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Destino

Los 20 pueblos más bellos de la Toscana

En Italia hay tantas localidades hermosas que desde hace años cuentan con una asociación encargada de catalogar y velar por su belleza e integridad, I Borghi più belli d’Italia. En la Toscana la competencia es dura. Estos son los afortunados 20 pueblos más bellos.

Y si hay algo que caracteriza a los toscanos es su afán por preservar su rico acervo cultural y su legado natural. Entre este atractivo legado se encuentran sus pueblos.

Más allá de Florencia y Pisa, la Toscana italiana es una región repleta de pequeños pueblos con un encanto abrumador. Casi cada uno de ellos tiene un gran patrimonio natural, arquitectónico y cultural en el que perderse -o encontrarse- difícil de encontrar en otros países del mundo en tan poco espacio y con tanta calidad.

Para preservar y proteger estos monumentos nació en marzo de 2001 «I Borghi più Belli d´Italia» -Los Pueblos más bellos de Italia- una asociación que actualmente cuenta con más de 180 pueblos italianos. Para formar parte de ella, estos «borghi» tienen que tener su origen en el periodo de tiempo que va desde la Edad Media hasta el Renacimiento y haber sido construidos alrededor de un castillo o de un palacio perteneciente a una familia noble. Además, muchos de ellos están o estuvieron protegidos por una muralla.

Como nombrar y ver todos los estos bellos pueblos de Italia en la misma escapada es prácticamente imposible, te proponemos una ruta por los 20 pueblos de la Toscana italiana que forman parte de esta asociación y que son los más bellos de la región. Para conocerlos, también te recomendamos esos platos que no puedes dejar de degustar en cada uno de ellos, lo más típico y delicioso.

Anghiari

Muy cerca de Arezzo aguarda este borgo medievale hecho en piedra y encaramado en lo alto de una colina sobre el Alto Valle del Tíber. Su centro está atravesado por estrechas callejuelas, palacios señoriales, tiendecillas locales (especialmente de antigüedades y productos artesanos) y varios museos entre los que destaca el de Anghiari y su Batalla, donde se narra la historia de la localidad, la de su famosa batalla y la de la misteriosa pintura perdida de Leonardo sobre dicha batalla.

Para comer. Más que dónde, importa el qué. Su plato típico es el bringoli: un tipo de espagueti artesano que se acompaña con salsa de funghi porcini del bosque o con una salsa de ternera raza chianina. La ciudad forma parte de la red Slow y, como tal, todos sus restaurantes y trattorias son ejemplo de la buena cocina y cuidan mucho los productos de temporada.

No te lo pierdas. Pasear por la Antica Via di Ronda y recorrer su recinto amurallado.

Giglio Castelo

La isla de Giglio también cuenta con una de las localidades más bellas de Toscana. Un pueblo medieval construido en un recinto circular amurallado que corona lo alto de una colina con vistas al Mediterráneo. Posee restos etruscos y romanos, y en el bajo medievo pasó a ser refugio de paz de monjes cistercienses hasta que durante los siglos X-XII las familias dirigentes de Pisa construyeron el burgo y la fortaleza amurallada. De esta época data su Rocca Aldobrandesca, castillo que da nombre a uno de sus cuatro barrios, junto a los de Casamatta, Centro y Cisterna.

Para comer. Las especialidades isleñas son la pasta y el pescado, y un buen lugar para probar cualquier sugerencia del chef es Il Grembo, situado en una de las callejuelas del casco histórico.

No te lo pierdas. Una visita a la iglesia de San Pedro Apóstol, desde donde se disfruta de unas vistas de infarto de toda la isla.

Castiglione di Garfagnana

De nuevo una fortificación que surge por su ubicación estratégica y militar se ha convertido en uno de los símbolos de la belleza arquitectónica toscana. Castrum Leonis, como se llamó en su época más remota, es hoy una pequeña localidad de piedra con una peculiar fortaleza –rocca– compuesta por tres torreones dueños de unas vistas privilegiadas de todo el valle de la Garfagnana, con el macizo de los Alpes Apuanos hacia el oeste.

