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Destino

Los pueblos más bonitos de Croacia

No se puede negar la belleza natural y la armonía visual de estos pequeños pueblos de Croacia teñidos de azulérrimo marino, naranja teja y ocre pedregoso.

Croacia tiene mucho más que las murallas de Dubrovnik, las ganas de Zagreb, las playas salvajes del Adriático, los tonos turquesa de Plitvice y las increíbles islas que salpican el horizonte.

Su afán renovador y revitalizador se ha asentado también en pequeños pueblos donde nadie, ni las guerras ni los touroperadores pastelosos, han podido negar la belleza natural y su armonía con la Humanidad.

Y las tonalidades son las esperadas: azulérrimo marino, naranja teja y ocre pedregoso, pero no por ello deja de sobrecoger. ¡Nos vamos de ruta por los pueblos más bonitos de Croacia!

Poreč, el pueblo en torno al Times Square del siglo VI

Dejen un momento las fotos y las estampas propias de la costa de Istria para acudir a la basílica Eufrásica. El monumento por excelencia de Poreč es una insólita basílica de estilo bizantino cuyo interior es un estallido. O, mejor dicho, lo más parecido a Times Square en el siglo VI. Luces por todos los lados gracias al brillo del mármol y a los reflejos luminosos de sus mosaicos. Afuera sigue mandando la luz, aunque en este caso es la de un sol que se cuela entre los tejados de la ciudad vieja, que se ve atrapado en los toldos de colores y que suaviza el Mediterráneo.

Korčula, murallas y playas paradisíacas

Otro perfecto ejemplo de isla a la que cruzar para conocer su capital. Y en este caso, Korčula ejerce de imán y de qué manera. Sus soberbias murallas que se mojan los pies recuerdan a Dubrovnik y la convierten en un oscuro objeto de deseo turístico. Cuando se superan las fortificaciones, aparece la ciudad vieja perfectamente conservada donde no faltan la consiguiente catedral y otros edificios eclesiásticos. No obstante, la tendencia es regresar a su perímetro y atardecer con esta estampa perfecta, siempre y cuando no aparezcan soldados medievales que recrean peleas como la Moreška o la Mostra. Belicismo, pero del pintoresco.

Hvar, la Madeira del Adriático

La Madeira del Adriático tiene una capital atractiva como ninguna. Hvar destila el encanto propio de los puertos vertiginosos, de las poblaciones que se levantan entre montaña y costa, con el añadido de los pequeños islotes completando la postal. A su innegable potencial natural, sus habitantes le añadieron un gusto por la arquitectura que hace que su eclecticismo no chirríe. Las calles marmóreas e impolutas conducen a paseos como el Riva y a monumentos como la catedral de San Esteban o la Fortaleza Española. Y todo en miniatura y arrejuntado, ya que Hvar no suma más de 3000 habitantes.

Lastovo, rebosante de piedra, escaleras y tejados anaranjados

Esta micro urbe comparte nombre con la isla que gobierna desde lo más alto. Porque Lastovo siempre se mostró esquiva con el mar que le rodea, manteniendo una distancia prudencial y dependiendo de sus caprichos naturales lo menos posible. Por eso rebosa piedra, escaleras y tejados anaranjados. A eso hay que unirle que las guerras la respetaron y la mantuvieron siempre aislada, siendo en muchas ocasiones una leyenda como la Atlántida. Esa sensación de indómito, de anacrónico y eterno contagia un paseo deslizándose por los adoquines y las cuestas, así como asomando la cabeza en iglesias como la de San Juan Bautista, San Comas y San Damián o San José.

Rovinj, el apéndice perfecto de la península de Istria

La península de Istria está esculpida a mordiscos por un Adriático irascible. En este conflicto eterno surgen maravillosas penínsulas donde el hombre se ha encargado de poner paz, barcas y puerto. Este es el caso de Rovinj, el ejemplo más bello, el apéndice perfecto donde uno sueña con ser una barquita perezosa amarrada a su puerto o una casa preciosa de fachada alegre. En la panorámica tranquila de muelles y tejados asoman campanarios que rasgan el azul, como el de la inevitable basílica de Santa Euphemia. Y, por supuesto, el callejeo como deporte olímpico, como manera definitiva de acumular rincones inolvidables y esquinas trazadas para desorientar. No se me alarmen, el mar aparece en cualquier momento. No hay pérdida.

Komiza, casas ocres entre viñedos

A las mil razones naturales y domingueras que invitan a visitar la isla de Vis hay que añadirle una más: Komiza. El puerto más occidental de esta ínsula se reparte entre una línea costera que entra y sale del mar solo separada por las piedrecillas de su playa con sus casas ocres y cálidas y los viñedos que la rodean. Y es que, por momentos, las vides le roban minutos de gloria a las olas y dibujan paisajes idílicos como la ermita de San Nicolás. De regreso al corazón de este municipio, destaca la iglesia de Nuestra Señora de los Piratas (como lo oyen) o el novedoso centro comunitario, puro Art Nouveau cerquita del Adriático.

