Obras de arte en cada esquina, mensajes estimulantes, tonos llamativos, ‘lobby’ multimedia con sillas de plástico gelatinoso para experimentar… El fin de este ‘retoño’ de la marca Nhow, la más rompedora de NH, es sorprender.
«Planes para conquistar el mundo y otros apuntes». Es la declaración de intenciones que reza en la portada del bloc de notas aposentado sobre la mesilla de noche de la habitación. Imposible no reparar en él: es naranja chillón, igual que las etiquetas de la maleta, la tarjeta con la que abres la puerta o las amenities y el espejo del baño, que da la bienvenida con un enérgico «Isabel, you look amazing!!!». También es el tono del jugo de naranja, zanahoria y jengibre con el que te reciben en el también vitamínico lobby, estampado, claro está, en el mismo color.
Es una de las señas de identidad del Nhow Milán, uno de los tres retoños que la marca más camaleónica, moderna y atrevida de la cadena hotelera NH tiene en Europa, Nhow. Los otros dos están en Berlín, donde el rosa lo impregna todo, y en Rótterdam, que le da al rojo. También cuentan con otra pica en Santiago de Chile y planean plantar más en Londres, Frankfurt o Lima. Sea como sea, aquí va una razón para el butano milanés: así lucían los tranvías de la ciudad.
No en vano, su espíritu creativo y artístico se cuela en el hotel italiano, levantado en lo que fuera la central eléctrica de Tortona, a dos pasos de los míticos Navigli y que ha pasado de zona industrial a barrio de moda repleto de showrooms, estudios de arquitectura y museos como el de la Cultura de Milán (Mudec) o el de Armani/Silos. La misma tendencia sigue el resto de Nhow: situarse en zonas urbanas que han lavado su cara y se han venido a más. «Aquí la única regla es que no hay reglas», resume Giovanni Testa, director general del pupilo italiano.
El objetivo es sorprender y hacer que el huésped (desde Brad Pitt, Rihanna, Edward Norton o Zlatan Ibrahimovic, que siempre piden el penthouse de 280 metros cuadrados, dos plantas y megabañera) suelte un «wow» nada más atravesar la puerta. Ésta se transforma aquí en un túnel a modo de video-wall en el que se suceden pantallas multimedia y que desemboca en el lobby, con sillas de plástico en plan gelatinoso que se adaptan al cuerpo pensadas para «experimentar», continúa Testa. El suelo, en cambio, es transparente, para dejar ver las distintas piezas de arte colocadas bajo un cristal. Éstas se repiten en forma de exposición itinerante por las cuatro plantas del edificio, incluida la azotea, en la que se puede tomar un café o un cóctel, o las zonas de los ascensores. La última está reservada a artistas noveles. «Todas las obras están en venta y se renuevan cada tres meses para que el cliente que vuelva se encuentre siempre con algo nuevo», explica Elisabetta Scantamburno, directora de Arte del hotel. El precio de algunas de estas piezas ha alcanzado los € 180,000.
A ese espíritu de asombro han contribuido tanto el diseñador del restaurante de alta cocina local, el reputado canadiense de origen egipcio Karim Rashid, como el del resto del hotel, el italiano Matteo Thum , creador de un ambiente «disruptivo, alegre, vivo, rompedor». Esto lo ha logrado, por ejemplo, con los grafitis estampados en las puertas de las habitaciones, de color oscuro, igual que los pasillos, que contrastan de forma radical con el interior de las suites, luminosas, amplias, diáfanas, acogedoras. La idea es cumplir con el lema de «eleva tus expectativas». De ahí que dormir sea casi lo de menos. Y eso que las 246 habitaciones invitan a ello. En especial, el ya citado penthouse donde lo suyo es marcarse una fiesta privada en toda regla. Y ocurre a menudo…