Para comer. No se puede uno ir de aquí sin probar su polenta de castañas con cerdo, las necci (un tipo de focaccia hecha con harina de castañas) acompañadas de sus quesos típicos, así como los platos a base de funghi y trufa.

No te lo pierdas. Imprescindible pasear por el interior de su recinto amurallado, que es donde se condensa la esencia de este pueblecito de edificios y plazas renacentistas e iglesias como la de San Pedro y la de San Miguel.

Montescudaio

Buenos caldos DOC, tintos y blancos, cereales y aceitunas aliñan la visita de este delicioso pueblecillo asomado al valle de Cecina, que nada tiene que ver con el embutido leonés sino más bien con la fabricación de escudos. En su recorrido hay interesantes edificios como la Torre della Guardiola, los palacios de las familias nobles de Marchionneschi, Ridolfi y Guerrini o la iglesia de Santa María Asunta.

Para comer. La localidad es famosa por su pan sin sal, como manda la tradición toscana, con el que aderezan muchos de sus platos, en especial sopas como la de alubias, la de garbanzos o la llamada lombarda, con muchas verduras.

No te lo pierdas. Las vistas desde el Piazzale Castello, desde donde se pueden ver las islas Gorgona y Capraia y, con un poco de suerte, también un pedacito de Córcega, el cabo Corso.

Poppi

Este pequeño pueblo y su imponente castillo –símbolo del poder de los condes de Guidi– coronan una colina sobre el valle del Casentino. La fortaleza posee una estructura que recuerda al Palazzo Vecchio de Florencia, pues no en vano fue Arnoldo di Cambio quien le dio forma. Su característica más llamativa es la torre central y en su interior conserva espacios de interés, como la Biblioteca Rilliana, con manuscritos de gran valor y una capilla con importantes frescos.

Para comer. El tortello de patatas –como un ravioli grande relleno de patata– es su plato típico, que se puede acompañar de diversas salsas con carne, setas, etcétera.

Consejo. Son típicas en Poppi, y en todo el Casentino, las prendas elaboradas con paño de lana, por lo que es el lugar para comprarlas.

Santa Fiora

Es un pequeño pueblo de postal, con su iglesia, sus casas de piedra y sus tejados de teja roja. Santa Fiora se divide en tres secciones: Castello (la más antigua, con una plaza medieval, el Palazzo dei Conti Sforza, dos torres y algunos restos más de la antigua fortaleza de la familia Aldobrandeschi), el Borgo (con el Santuario del Santo Crucifijo, la piazzetta y el ghetto de los judíos) y Montecatino (la zona más nueva del casco antiguo, con la Peschiera, un precioso jardín con la iglesia de la Virgen de las Nieves y el manantial del río Fiora).

Para comer. Aquí son muy típicas la sopa pobre denominada acquacotta y la polenta de castañas.

No te lo pierdas. La puerta de entrada al Borgo, la Porticciola, ofrece un punto único para admirar el paisaje que se extiende más allá del pueblo, con la estampa toscana del valle del río Fiora y de los montes Calvo y Labbro.

Coreglia Antelminelli

Enclavada entre los Alpes Apuanos y los Apeninos tosco-emilianos (y muy próximo a Barga), el paisaje boscoso del entorno se enriquece con la vista armoniosa de esta pequeña localidad enrocada, con casas de colores cálidos y tejados rojizos y una torre campanario que rompe la altura media de sus construcciones y es su principal seña de identidad. Se trata de un vestigio de su pasado como fortificación que, con los años, pasó a convertirse en el campanario de su adyacente iglesia de San Miguel.

Para comer. La propuesta estrella son i tagliarini co’fagioli, es decir, tallarines con alubias, pero, ojo, hablamos de un plato invernal de cuchara. También sabrosos son sus cornocchi all’ortiga, un plato típico a base de salchichas, alubias y hojas de ortiga.