Motovun, uno de esos pueblos encantadores que dominan una colina

Situado en un promontorio en el centro geográfico de Istria, Motovun desde lejos parece ser la guardiana de la península. Cuando uno se acerca su estampa se suaviza y Motovun pasa a formar parte de la legión de ‘pueblos encantadores que dominan una colina’ y que hacen del mundo un lugar mejor. Subirlo es ir descubriendo una villa medieval donde no faltan las puertas de la ciudad, un ayuntamiento muy italiano y una iglesia parroquial curiosa. A eso hay que sumarle las correspondientes vistas de los alrededores y a las moderneces que poco a poco, e inspiradas por su festival de cine independiente, se instalan en las antiquísimas casas. 

Rab, ejemplo de la Croacia moderna y abierta

La reina de su isla homónima respira paz y tranquilidad. En el pasado fue un punto estratégico de la frontera de Dalmacia, pero hoy es un ejemplo de la Croacia moderna y abierta. Su mojo está en cómo sus antiguos edificios se asoman al mar, en cómo sus torres irrumpen en un horizonte parsimonioso y en descubrir verdaderas joyas arquitectónicas en su interior. Porque en este armonioso recorrido entre piedras asoma la románica e impresionante iglesia de Santa María y su campanario o las fantasmagóricas e irresistibles ruinas del convento de San Juan Evangelista. Pero, sobre todo, esa sensación constante de que Rab fue mucho y que quiere contártelo.

Bale, piedra y silencio

Bale es la Istria que se esconde en el interior, la que sabe –también– ser bella sin necesidad de reflejarse en el agua. Un pueblecito de los de verdad, de los de ‘toda la vida’ que se ha visto sofisticado por la proliferación de hotelitos de lujo y restaurantes potentes. Una especie de versión mejorada de sus vecinos costeros, contra los que compite con piedra desordenada, torreones y callejuelas adoquinadas. Y silencio, mucho silencio.

Šibenik, la joya por descubrir en Zlarin

La isla de Zlarin es una de las más soleadas del Adriático, y esto es de agradecer cuando el objetivo de nuestras vacaciones es disfrutar de los días de sol y playa rodeados de aguas cristalinas y el verdor de los pinares. Sin embargo, la Isla Dorada, como era conocida en el siglo XV, tiene mucho más que ofrecer: auténtica cocina tradicional dálmata y un patrimonio cultural e histórico por descubrir a paso lento… y decimos paso porque a la isla esta prohibido acceder en coche, deberás hacerlo en barco. Una atalaya en mitad del mar, rodeada de campiñas es Šibenik, que presume de antiguas fortalezas –de Santa Ana y San Juan– y de una catedral, la de San Jacobo (St. Jakov), declarada en 2001 Patrimonio de la Humanidad, entre otras singularidades, por su friso con 75 figuras esculpidas de hombres, mujeres y niños.

Pučišća, aquí todo es pedrusco organizado

Este puertecito es una de las agradables sorpresas que depara un día por la gran isla de Brač. Y es que Pučišća está tan orgullosa de su mampostería y su piedra que hasta tiene una escuela en la que se perpetúa el estilo reinante de esta localidad. Porque aquí todo es pedrusco organizado, tanto en los pavés de las calles como en las fachadas viejitas de las casas. En este idilio homogéneo de vez en cuando aparece el mar de fondo, algún palacio renacentista o un puerto colorido que se adentra hasta las costillas de esta localidad formando la población costera croata perfecta.

Nečujam, inspiración poética

No te dejes engañar por la modernidad de las casas de veraneo de Nečujam, asentado en la bahía más grande de la isla de Šolta. Aquí se respira paz y tranquilidad (su nombre en latín Vallissurda o la bahía de los Sordos proviene de su tamaño, donde cualquier sonido se amortigua y se convierte en un susurro). Tal es su calma que durante años sirvió como inspiración a los grandes poetas croatas Petar Hektorović y Marko Marulić, cuya casa sigue aún en pie en el centro del pueblo. Además de playas, pinos y un contemporáneo paseo marítimo, también hay calas, ocho en total: Bok Supetra, Šumpjivina, Podkamenica, Maslinica, Tiha, Bok od rata, Piškera y Supetar.

Fažana, con acento italiano

No te sorprendas si al llegar a esta pequeña villa marinera de la costa occidental de Istria te hablan en italiano, idioma que domina la totalidad de sus habitantes. Tampoco si te sirven platos tradicionales con el mismo acento. Esto se debe a su cercanía y relaciones históricas con Italia. Situada frente al Parque Nacional del Archipiélago de las Islas Brijuni, Fažana presume de gastronomía (las sardinas se preparan de 100 maneras diferentes), pero también de historia (en la época romana era conocida por la producción de ánforas). Dos curiosidades: Larondinella, su calle más corta y estrecha, recibe el nombre de ‘pequeña golondrina’ (larondinella, en italiano), porque según los antiguos lugareños era tan angosta que solo este pájaro podía volar por ella, y su iglesia de san Kuzme i Damjana se encuentra en el punto más bajo de Istria, a tan solo un metro sobre el nivel del mar.

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