La reciente apertura del hotel Wilmina en Berlín, una antigua penitenciaría para mujeres transformada en alojamiento de lujo, invita a revisar esa curiosa afición por hospedarse en antiguas celdas. Opciones hay en Helsinki, Liubliana, Boston, Londres, Ámsterdam o en el parador de León, España.
Durante décadas, tras las puertas del número 78 de Kantstrasse, una de las calles más concurridas del Berlín Oeste, permaneció oculto un lugar ajeno a los restaurantes asiáticos de moda y hoteles boutique que proliferaban a su alrededor. Entre sus muros de ladrillo decimonónico albergó hasta 1985 una cárcel exclusiva para mujeres, donde fueron encerradas las primeras mujeres en los años cuarenta por oponerse al régimen nazi.
Ahora pintado de blanco y con florituras en la fachada, el antiguo alambre de espino que serpenteaba los arcos del patio ha dado paso a un acogedor jardín que da la bienvenida a las luces colgantes y la imponente balaustrada del hotel Wilmina.
No obstante, el estudio de arquitectura que orquestó su reforma, Grüntuch Ernst, asegura que la historia del edificio por muy contradictoria que suene ha guiado su transformación para convertirlo en lo que es hoy en día: un lujoso alojamiento con todo tipo de comodidades y un puntero restaurante llamado Lovis. “La obra implicó invertir toda la estructura del espacio y su significado, al pasar de un espacio antisocial como es una cárcel hasta convertirse en un lugar acogedor donde emprender un retiro elegido deliberadamente”, citan en su página web.
Un ejemplo es su Amtsalon, el antiguo tribunal penitenciario convertido ahora en sala dedicada al arte y la cultura. A pesar de mantener casi intacto el antiguo corredor, las lujosas habitaciones del Wilmina poco tienen que ver con las celdas que ocuparon sus primeras inquilinas a mediados del pasado siglo. En la antigua sala de reuniones de los carceleros, por ejemplo, se halla un espacioso loft de 75 metros cuadrados que incluye salón, chimenea y cocina equipada donde hospedarse a partir de los 500 euros la noche. Para no olvidar la función histórica del edificio, los propietarios decidieron mantener una celda en su estado original tras la escalera trasera. Los huéspedes que la visiten podrán además hojear documentos recopilados sobre su historia desde que fuera construido en 1898 como tribunal de justicia y registro de la propiedad.
Esta reciente reconversión de cárcel en alojamiento de diseño no es un caso aislado en Europa. El hotel Katajanokka de Helsinki (Merikasarminkatu, 1), en el barrio portuario del mismo nombre, nació entre los muros de uno de los edificios con más historia de la capital finlandesa.
Edificado en 1837, ocupó el centro penitenciario de investigación de la ciudad hasta comienzos del siglo XXI. Tras una extensa renovación, reabrió sus puertas en 2007 como un alojamiento moderno y vanguardista, manteniendo su estructura original de ladrillo rojo, las escaleras de metal y la galería (cubierta actualmente de una moqueta de colores) donde confluían las celdas de los presos. Estos aposentos son ahora modernas habitaciones de techos altos, camas mullidas y cortinas de terciopelo rojo que invitan al descanso. Como todo alojamiento finlandés, cuenta con una sauna abierta los fines de semana, y han reformado la capilla penitenciaria en un reclamo para bodas y fiestas privadas.
Más terrenal pero con un alto componente artístico, el hostal Celica en Liubliana (Metelkova ulica 8) pone al alcance de todos los bolsillos la experiencia de dormir en una auténtica celda. Ubicado en una prisión militar del antiguo imperio austrohúngaro, cayó en manos del Ejército Popular Yugoslavo tras la II Guerra Mundial y se mantuvo en funcionamiento hasta la independencia de Eslovenia en 1991. Tras el intento fallido de albergar un centro multicultural, las autoridades ordenaron su derribo, algo que causó la indignación de los artistas locales que ocuparon el edificio. Algunos de ellos junto al arquitecto Janko Rožič impulsaron la creación de un lugar acogedor y abierto, un albergue que conectara a viajeros y artistas de todo el mundo, los mismos que dejarían su huella en forma de murales sobre una veintena de celdas convertidas en habitaciones y dormitorios compartidos (desde 24 euros la noche). Como contrapunto bizarro, se puede visitar una celda de aislamiento reconvertida en cámara oscura y el llamado Punto de Paz, un antiguo calabozo que acoge ahora un espacio para la meditación y otras prácticas espirituales.