Consejos. Si viajas en agosto, no se pierda su Ferragosto (día 15), que celebra una Jornada Medieval con un cortejo histórico que acaba con una ofrenda a la virgen de la iglesia románica de San Martín.

Ortignano Raggiolo

No llega a los mil habitantes este pequeño pueblo de piedra (formado por dos aldeas, Ortignano y Raggiolo) que presume de ser uno de los más bonitos de la Toscana. No tanto por sus monumentos y edificios nobles, pues a lo largo de las guerras los ha ido perdiendo, sino por su discreto y armonioso encanto. Corona una colina circundada de bosques de castaños que también están muy presentes en su Ecomuseo. Su único vestigio medieval es la fachada de la iglesia de San Miguel.

Para comer. Las castañas son el producto estrella de esta localidad y de la zona, y con ellas se hacen platos típicos como la polenta de castañas con ricotta.

Enclave singular. El viejo puente del Usciolino, que con un solo arco atraviesa el río Teggina y ofrece desde su enclave un escenario de cuento de hadas.

Castelfranco Piandiscò

Fue fundado en 1299 siguiendo la estructura del típico castro romano y, como tal, crece con el objetivo de ser un puesto avanzado para la defensa de la república de Florencia, pero no por ello se descuidó ni un ápice su arquitectura. De esa época son, entre otros, su Palazzo Comunale, la Torre d’Arnolfo (fue quien diseñó la mayor parte del burgo) y sus murallas (hoy perdidas). La localidad es tan hermosa e idílica –crece en una meseta sobre las formaciones rocosas de areniscas características de esta zona, balze– que se dice que Leonardo la usaba de modelo en muchos de sus cuadros.

Para comer. En la Osteria Le Balze saben preparar las mejores viandas de la zona, con buenas carnes, embutidos, sopas y pasta.

Enclave singular. Más que un lugar es un recorrido de seis kilómetros llamado del Acqua Zolfina, que permite llevarse la postal de su naturaleza salvaje salpicada de roquedales de areniscas, viñedos y olivos. Y un poco más al norte se alcanza la antigua Via dei Setteponti, poco transitada y poblada de pequeñas iglesias románicas, castillos en ruinas y casas-torre.

Montemerano

A dos pasos de las famosas termas de Saturnia, esta pintoresca localidad de piedra está sembrada de iglesias de todos los tamaños y estilos. Posee un triple cinturón amurallado que se fue construyendo a medida que fue creciendo (entre los siglos XIII y XV) y cambiando de manos entre las potentes familias de nobles toscanos. En su interior todo se ha conservado como si el tiempo se hubiera detenido hace más de 500 años. Es verdaderamente una joya.

Para comer. La especialidad del pueblo son sus tortelli di Montemerano, que llevan ricotta fresca, hierbas aromáticas, espinacas y, por supuesto, ragú de carne.

Enclave singular. La pequeña iglesia de San Jorge es el monumento religioso más importante de la Maremma toscana meridional, ricamente decorada con frescos, pinturas y estatuas a lo largo del siglo XV.

Buonconvento

Es pequeño y todo en él está concentrado, como sus excelentes vinos y su afamada trufa blanca. Antiguamente era lugar de paso en peregrinajes –la Vía Francígena– y dicen que de ahí le viene el nombre, de su buena hospitalidad. Hoy es escala en otra interesante ruta, la llamada Crete Senesi, caracterizada por las formaciones geológicas arcillosas del lugar. Esta materia prima es la responsable de los ladrillos tan típicos de esta zona y que se pueden ver en el mismo Ayuntamiento de Buonconvento.

Para comer. En Da Mario, porque hasta los locales aseguran que en esta trattoria se cocina lo mejor del pueblo y muchos italianos peregrinan los fines de semana para probarlo.

No te lo pierdas. Su prominente cinturón amurallado del siglo XIV, de estilo claramente sienés y con únicamente dos puertas de acceso, la norte y la sur.

