lugar más sagrado de la iglesia ortodoxa rusa. En su interior, decenas de iglesias, oratorios y estancias conforman una alucinógena visita donde cada tejado pelea por ser el más colorido. Entre ellas brilla la catedral de la Asunción o las tumbas de los zares de la familia Godunov. Y todas ellas sobresaliendo en un éxtasis de exhibicionismo y ostentación.
Sviyazhsk
El poderoso Volga, en ocasiones, es tan ambicioso y grandilocuente que genera inmensas lagunas en su recorrido. En uno de estos esparcimientos surge la pequeña península donde se asienta Sviyazhsk y donde nada puede ser feo. Su enclave natural ayuda mucho, pero, por si acaso, el hombre ha puesto su granito de arena con un delicado monasterio que hoy aún cuenta con monjes tras su restauración y restitución como edificio religioso. A ello hay que añadirle el hecho de que solo su centro histórico sobrevivió a la creación de la reserva de agua de Kuibyshev ya que se encuentra en lo más alto, al borde de un imponente acantilado.
Úglich
Cuando uno cree que ya lo ha visto todo en cuestión de cúpulas bulbosas, aparece el skyline de Úglich para poner un puntito más de locura caleidoscópica y formal. Paseando por sus calles y cielos, la mirada se topa con decenas de construcciones que son vestigios de la más histriónica y vieja arquitectura rusa. En este parque de atracciones visual, los contrapuntos de colores de iglesias como la de San Demetrio, San Teodoro o de la Madre de Dios se llevan todos los flashazos y los filtros (no siempre necesarios) de Instagram. Por su parte, las cúpulas de la catedral rematan este paseo psicotrópico muy recomendable.
Shlisselburg
Este conjunto monumental anexo a San Petesburgo (según la UNESCO) no sabe vivir sin su fortaleza insular y viceversa. Y es que el castillo de Oréshek es la estampa perfecta para cualquier atardecer ante el lago Ladoga. Situado en una isla, este baluarte fue una de las plazas más codiciadas en los conflictos que vivió esta región, por eso hoy resiste a duras penas, aunque sus seis torres son el mejor vestigio de su importancia. El pueblo que crece ya en el continente fue la consecuencia de su toma por parte de Pedro el Grande y aún conserva cierto encanto barroco. Sin embargo, su enclave más destacado es el canal del Ladoga y sus impresionantes compuertas de granito.
Pereslavl-Zalessky
Si se enumeraran todos los atributos y monumentos de este enclave, cualquiera pensaría que se está ante una señora capital. Sin embargo, Pereslavl-Zalessky basa su encanto en la desproporción, en combinar aleatoriamente edificios gallardos con barrios de pescadores que aún salen a faenar en sus barquitas por el lago Pleshchéyevo. En este juego constante, sus visitas obligatorias aparecen detrás de cualquier árbol, poblando cualquier explanada como es el caso de la catedral de El Salvador, el Monasterio de Goritski o el de Troitse-Danílov.
Kolómenskoye
Si hay alguna escapadita obligatoria y abordable desde Moscú, esa es la que lleva hasta la vieja residencia suburbana de los zares y nobles. Este conjunto, más que un pueblo, es un museo donde cada edificio tiene su importancia y está protegido. Es imprescindible dedicarle un buen rato a la original Iglesia de la Ascensión, Patrimonio Mundial y modelo para el resto de templos de estructura piramidal. Después ya viene el paseo constante por sus caminos así como otros hallazgos como la Iglesia de la Virgen de Kazán, las puertas del complejo o el impresionante palacio de madera de Alexéi I, el último que se conserva de este estilo y material.
Rostov Veliki
En los premios Oscars a las plazas más bellas de Rusia, la central de Rostov estaría entre las nominadas. Incluso entre las favoritas, por mucho que Meryl Streep (aka Plaza Roja de Moscú) siempre tenga todas las papeletas para ganar. El epicentro del Kremlin de Rostov es un reino gobernado por el impresionante campanario de la catedral de la Asunción, cuyas campanas pesan 32 toneladas cada una. Por lo tanto, no es de extrañar que el papel de la Iglesia haya sido clave en su consolidación y gloria. La culpa la tuvo un obispo metropolitano llamado Iona Sysóyevich, quien decidió que entre este gran templo y el lago Nero, la ciudad tenía que ser de ensueño, construyéndose su propio palacio y levantando calles y edificios que hoy parecen un decorado. Y sin embargo, son reales.
Myshkin
Myshkin es uno de esos puertos que justifican cualquier crucero por el río Volga. Tiene ese innegable encanto de aparecer en un recodo, amaneciendo entre los árboles en una preciosa pelea entre las copas y los tejados y cúpulas. A esta primera toma de contacto le sucede un pueblo que aún vive en el Siglo XIX y en la que todo parece ser muy delicado. El callejeo conduce a rincones excepcionales como la catedral o el Museo del Ratón, una especie de homenaje al animal del que toma el nombre la localidad.
Súzdal
Solo hacen falta dos conceptos para describir a la perfección Súzdal: ‘monasterios’ y ‘blanco’. De esta unión nace todo un muestrario alucinante de templos y conjuntos religiosos desperdigados por su geografía. De hecho, un tercio de los edificios están consagrados, por lo que el resultado es aún más piadoso y sorprendente. Puestos a elegir, el efecto inmaculado e impoluto del monasterio de San Eutimio Redentor y las hipnóticas cúpulas azules de la catedral de la Natividad de Nuestra Señora se llevan los mayores elogios. Eso sin olvidar las antiguas murallas.
Ivángorod
Este pueblito siempre ha estado marcado por su situación, justo en la frontera con Estonia. Por eso se le perdona su aspecto amenazante, aunque hoy en día sus almenas y torres son, más bien, la esencia de su encanto. Enfrentadas con el baluarte de la estonia Narva, estas murallas son su principal monumento y actualmente albergan un museo sorprendente que, lejos de ser el clásico alarde etnográfico, aprovecha sus gruesos muros para hablar de la cultura local. Entre su patrimonio no faltan ni los cuadros de Ivan Bilibin ni algunos manuscritos de Dostoievski.