De cárcel a hotel de cinco estrellas
Las grandes cadenas hoteleras también han sucumbido ante el oscuro encanto de pernoctar en un campo de reclusión. Las vistas al río con las que fantaseaban en el pasado los prisioneros de la antigua cárcel de Charles St, en Boston (Estados Unidos), ahora son codiciadas a precios astronómicos por los huéspedes de The Liberty (Charles St, 215). Perteneciente a la cadena de lujo Marriott, ese alojamiento carga de ironías su propio nombre, ya que esta joya de la arquitectura bostoniana en granito fue el hogar de reclusos legendarios como Malcolm X o los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, ejecutados en la silla eléctrica por un asesinato que no cometieron. El estudio Ann Beha Architects es el autor de su nueva etapa, con 298 habitaciones y suites (a partir de 343 dólares) y un patio abierto junto magníficas vistas a la ciudad. Frente a los barrotes originales que conserva su distinguido restaurante Click o las ventanas en hierro forjado de la época industrial, las rondas nocturnas del pasado se han cambiado por exposiciones de arte, desfiles interactivos de moda y música en vivo cada noche en su lobby circular.
El Four Seasons Sultanahmet (Tevkifhane Sk. 1), el hotel insigne de la cadena canadiense en Estambul, dio un giro a la terrorífica idea de pasar una noche en una prisión turca. Aunque fue construido como universidad, este edificio neoclásico de la ciudad vieja es conocido por ser la primera cárcel de la región, que recluyó durante décadas a importantes escritores y líderes comunistas. Reformado por completo bajo los lujosos cánones que demanda la cadena, el exterior mantiene bajo una densa capa de amarillo veneciano la esencia de su época de aislamiento, como los arcos ojivales, las torres o los azulejos ornamentados.
De paseo por el Soho de Londres, una antigua corte con celdas provisionales fue testigo del juicio a grandes personalidades de la cultura inglesa. En el mismo lugar donde comenzó el caso Queensberry contra el escritor Oscar Wilde, Mick Jagger fue juzgado por posesión de cannabis y John Lennon por la venta de dibujos pornográficos. En el presente, su imponente fachada de piedra es la entrada del hotel Courthouse (Great Marlborough St, 19-21), donde los bancos de los acusados y las mesas de las antiguas celdas fueron reutilizadas en las zonas de bar y restaurante.
Las fotos, poemas y objetos que acompañan las escaleras del hotel Lloyd (Oostelijke Handelskade, 34) de Ámsterdam dan una histórica bienvenida al huésped nada más llegar. Con una primera etapa en los años veinte del pasado siglo a modo de hospedaje para emigrantes de la compañía naviera Royal Dutch Lloyd, pasó de campo de refugiados para judíos en 1939 a centro de detención nazi a mediados de la II Guerra Mundial. Su función como prisión se alargó durante todo el pasado siglo, las últimas décadas para infractores menores. Tras un breve periodo como residencia para artistas, se convirtió finalmente en el Lloyd Hotel and cultural Embassy en 2004, al incluir eventos en colaboración con festivales de música y artes. Ahora en fase de renovación, dispone de dormitorios para mochileros con baños comunes que respiran la esencia de los lavatorios carcelarios, habitaciones para viajeros de negocios o lujosas buhardillas decoradas con objetos de la época.
Ese pasado multiusos es también la esencia del hotel Unitas (Bartolomejska 9), en Praga. De monasterio y biblioteca jesuita en el siglo XVIII pasó a ser almacén de la ciudad y posterior sala de conciertos —en la que se dejaron ver compositores como Beethoven, Richard Wagner o Antonin Dvorak— y cuartel general para la residencia checoslovaca durante la insurrección de Praga de mayo de 1945 contra los ocupantes alemanes. Al acabar la guerra, fue ocupada por la policía secreta del régimen comunista de la antigua Checoslovaquia asumiendo las funciones de prisión política hasta 1990. En ese año se convirtió en la Pensión Unitas en manos de una Orden religiosa, que dispuso el alojamiento para financiar la reconstrucción del edificio desolado por la guerra y el paso del tiempo. Tras casi tres décadas en funcionamiento, cerró sus puertas en 2006, y después de una extensa renovación que eliminó cualquier huella de su pasado penitenciario abrió como hotel de cuatro estrellas junto una residencia a precios más asequibles.