Porto Ercole

Este pueblo marinero conoció su máximo esplendor bajo dominación española, en el siglo XVI, periodo en el que se amplió su fortaleza y se añadieron tres fuertes defensivos más. Armoniosa y coqueta, su visión desde el mar merece la pena. A su casco histórico, amurallado, se accede por una puerta gótica coronada por la llamada Torre del Reloj.

Para comer. Este pueblo es el lugar donde desquitarse tras comer carne a todas horas en las demás localidades toscanas. Aquí reinan las sardinas, y su versión más típica es en sopa.

No te lo pierdas. Es muy interesante visitar la Rocca Spagnola o Aldobrandesca, por sus vistas y por su museo interior lleno de la historia del lugar.

Sovana

Esta preciosa y minúscula localidad medieval se recorre a pie en un agradable paseo, como quien visita un museo de historia al aire libre. Su arquitectura muestra joyas como la iglesia de Santa María Mayor, el Palazzo Pretorio del siglo XIII, el renacentista Palazzo Bourbon-Del Monte, la casa natal del Papa Gregorio VII (de linaje Aldobrandeschi), el Palazzo dell’Archivio o la Rocca Aldobrandesca. Nada mal para un pueblecillo que no llega a los 500 habitantes y que también atesora raíces etruscas, como se puede ver en su necrópolis, una de las más hermosas de la Toscana.

Para comer. El buglione de cordero, que lleva romero, ajo, vino tinto DOC de Sovana, tomate y chile.

No te lo pierdas. El Duomo o catedral de los Santos Pedro y Pablo es uno de los ejemplos del románico gótico más importante de la Toscana; y el llamado Tesoro de Sovana, que está compuesto por unas 500 monedas de oro, del siglo V, encontradas durante unos trabajos en la iglesia de San Mamiliano. Se pueden contemplar en el museo de la iglesia.

San Casciano dei Bagni

Desde tiempos inmemoriales la localidad de San Casciano dei Bagni ha sido asociada a las sulfúreas fuentes termales que propiciaron su fundación y desarrollo, como manda la costumbre toscana, sobre una colina circundada de verdes cipreses, robles y pinos que dan paso a elegantes bosques. De su centro destaca la iglesia de San Miguel Arcángel, la Colegiata de San Leonardo y su castillo, meca hoy de numerosas bodas entre las parejas de la región. Además de sus baños termales, cuenta con una Denominación de Origen tanto para su vino tinto –Chianti Colli Senesi– como para su aceite de oliva.

Para comer. La especialidad del lugar es dulce y se llama ciaffagnoni, una especie de crêpe que se presenta con queso de oveja o, simplemente, con azúcar.

No te lo pierdas. Las vistas que desde la Piazza Metteotti se obtienen de la campiña toscana.

Suvereto

En el mes de julio acoge un festival medieval; en agosto rinde honores, aunque fuera de temporada, al fungo porcino; en septiembre se dedica al Simposio di Bacco, cuya temática no necesita mayores presentaciones; y entre los meses de noviembre y diciembre se traslada de nuevo al Medievo para celebrar los productos de la tierra y sus tradiciones más seculares. Con vistas a la Costa Etrusca maremmana, una arquitectura muy armónica y de corte claramente medieval, la localidad parece dulce y perennemente anclada en este periodo.

Para comer. El jabalí manda y un buen lugar para degustarlo en cualquiera de sus salsas es la Osteria l’Ciocio.

No te lo pierdas. Visita alguna de sus excelentes bodegas, como la Cantina Petra, con una original arquitectura y tours guiados por sus viñedos y por el proceso de producción del vino.

Loro Ciuffenna

Situada entre el río Arno y las colinas que preceden a la montaña de Pratomagno, esta localidad está sembrada de iglesias de todos los tamaños y estilos, del románico al barroco, pasando por el gótico –muy poco extendido en tierras italianas– y el renacentista. Una de sus postales más típicas es la de sus casas medievales de piedra que cuelgan sobre el río Ciuffenna y su hermoso puente antiguo, también de piedra.

