A sus 99 años, La Mamounia ha sido elegido el mejor hotel del mundo. Y no es la primera vez. Lo que sí es novedad es el espacio que la ‘Gran Dama de Marrakech’ esconde bajo su mítico jardín de las Mil y una noches: una enoteca con 2.000 botellas para disfrute de 12 personas. Es una de las propuestas más exclusivas hasta la fecha de este símbolo del país.
Para los viajeros más sibaritas, la reciente reapertura de Marruecos al turismo tras la pandemia significa volver a La Mamounia, el célebre hotel en el corazón de Marrakech que en el último siglo ha sabido entretejer como pocos el glamour y la belleza, el hedonismo y la leyenda, la vanguardia y la más delicada artesanía.
«El lugar más maravilloso del mundo», como diría Winston Churchill, ha mudado de piel en los últimos tiempos. Eso sí, con toda la sutileza que destila aquella famosa paradoja que escribió Tomasi di Lampedusaen El Gatopardo:«cambiar todo para que todo siga igual».
De ahí que una de sus últimas grandes propuestas esté discretamente escondida en su jardín de las Mil y una noches… bajo tierra. L’Oenothèque es un pequeño y maravilloso búnker con el que fantasea todo amante del vino y, desde su creación en la última y reciente reforma del hotel, es también uno de los tesoros peor guardados de la Ciudad Roja.
L’Oenothèque
A esta enoteca se accede a través de una carpa, o quizá es una lámpara de Aladino, quién sabe, frente a la piscina. Dos tramos de escalones conducen a un festival de 2,000 botellas excepcionales dispuestas alrededor de una mesa para doce personas. La pieza más deslumbrante, sin embargo, no es ninguno de sus grands crus, sino un enorme candelabro hecho con cuerda por artesanas locales.
Acomodados en sillones de la casa italiana Pedrali, los comensales pueden elegir uno de los menús degustación que ofrece el hotel. La experiencia arranca con el sumiller que lleva las riendas de la velada. Lo que viene en un primer instante es un Ruinart Blanc de Blancs, un «champagne clásico, que va perfecto con la textura del salmón islandés con caviar Kaviari y el foie gras posterior». En un segundo tiempo entra en escena un chenin blanc de la región del Loira para la lubina y un Burdeos para los carnívoros.
La enoteca es el último de los espacios que La Mamounia ha incorporado durante la pandemia. A su extensa lista de artesanos y arquitectos, sumó hace dos años el talento del dúo formado por el francés Patrick Jouin y el canadiense Sanjit Manku. Los diseñadores, famosos por transformar establecimientos con solera y marcas de lujo han insuflado un aire de modernidad al palacio, antes más oscuro y más solemne, y han creado nuevas propuestas gastronómicas.
Junto a L’Oenothèque, es novedad el salón de té del pastelero Pierre Hermé, uno de los más reconocidos del mundo, donde preside una espectacular lámpara de más de 600 cristales y una fuente, una de las 28 del hotel, que hacen que esté donde esté el huésped no deje de escuchar el sonido del agua.
En la nueva Mamounia el ojo del observador viaja a otros lugares más allá de ese jardín de palmeras esbeltas y olivos centenarios donde Hitchcock se inspiró para crear Los pájaros. Huéspedes y curiosos pueden comprobar (y saborear) también la huella de los diseñadores en la trattoria y en el asiático que capitanea el estrellado chef Jean-Georges Vongerichten.
¿Y qué ha ocurrido en el mítico bar Le Churchill? El primer ministro británico seguramente aprobaría el último cambio. Hoy emula a un antiguo vagón de tren de lujo, un guiño a la Compañía de Ferrocarriles de Marruecos, a la que aún pertenece el establecimiento 99 años después de su nacimiento. Qué ocurrirá cuando cumpla un siglo es todavía un secreto. De momento, los lectores de la revista Condé Nast Traveler han vuelto a elegir a La Mamounia en sus premios anuales como el Mejor hotel del mundo.