Algo parecido sucedió con el complejo La Visitation, en el corazón de Le Mans (Francia), con tres siglos de historia a sus espaldas. Construido en 1723 como convento de la orden de los visitandines, la Revolución Francesa lo despojó de su función eclesiástica para asumir la labor pública de comisaría, juzgado y prisión. Después de convertirse en hospital y un taller de tejidos, adquirió en 2011 su rostro actual, el de un complejo acogedor de ocio rodeado de tiendas, restaurantes, un museo de arte y un salón de jazz. Leprince Hotel Spa cubre la oferta hotelera en una zona histórica del convento, que ha mantenido la belleza neoclásica del edificio junto a modernos espacios como el spa Maison Raphael Perrier, iluminado con neones rosas.
Su historia se asemeja a la del Parador de León, ubicado en el convento de San Marcos (plaza San Marcos, 7), el gran emblema de la ciudad al que solo hace sombra la catedral. Una perla del plateresco español que en sus más de siete siglos ha suplido funciones de todo tipo: sede de la orden de Santiago, iglesia y hospital de peregrinos, instituto de segunda enseñanza, campo de concentración franquista… Entre 1639 y 1643 fue el hogar de Francisco de Quevedo a la fuerza, tras la detención orquestada por el conde duque de Olivares. Su celda en la torre oeste, de la que no salió en los seis primeros meses, ocupa ahora el salón del restaurante de uno le los paradores más célebres de España.
Máximo realismo: desayuno a través de una rejilla o inodoros ‘insuite’
La isla verde de Långholmen, en Estocolmo, con su playa apacible y largos senderos que invitan a las caminatas, amparó una de las prisiones más grandes de Suecia. Fueron los mismos prisioneros que la ocuparon en el siglo XIX los que transformaron su rostro rocoso y árido en una tierra fértil y exuberante llena de plantas exóticas, gracias a las labores forzadas de cubrir la superficie con lodo de las vías fluviales que rodeaban la isla. Reconvertida ahora en museo, hotel boutique y hostal con opciones de alojamiento para todos los públicos, ofrece a los huéspedes la oportunidad de vivir una experiencia plena en la cárcel más allá de dormir en una de sus antiguas celdas. Los interesados podrán convertirse en prisioneros por un día con un juego de captura en el que superar pruebas para ganarse la libertad frente al ficticio tribunal que los juzgará en el sótano. El uniforme de rayas obligatorio y la única oferta de pan y agua en el pub aumenta el realismo.
En la web del hotel Kakola, en Turku (Finlandia), quieren ser claros: abstenerse claustrofóbicos. Aunque con mayores comodidades ―como un suave albornoz o conexión wifi― que las que tuvieron los presos de este antiguo correccional y asilo penitenciario, su habitación celda no está hecha para cualquiera. De reducidas dimensiones, las rejas originales de las puertas y ventanas congestionan aún más el espacio, con dos camas literas y el inodoro y la pila dentro de la propia habitación. Un ligero déjà vu de la rutina entre rejas que vivieron algunos de los criminales más famosos de Finlandia.
Ubicado en la antigua cárcel del centro de la ciudad alemana de Kaiserslautern, en la región de Renania-Palatinado, el hotel Alcatraz busca que el huésped reviva su truculento pasado durante toda la estancia, con la recepción y el bar confinados entre barrotes o las camas originales que fabricaron los presos en algunas de las habitaciones. Cuenta también con el autobús que antaño transportaba a los encarcelados y la opción de pedir el desayuno a través de una ventanilla, como en la antigua prisión. Para los que quieran una experiencia más extrema, el Karostas Cietums de Liepaja (Letonia) ofrece redondear la noche durmiendo en los mismos catres de hierro donde lo hicieron los reclusos y despertar con un desayuno servido por un camarero con el antiguo uniforme de carcelero. Como colofón, sirven un bufé con especialidades de la época soviética y dan la posibilidad de meterse en la piel de un espía del KGB durante un juego de scape room.