Para comer. Pasta fresca con trufa blanca, excelentes carnes y los famosos crostini di fegatini (tostas con hígado de pollo) son algunas de las especialidades de Il Cipresso, una apuesta por la calidad y la originalidad.

No te lo pierdas. La iglesia de San Pedro en Gropina, una obra maestra del románico y una de las más hermosas de la Toscana. Fue construida sobre otra de origen paleocristiana.Pitigliano

La visión de su estético perfil ya cautiva desde lejos: una imponente ciudadela de piedra que corona la cima de una meseta volcánica. En su interior se despliegan estrechas callejuelas de piedra, escaleras y pasadizos excavados en la piedra volcánica. Fue feudo de la poderosa familia Aldobrandeschi y desde el siglo XVI se convirtió en el hogar de muchos judíos expulsados de otros rincones de Europa, de ahí su apelativo de Piccola Gerusaleme.

Para comer. La trattoria La Chiave del Paradiso es la mejor opción para comer a cuerpo de rey por un precio moderado y en un ambiente cálido y muy toscano, amigable.

No te lo pierdas. Uno de los mejores vinos de la Maremma toscana se hace aquí, el Bianco di Pitigliano.

Barga

Encuadrada entre las verdes colinas del norte toscano de Lucca y rodeada de cipreses, sus calles siguen la estructura de una telaraña donde conviven armoniosamente plazas y monumentos de los siglos XII al XIV, como sus puertas de acceso, su monasterio de las clarisas, el conservatorio de Santa Isabel, el Duomo, la iglesia barroca de Santa Annunziata, el palacio Pretorio, el de Balduini o los nobles de Bertacchi, Pieracchi y Mordini.

Para comer. Scacciaguai, que literalmente significa desterrar a la mala suerte, en realidad atrae a muchos y buenos comensales debido a sus propuestas –a buen precio– tanto típicas como innovadoras, entre las que destaca su tarta de queso de mozzarella y tomate o su pasta hecha con harina de castañas.

Una curiosidad. Si te gustan las castañas, este es su lugar. En otoño cuenta con una fiesta propia y hasta el célebre poeta Giovanni Pascoli –muy unido a esta localidad– dedicó una poesía a este fruto.

Cetona

Situada al sur de Siena, en lo alto de una colina y rodeada de pinos y cipreses, dada su belleza y tranquilidad representa el pueblo toscano del imaginario colectivo. No extraña, por tanto, que desde los años 60 del siglo pasado sea muy deseado, como lugar de reposo vacacional, por numerosas personalidades italianas. Más allá de sus iglesias, palacetes y plazas, aquí se pueden visitar también interesantes bodegas y tiendas artesanales de productos gastronómicos –su aceite es renombrado–, cerámica, zapatos y joyas.

Para comer. En la Osteria Vecchia da Nilo los clientes se rifan sus pici all’aglione, una pasta gruesa artesanal que lleva mucho ajo, cayena y tomate.

Una curiosidad. El último domingo de carnaval la gente se disfraza con trajes de época y máscaras, y asiste a un desfile de carros.

Scarperia e San Piero

Este pequeño burgo fortificado fue fundado con el nombre de Castel San Barnaba en un punto conocido como scarperia (zapatería), por estar a los pies del Apenino. Posee uno de los centros históricos más ricos de la zona del valle de Mugello, cerca de Florencia. En especial por su Palazzo dei Vicari, del siglo XIV, que recuerda al Palazzo Vecchio de Florencia. Presenta una forma de fortaleza en su cara externa y una estética más palaciega en su fachada orientada hacia la plaza central.

Para comer. En la zona es muy apreciada la papa al pomodoro, un plato pobre pero delicioso y muy sencillo de copiar: espagueti con ajo, tomate y albahaca.

No te lo pierdas. Los cuchillos son su producto artesanal más renombrado desde tiempos remotos y todavía hoy supone una importante fuente de ingresos

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